El
desperdicio de comida y ropa, un atentado contra la Humanidad y la Creación.
La
palabra colapso (del latín collapsus, que significa caída total) aparece por
primera vez en un diccionario español en 1852 y en 1884 en diccionario de la
RAE. Tiene múltiples acepciones, aplicada a la ecología, economía, historia,
sociología, psicología, etc., examinando como las crisis medioambientales,
energéticas, económicas, democráticas y políticas que se entrelazan unas con
otras y presionan en múltiples direcciones. Hasta hace unos años el concepto y
la palabra colapso se aplicaba a la diferente evolución de las culturas y
civilizaciones que evolucionaban en diferentes direcciones hasta desaparecer.
Tal es el
análisis que hace Jared Diamond en su libro "Colapso" donde identifica varios
factores que contribuyen al colapso de las sociedades, como: la mala gestión
ambiental de la Isla de Pascua, donde la deforestación y el agotamiento de
recursos llevaron a la ruina de su civilización, o los Mayas que colapsaron por
una combinación de factores de cambio
climático severo de sequías prolongadas, la deforestación y la sobreexplotación
de recursos.
Diamond
concluye enfatizando la importancia de aprender del pasado para evitar futuros
colapsos. Su análisis establece paralelismos entre los colapsos históricos y
las tendencias actuales. A medida que las sociedades modernas
se lanzan con voracidad hacia la industrialización y la globalización, el
riesgo de repetir errores fatales aumenta. A diferencia de las sociedades pasadas,
nuestra interconexión actual es tan fuerte que los problemas
ambientales en una región pueden escalar rápidamente y convertirse en crisis
globales para otra región, multiplicando la necesidad de actuar con verdadera urgencia.
Así ya hemos visto como los grandes incendios de un continente pueden llevar
sus consecuencias tan lejos como a otro continente, pues los incendios
forestales, impulsados por el cambio climático, generan humo y partículas que
viajan miles de kilómetros, afectando a la calidad del aire y la salud de
poblaciones enteras en diferentes continentes, como lo demuestran los episodios
de humo en Sao Paulo por incendios en la Amazonía o las olas de humo que cruzan
océanos, llevando sus consecuencias de zonas como América del Norte a Europa,
transformando eventos locales en crisis globales con impactos en ecosistemas,
economías y salud pública a escala planetaria, creando un círculo vicioso de
emisiones y calor extremo, que genera episodios incontrolables, como estos días
en Sri Lanka y otros países de Asia con más de
1400 muertos, cientos de desaparecidos, 9 millones de afectados y más de 1
millón de desplazados.

En Todo
el Sistema Tierra todo está concatenado, interrelacionado, todo afecta a todo,
y por tanto nada de lo que hacemos es neutro. De ahí que debemos actuar siempre
con responsabilidad midiendo bien las consecuencias de todo lo que hacemos.
Por
ejemplo: En 2022, el mundo desperdició 1.050 millones de toneladas de
alimentos. Esto supone el desperdicio de una quinta parte (19%) de los
alimentos disponibles para los consumidores, un desperdicio procedente tanto
del comercio minorista como de los hogares y los proveedores de servicios
alimentarios. A esto hay que añadir que el 13% de los alimentos se pierden en la
cadena de suministro en el período comprendido entre después de la cosecha y la
venta al por menor, según estimaciones de la FAO.
La mayor
parte del desperdicio mundial de alimentos procede de los hogares. Del total de
alimentos desperdiciados en 2022, los hogares fueron responsables de 631
millones de toneladas, equivalentes al 60%; el sector de proveedores de
servicios alimentarios, de 290 millones; y el sector de minoristas, de 131
millones.
En los
hogares se desperdician al menos 1.000 millones de raciones de comida cada día.
En promedio, cada persona desperdicia 79 kg de comida al año. Algunos países
como los Estados Unidos desperdician 164 kilos por persona y año, superados por
Chipre con 294 kilos y Dinamarca con 254.
Algo muy
parecido pasa con la ropa: El desperdicio de ropa es una crisis global
impulsada por el fast fashion (moda rápida), con 100 mil millones de prendas
nuevas producidas anualmente, de las cuales un 73-85% termina en vertederos o
quemada, usándose cada prenda en promedio solo 10 veces antes de desecharse,
generando montañas de basura textil, como las visibles en el desierto de
Atacama, afectando gravemente al medio ambiente y comunidades vulnerables, a
pesar de que gran parte de esa ropa es exportada como segunda mano al Sur
Global como lo vimos en Guatemala con el anuncio de “abre paca”, que significa
abrir una tienda con un lote de ropa usada, o de segunda mano, procedente de
Estados Unidos.
Europa
desecha cerca de 7 millones de toneladas de ropa al año (16 kg por persona), y
EE.UU. desecha unos 37 kg por persona anualmente.
Tan
enorme desperdicio de comida y ropa es una injusta y repudiable ofensa a los
miles de personas que mueren de hambre cada día, o carecen de ropa para
vestirse, así como al Planeta, la Madre Tierra, que la produce, que de seguir
exigiéndole mucho más de lo necesario y de lo que puede producir, podemos
acabar conduciéndola al colapso de todo el Sistema Tierra, cuyas primeras
víctimas seremos nosotros, los propios culpables.
Vivamos
más austeramente, con lo necesario, pero no con lo superfluo, para que haya lo
suficiente para todos, como vivieron Juan Bautista y el Propio Jesús de
Nazaret, como nos cuenta el Evangelio de hoy. En los países desarrollados
parece que vivimos para TENER más, no para SER más.
Ver página Web
cooperacion25.es Feliz domingo a tod@s.-
Faustino Vilabrille