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Tiempo ordinario – A (Mateo 5,13-16)
Evangelio
del 09 / Feb / 2020
Los
seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más inteligentes, más
buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de
aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.
Los
psicólogos dicen que esta tendencia se debe, sobre todo, al deseo de afirmarnos
ante nosotros mismos y ante los otros, para defendernos así de su posible
superioridad.
Nos
falta la verdad de «las buenas obras», y llenamos nuestra vida de palabrería y
de toda clase de disquisiciones. No somos capaces de dar al hijo un ejemplo de
vida digna, y nos pasamos los días exigiéndole lo que nosotros no vivimos.
No
somos coherentes con nuestra fe cristiana, y tratamos de justificarnos
criticando a quienes han abandonado la práctica religiosa. No somos testigos
del evangelio, y nos dedicamos a predicarlo a otros.
Tal vez
hayamos de comenzar por reconocer pacientemente nuestras incoherencias, para
presentar a los demás solo la verdad de nuestra vida. Si tenemos el coraje de
aceptar nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente a la acción de ese
Dios que puede transformar todavía nuestra vida.
Jesús
habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice
de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que, aunque
más parezca que hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está
cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».
Para
ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la agitación, el
protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del amor y de la
acción del Espíritu en nosotros.
Con qué
atención deberíamos escuchar hoy en la Iglesia estas palabras del mismo Juan de
la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el
mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a
la Iglesia y mucho más agradarían a Dios… si gastasen siquiera la mitad de ese
tiempo en estarse con Dios en oración».
De lo
contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer poco más que
nada, y a veces nada, y aún a veces daño». En medio de tanta actividad y
agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»?. Jesús decía a sus discípulos:
«Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den
gloria al Padre».
José
Antonio Pagola
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