Hace poco dialogaba con un amigo que tiene un perfil
en una red social sobre doctrina social de la Iglesia. Me comentaba las reticencias que se suele encontrar a la hora de que otros
perfiles a los que denomina “muy eclesiales” se hagan eco más a menudo de las
propuestas que la propia Iglesia nos ofrece en su magisterio social.
Me confesaba que andaba algo apenado porque cuesta mucho, todavía demasiado, me insistía, que se hable de temas que son esenciales a nivel político y que deberían serlo también a nivel eclesial. O de que ciertas palabras de este Papa, consideradas excesivamente “políticas”, no encuentren eco en este tipo de cuentas.
Me confesaba que andaba algo apenado porque cuesta mucho, todavía demasiado, me insistía, que se hable de temas que son esenciales a nivel político y que deberían serlo también a nivel eclesial. O de que ciertas palabras de este Papa, consideradas excesivamente “políticas”, no encuentren eco en este tipo de cuentas.
Creo que este diálogo que mantuve,
refleja un mal endémico de nuestra Iglesia, que no es generalizado
ni generalizable, pero que no deja de ser un síntoma claro de una realidad que
existe en parte del imaginario colectivo de nuestra Iglesia: si hablas de “ciertos temas” como la lucha por la justicia, las reivindicaciones de trabajadores que piden derechos, de economía, de
los derechos sociales y laborales… eres temporalista.
Pienso, muchos pensamos, que como Iglesia deberíamos perder el miedo a equivocarnos y no evitar diálogos
que pueden ser espinosos, pero en los que tenemos mucho que decir. Pongo dos
ejemplos, por intentar ilustrar a lo que me refiero: ¿Qué pensamos como Iglesia
sobre la Renta básica o sobre el TTIP (Acuerdo transatlántico para el comercio
y la inversión)?. O tal vez mejor ¿qué criterios de la DSI deben iluminar estas
realidades?.
Y alguien podrá decir, pero querido ¿qué tiene que ver eso con mi vida de fe? Y ese es, como decía,
a mi juicio, uno de los grandes problemas que tenemos en nuestra Iglesia:
pensar que hay cosas que como creyentes, “no nos tocan”. Desde que Dios se hizo
hombre, nada de lo que es humano puede y debe dejar de afectarnos como
creyentes. Ya saben aquello de que “nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en el corazón de la Iglesia” (GS,1). Nos ha de doler el dolor de los cristianos perseguidosen Irak o Siria, nos ha doler que no seamos capaces de
proponer mejor la cultura de la vida, la civilización del
amor. Nos ha de doler el dolor de las familias desahuciadas, o el de aquellas en
las que ningún miembro encuentra un trabajo digno para vivir. Nos ha de doler la existencia de tanta desigualdad que es un escándalo sin precedentes,
pero que además amenaza con generar violencia. Nos ha de doler...
Solo desde la elocuencia de ese dolor podremos plantearnos otra manera de pensar, de vivir, de sentir… No estaría
de más que se pudieran generar espacios de diálogo y discernimiento sobre temas
que nos afectan de manera decidida como sociedad y en los que, salvo honrosas
excepciones, solemos aportar un ensordecedor silencio, en lugar de un poco de
criterio y de argumentos, en una sociedad que es plural.
Como Iglesia hemos de intervenir cuando se aplasta la dignidad humana, se cometen injusticias, se abusa del
poder o cuando las personas que hacen política dejan de hacer lo que están
llamados a hacer: construir una sociedad más justa y más fraterna. El documento “Iglesia servidora de los pobres” ha dado un paso cualitativo en los pronunciamientos de nuestros obispos a
este respecto: “la tarea de restablecer la justicia mediante la redistribución
está especialmente indicada en momentos como los que estamos viviendo” (ISP,
22). “Es necesaria la colaboración de todos para generar empleo digno y
estable, y contribuir con él al desarrollo de las personas y de la sociedad. Es
una destacada forma de caridad y justicia social” (ISP, 32). Como bien nos
recordaba este documento, hemos considerado la lucha por la justicia social y
la vida espiritual como dos realidades no sólo diferentes, sino independientes
y hasta contrarias, cuando no lo son en modo alguno. Y es que también hablamos
de Dios cuando nuestro compromiso es fuente de fraternidad y denuncia la
injusticia transformando las personas y las estructuras (cf. ISP,
41).
Además de estas palabras, hacen falta gestos concretos y palpables que avalen este convencimiento.Por eso hemos de
salir, como comunidad, y arremangarnos para construir Iglesia en
las periferias de nuestra sociedad, como nos pide el Papa
en todo momento. Solo desde la periferia y aferrados a Jesucristo podemos
encontrar la audacia de luchar contra la injusticia y por la dignidad de
la persona, dañada por la deshumanización y el empobrecimiento que vivimos.
Hemos de generar como Iglesia trabajo digno, exigir recursos para garantizar el
bienestar necesario de las víctimas, hemos de crecer en austeridad, crecer en
comunión con quienes luchan ya por pedir justicia, etc.. hay tanto por hacer.
Nos vendría bien releer a Ellacuría y sus textos de lucha por la justicia o el sínodo de
los obispos de 1971 (hace ya 45 años) "La justicia en
el mundo".
Acabo con esta cita de Benedicto XVI, en “Deus Caritas est, 28”, que recoge la idea que hoy quería compartir: “La
Iglesia tiene el deber de ofrecer su contribución específica, para que las
exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables.(...) La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta
propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse
al margen en la lucha por la justicia".
Termino con la canción “No interesa” de Almudena, que acaba de sacar un disco
que os recomiendo vivamente.
“No está bien, no va bien tanta riqueza, mientras haya
pobres que no tengan”.
(Para ver el vídeo en youtube pinchar sobre: https://www.youtube.com/watch? v=mmoavUXkCOI)
PARA NUESTRA REFLEXIÓN:
- ¿Qué pensamos de esta reflexión que plantea Manolo Copé?.
- ¿De quién es la responsabilidad de poner en práctica las recomendaciones y exhortaciones del Papa: de los obispos, curas, frailes y monjas... o de todo el pueblo cristiano?.
- ¿Qué criterios seguimos realmente a la hora de hacer caso a lo que nos indican los documentos papales?. ¿Qué criterios debiéramos adoptar?.
- ¿Cómo ayudarnos entre nosotros mismos a vivir más coherentemente nuestra fe y compromiso social, político y eclesial?.
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