A esta
Iglesia la hizo de frontera la historia, y lo natural hubiera sido que, en
nuestra vida de creyentes, esa frontera significase sólo un límite o confín
reconocido entre dos Estados soberanos.
Pero
injusticia, violencia y explotación han llenado de empobrecidos los caminos del
mundo, y, para ellos, muchas fronteras se han transformado en límite impuesto
por los poderosos a derechos que son de todos, y en desprecio de derechos
particulares que tienen por serlo los pobres.
El
egoísmo, la arrogancia, la crueldad, han transformado nuestras fronteras en
vallas con cuchillas, en barreras que se pretende infranqueables para los
empobrecidos de la tierra, en escenario para una trama de privaciones,
enfermedades, heridas y mutilaciones, en cementerio de vidas jóvenes y de
esperanzas legítimas.