El
Espíritu Santo anima la Iglesia.
A
menudo, nuestro discurso sitúa a la Iglesia institucional totalmente al margen,
cuando no en contra, del Espíritu Santo. Estamos dispuestos a reconocer la
acción del Espíritu Santo en cualquier lugar antes que en la Iglesia. Nos hemos acabado creyendo el chiste aquel
sobre la Trinidad que decide ir de
vacaciones a Roma. Cuando alguien lanza la propuesta, el Espíritu exclama entusiasmado: «¡Sí, a Roma,
que nunca he estado!». Nos parece
obvio que el Espíritu Santo nunca ha estado en Roma y que esto de la «Iglesia institucional» es algo que se
ha edificado en obvia oposición a la
acción del Espíritu, porque está claro que «Jesús no habría construido
el Vaticano y no permitiría que se humillase de esta manera a las
mujeres». Y nos quedamos tan anchos.
La tarea del Espíritu, para este discurso simplón, no es
otra que la de liberarnos del grave inconveniente de
la Iglesia institucional. En coherencia con esos
presupuestos, la pastoral que se cultiva en estos ámbitos no sólo no pretende integrarse en la Iglesia, sino que
busca la mejor manera de sortearla.
En sus anuncios implícitos parecen querer decir: «aquí te ahorramos la Iglesia y todos sus inconvenientes». Y
a menudo los reclamos pastorales suenan a algo así como: «ven a Ikea,
la república independiente de una
iglesia hecha a tu medida».
¿Por qué no lo reconocemos?. En buena parte de estas pastorales
(afortunadamente, son cada vez menos), simplemente, no se sabe
qué hacer con la Iglesia. Entra siempre tarde y a destiempo, y nos
pasamos más tiempo justificando lo que queremos decir que diciéndolo. Como una
película antigua de indios y vaqueros, como
el lloriqueo maniqueo de los malos y
los buenos, de los indignados y los banqueros, de los obispos y los curas
auténticos. Nos abonamos a una eclesiología amarillenta, hecha de grandes titulares mediáticos y grandes fotos, pero
sin apenas contenido, es decir, sin
apenas cuerpo. Una de las razones de la esterilidad vocacional de estos ambientes pastorales se debe en buena
parte, a mi parecer, a esta
concepción exclusivamente rancia y estereotipada de la Iglesia, en la cual no
hay espacio para la más mínima alegría, para la más mínima buena noticia
relacionada con ella.
¿Cuándo entenderemos de una vez que la diferencia que hay
entre el Evangelio y el Vaticano (el de ahora y el de todos los tiempos) es la
misma que hubo entre Jesús y Pedro?. Ni más ni menos. A
pesar de esa diferencia, y quizá por ella, Jesús encomendó a Pedro velar de
una forma especial por la continuidad de su
misión y por la unidad de su cuerpo. Y eso
no quiere decir que Pedro sea el «único» discípulo, ni el más santo, ni siquiera el más cercano, pero sí el «primero», el
encargado de guardar a la Iglesia en la
comunión y la unidad. Nada más y nada menos.
En ese cuaderno de Cristianisme i Justícia que he
mencionado, el autor dice que «los síntomas
de la negación práctica de la dimensión pneumática
de la Iglesia son la unilateralidad en la toma de decisiones, el silenciamiento de los discrepantes, la represión de toda
novedad, la prohibición del ensayo en la
acción pastoral y evangelizadora, el acotamiento de los
espacios de libertad, etc.». De acuerdo; pero yo añadiría un síntoma que nos
afecta especialmente a nosotros: me refiero a la negación sistemática de la asistencia del Espíritu Santo a las
mediaciones institucionales de la
Iglesia, como si estas fueran totalmente ajenas, y aun contrarias por
naturaleza, al carisma. Esa negación práctica de la dimensión pneumática de la Iglesia institucional tampoco ayuda a
construir una eclesiología de comunión que haga más creíble y
estimulante nuestra misión evangelizadora.
PARA LA VIDA:
- ¿Nos hemos encontrado alguna vez con expresiones que muestran vergüenza de la Iglesia?. ¿En qué observamos que se basan esas expresiones que manifiestan un fuerte interés por mostrarse "aparte" de la Iglesia?.
- Consultemos lo que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles capítulo 2, el cual nos habla del acontecimiento de Pentecostés, de la transformación que aquella primitiva Iglesia experimentó gracias a Él y de cómo vivía entre sí aquella Comunidad. Después de leerlo pensemos:
- ¿Acaso a partir de aquel instante los Apóstoles se convirtieron en seres perfectos?, ¿más nunca hubo diferencias entre ellos?.
- ¿Qué marcó pues la diferencia entre la experiencia de aquella comunidad antes de recibir el Espíritu Santo y la experiencia que obtuvieron después?.
- ¿Qué enseñanzas fundamentales encuentras en ese capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles y que podríamos aplicarnos todos?.
- ¿Qué actitud te propones adoptar a partir de ahora para contigo mismo en relación con la Iglesia y con el Espíritu Santo que habita en ti desde el Bautismo y anima a toda la Iglesia?. ¿A qué puedes comprometerte en concreto para hacer efectiva esa actitud? (un compormiso real es aquél que se puede revisar: es algo que sucede en un momento y un lugar concretos).
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