miércoles, 19 de junio de 2024

Acoger, la cuarta puerta (II)

(Continuación del documento "Acoger, la cuarta puerta (I)")

Pepa Torres Pérez

2- PRIMERA CLAVE: LA NECESIDAD DE ABRIR LA MENTE Y LA SENSIBILIDAD PARA CUESTIONAR MIRADAS QUE SE NOS IMPONEN Y QUE NOS IMPIDEN RECONOCER A LAS PERSONAS MIGRANTE COMO IGUALES.

Acoger supone reconocer a otro ser humano como lo que somos:  un  o una igual, sea cual sea su sexo, el lugar donde haya nacido, su etnia, el color de su piel, su orientación sexual, su situación socio-económica, tenga papeles o no.

Reconocer que las personas somos iguales y somos diversas y que en razón de nuestras diferencias no se puede generar desigualdad. Acoger es mirar más allá de los prejuicios y de los miedos que desde la cultura hegemónica se nos imponen y que sin embargo desde la relación y el encuentro podemos descubrir que son interesados y que ninguna persona ni ningún pueblo quedar encerrado en un estereotipo o en una etiqueta. Por eso la acogida tiene mucho que ver con nuestra forma de mirar y analizar la realidad y hacerlo de una manera adecuada superando enfoques viciados.

Por eso una mirada imprescindible es la mirada estructural.

Esta mirada implica hacerlo desde las causas que están en el origen de las migraciones. Las personas muchas veces más que migrantes son migradas, es decir se ven obligadas a hacerlo para buscar el futuro, para defender la propia vida y la de sus familias, huyen de la violencia política, estructural o por razones de género y huyen también de la violencia ecológica que supone el maltrato del planeta y las consecuencias que tiene en muchos países del mundo. Por eso junto el derecho a migrar y a la libertad de movimiento de personas por el mundo no hay que olvidar el derecho a no migrar. Un derecho que brota de la dignidad de la persona a tener las necesidades básicas para vivir las tres t: techo, tierra, trabajo y a la que hay que añadir el derecho más fundamental de todos, la integridad física, la propia vida. Z. Bauman, en su último libro, Extraños llamando a la puerta, se refiere al   pánico moral que recorre Europa y que consiste en identificar a las personas migrantes y refugiadas como amenazas al bienestar de la sociedad. Sin embargo, están siendo las políticas neoliberales, el mercado libre y las privatizaciones, y no los migrantes, los responsables de la caída del sistema de bienestar y son esas mismas políticas las que obligan a la gente a abandonar sus países, así como el negocio de las guerras y las armas.  

Necesitamos también superar miradas viciadas. Paso a referirme a algunas de ellas.

La mirada victimista o asistencialista: “Pobrecito migrante“ esta mirada incapacita y niega posibilidades a las personas. No genera autonomía sino dependencia y desempodera. Toda persona que decide saltar una frontera es como mínimo un valiente, un sobreviviente, como dice Patuca Fernández. Por eso acoger es mirar a las personas desde esa potencia desde esa capacidad y desde el proyecto que les ha hecho llegar hasta ahí. Mirar reconociendo capacidades las aviva cuando están dormidas o han sido golpeadas. Hace unos meses una compañera hondureña nos decía en TD me gusta venir a este espacio porque me recuerda quien soy, tengo una historia, y se me olvida la fuerza que hizo salir de mi país y que me mantiene en pie aun cuando creo que no puedo más.    

La mirada criminalizadora: "nos invaden, son terroristas, peligrosos, te van a robar"...    Esa idea cada vez más extendida de que nos quitan el trabajo, copan los servicios sociales, etc   no es objetiva ni cierta, sino un bulo al servicio de los intereses xenófobos y racistas. Los migrantes representan el 12,2 % de la población española y únicamente representan el 6,8 % de gastos  en servicios sociales, por ejemplo, o las mujeres migrantes, mucho más invisibilizadas que los hombres con sus remesas están manteniendo la vida en sus países de origen y acá cuidando a nuestros mayores. La inmigración es una riqueza en muchos sentidos, pero incluso en el económico.  

La mirada etnocéntrica o colonial. Creer que nuestra cultura es la medida de todas las cosas. La cultura hegemónica extendida por los medios de comunicación de masas hasta cualquier rincón del planeta exporta un ideal de lo humano que es blanco, varón, rico y occidental.  Sin embargo, como dicen los zapatistas vivimos en un mundo donde caben muchos mundos y la humanidad tiene tantos rostros como personas y culturas pueblan la tierra. No somos hijos únicos ni nuestra cosmovisión es la mejor. Se trata de buscar como relacionarnos con otras culturas desde el intercambio, el aprendizaje mutuo, los saberes compartidos, buscando la reciprocidad. Porque sólo desde el respeto, la valoración mutua y el encuentro podemos entrar en procesos de crítica y autocrítica que sean fecundos.  Hace años Amin Maalouf escribió:

“El primer paso para la integración es el aprendizaje de la lengua, pero cuando una persona siente que su   lengua y su cultura es despreciada reaccionará exhibiendo con ostentación su diferencia. Para ir con decisión en busca del otro hay que tener los brazos abiertos y la cabeza alta. ¿Si aquél o aquella cuya lengua estoy estudiando no respeta la mía, hablar su lengua deja de ser un gesto de apertura y se convierte  en un acto de vasallaje y sumisión?”.

Por eso, quizás una buena señal, de la sensibilidad hacia la acogida en nuestros centros es quizá preguntarnos cuantas palabras sabemos de la lengua de aquellos a quienes enseñamos español, que sabemos de su literatura o de su historia o como las personas migrantes van formando parte de la propia estructura  organizativa  de nuestros centros o se incorporan   a ellos   como voluntarios, colaboradores, etc

Superar estas miradas estas miradas nos puede llevar a descubrir que un mantero no es alguien peligroso, violento, que forma  parte de una mafia, sino un  trabajador del mar   organizado en su país frente a los acuerdos  de pesca  de la UE con Senegal y al que estos acuerdos  han forzado a migrar, o que un latero puede ser perfectamente un universitario que decidió un día abandonar su Bangladesh por la violación sistemática de derechos humanos sistemática que había en su país y que tras su sonrisa de vendedor de cerveza esconde el dolor de haber estado estancado tres años en Turquía como consecuencia de los acuerdos de la UE con este país  o  haber atravesado el infierno de Libia. O que vender latas o bolsos de marca no es sinónimo de delincuente, sino de superviviente y por tanto sobrevivir no puede ser un delito ni ser causa de muerte prematura, como le sucedió a Mamey Mbaye.

(CONTINUARÁ)

Para obtener la documentación completa:


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