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Cuaresma – A (Mateo 4,1-11)
Evangelio
del 01 / Mar / 2020
La
primera tentación acontece en el «desierto».
Después
de un largo ayuno, entregado al encuentro con Dios, Jesús siente hambre. Es
entonces cuando el tentador le sugiere actuar pensando en sí mismo y olvidando
el proyecto del Padre: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en pan».
Jesús, desfallecido pero lleno del Espíritu de Dios, reacciona: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios». No vivirá buscando su propio interés. No será un Mesías egoísta. Multiplicará panes cuando vea pasar hambre a los pobres. Él se alimentará de la Palabra viva de Dios.
Jesús, desfallecido pero lleno del Espíritu de Dios, reacciona: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios». No vivirá buscando su propio interés. No será un Mesías egoísta. Multiplicará panes cuando vea pasar hambre a los pobres. Él se alimentará de la Palabra viva de Dios.
Siempre
que la Iglesia busca su propio interés, olvidando el proyecto del reino de
Dios, se desvía de Jesús. Siempre que los cristianos anteponemos nuestro
bienestar a las necesidades de los últimos, nos alejamos de Jesús.
La
segunda tentación se produce en el «templo».
El
tentador propone a Jesús hacer su entrada triunfal en la ciudad santa,
descendiendo de lo alto como Mesías glorioso. La protección de Dios está asegurada.
Sus ángeles «cuidarán» de él. Jesús reacciona rápido: «No tentarás al Señor, tu
Dios». No será un Mesías triunfador. No pondrá a Dios al servicio de su gloria.
No hará «señales del cielo». Solo signos para curar enfermos.
Siempre
que la Iglesia pone a Dios al servicio de su propia gloria y «desciende de lo
alto» para mostrar su propia dignidad, se desvía de Jesús. Cuando los
seguidores de Jesús buscamos «quedar bien» más que «hacer el bien», nos
alejamos de él.
La
tercera tentación sucede en una «montaña altísima».
Desde
ella se divisan todos los reinos del mundo. Todos están controlados por el
diablo, que hace a Jesús una oferta asombrosa: le dará todo el poder del mundo.
Sólo una condición: «Si te postras y me adoras». Jesús reacciona violentamente:
«Vete, Satanás». «Sólo al Señor, tu Dios, adorarás». Dios no lo llama a dominar
el mundo como el emperador de Roma, sino a servir a quienes viven oprimidos por
su imperio. No será un Mesías dominador, sino servidor. El reino de Dios no se
impone con poder, se ofrece con amor.
La
Iglesia tiene que ahuyentar hoy todas las tentaciones de poder, gloria o
dominación, gritando con Jesús: «Vete, Satanás». El poder mundano es una oferta
diabólica. Cuando los cristianos lo buscamos, nos alejamos de Jesús.
José
Antonio Pagola
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