Un año más iniciamos el curso con la Jornada Mundial de oración por la Creación, puerta de entrada al “Tiempo de la Creación” que se extenderá hasta la festividad de San Francisco de Asís. Un tiempo en el que los cristianos de las diversas confesiones religiosas se unen en la oración y la acción; en un canto de alabanza al Creador y en el cuidado de la casa común.
En un mundo desquiciado por las múltiples crisis provocadas por un ser humano que se ha convertido en el peor peligro para sí mismo y para todas las criaturas con las que comparte el hogar planetario, ante la voracidad de una economía “que mata” y una política incapaz de ponerle freno, no es de extrañar que se prodiguen las voces de los profetas de calamidades y que la angustia se extienda, sobre todo entre las nuevas generaciones que vislumbran una vida sin futuro.
Por eso, en un mundo cada vez más carente de esperanza, fundamentados profundamente en la fe en Cristo resucitado que nos une, todos los cristianos estamos llamados a hacernos nuestro el lema del Tiempo de la Creación de este año: “Esperanzar y actuar con la Creación”.
Esperanzar, un verbo poco utilizado que nos puede parecer incluso extraño, pero que va mucho más allá de la acepción más habitual que sería “esperar” porque no se trata de permanecer pasivamente a la espera, sino de ponernos en marcha y engendrar ESPERANZA, así en mayúscula, de plantarla, tejerla, acariciarla, cuidarla y hacerla crecer.
El nuestro es un mundo de deseos, de ilusiones que se desvanecen, de apego a falsas seguridades, de expectativas y promesas incumplidas que día a día matan a la verdadera esperanza, la que es nuestra fuerza y motor para encarar el futuro y construirlo día a día.
El Papa Francisco, en su mensaje para la Jornada Mundial de oración por la Creación, dice:
“He aquí la gran esperanza: el amor de Dios ha vencido, vence y seguirá venciendo siempre.” Ésta es la gran esperanza de los cristianos, nuestro motor y nuestra fuerza.
La semilla del Espíritu de Amor que Dios pone en el corazón de hombres y mujeres es la gran esperanza de toda la Creación.
“El universo creado espera con impaciencia que la gloria de los hijos de Dios se revele plenamente: el universo creado se encuentra sometido al fracaso, no de agrado, sino porque alguien lo ha sometido, pero mantiene la esperanza de que también él será liberado de la esclavitud de la corrupción y obtendrá la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Sabemos bien que hasta ahora todo el universo creado gime y sufre dolores de parto. Y no solo él; también nosotros, que poseemos el Espíritu como primicias de lo que vendrá, gemimos en nuestro interior, anhelando ser plenamente hijos, cuando nuestro cuerpo sea redimido. Hemos sido salvados, pero solo en esperanza. Ahora bien, ver lo que se espera no es esperanza: lo que se ve, ¿por qué esperarlo? Pero nosotros esperamos lo que no vemos, y lo anhelamos con constancia.” (Romanos 8:19-25)
Leemos en el mensaje del Papa:
Toda la creación está implicada en este proceso de un nuevo nacimiento y, gimiendo, espera la liberación. Se trata de un crecimiento escondido que madura, como “un grano de mostaza que se convierte en un gran árbol” o “la levadura en la masa”.
La esperanza es una lectura alternativa de la historia y de las vicisitudes humanas; no ilusoria, sino realista, del realismo de la fe que ve lo invisible.
El Espíritu Santo mantiene alerta a la comunidad creyente y la instruye continuamente, llamándola a la conversión de estilos de vida, para que se oponga a la degradación humana y del medio ambiente y manifieste esta crítica social que es, sobre todo, testigo de la posibilidad de cambio. Esta conversión consiste en pasar de la arrogancia de quien quiere dominar a los demás y a la naturaleza ―reducida a objeto manipulable―, a la humildad de quien cuida de los demás y de la creación.
La obediencia al Espíritu de amor cambia radicalmente la actitud del hombre: de “depredador” a “cultivador” del jardín.
Estamos, pues llamados a la acción: a plantar, hacer crecer y dar frutos de amor, primicias de esperanza, símbolo de este Tiempo de la Creación.
Nos dicen los líderes religiosos que convocan el Tiempo de la creación:
Sabemos hasta qué punto es urgente actuar con valentía para frenar las crisis climática y ecológica, y también sabemos que la conversión ecológica es un proceso lento, ya que los seres humanos somos obstinados en cuanto a cambiar nuestras ideas, nuestros corazones y nuestras formas de vida. A veces no sabemos cómo deberían ser nuestras acciones. A medida que avanzamos en la vida, cada día nos surgen nuevas ideas e inspiraciones para encontrar un mejor equilibrio entre la urgencia y los ritmos lentos de un cambio duradero. Quizás no comprendamos plenamente todo lo que está sucediendo, quizás no entendamos los caminos de Dios, pero estamos llamados a confiar y a seguir con acciones concretas y sostenidas, siguiendo el ejemplo de Cristo, redentor de todo el Cosmos (cf. Rom 8:25 ).
Pongámonos,
pues, en acción, movidos por la esperanza que, como decía San Agustín, tiene
dos hijas: la indignación y la valentía. Ojalá, la celebración de este Tiempo
de la Creación nos impulse a indignarnos ante el clamor de la Tierra y el
clamor de los pobres y tengamos la valentía de cambiar nuestras actitudes y
nuestro estilo de vida y de promover juntos el cambio de las estructuras del
mal que tienen secuestrado a nuestro mundo, para liberarlo. Con la firme
confianza de que Dios está con nosotros, en los esfuerzos por responder a los
desafíos del mundo en el que vivimos (cf. Rom 8:23).
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