Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación.
1° de septiembre de 2024
Espera y actúa con la creación.
Queridos
hermanos y hermanas:
“Espera y
actúa con la creación” es el tema de la Jornada de oración por el cuidado de la
creación, que se celebrará el próximo 1 de septiembre. Hace referencia a la
Carta de san Pablo a los romanos 8,19-25, donde el apóstol aclara lo que
significa vivir según el Espíritu y se concentra en la esperanza cierta de la
salvación por medio de la fe, que es la vida nueva en Cristo.
1.
Partamos entonces de una pregunta sencilla, pero que podría no tener una
respuesta obvia: cuando somos verdaderamente creyentes, ¿cómo es que
tenemos fe?. No es tanto porque “nosotros creemos” en algo trascendente que
nuestra razón no logra entender, el misterio inalcanzable de un Dios distante y
lejano, invisible e innombrable. Más bien, diría san Pablo, es porque
habita en nosotros el Espíritu Santo. Sí, somos creyentes porque el mismo
«amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo,
que nos ha sido dado» ( Rm 5,5). Por eso el Espíritu es ahora,
realmente, «el anticipo de nuestra herencia» ( Ef 1,14), como
pro-vocación a vivir siempre orientados hacia los bienes eternos, según
la plenitud de la humanidad hermosa y buena de Jesús. El Espíritu hace a
los creyentes creativos, pro-activos en la caridad. Los introduce en un gran
camino de libertad espiritual, no exento, sin embargo, de la lucha entre la
lógica del mundo y la lógica del Espíritu, que tienen frutos contrapuestos
entre ellos (cf. Ga 5,16-17). Lo sabemos, el primer fruto del
Espíritu, compendio de todos los otros, es el amor. Conducidos,
entonces, por el Espíritu Santo, los creyentes son hijos de Dios y pueden dirigirse
a Él llamándolo «¡Abba!, es decir, ¡Padre!» ( Rm 8,15),
precisamente como Jesús, con la libertad del que ya no cae más en el miedo a la
muerte, porque Jesús resucitó de entre los muertos. He aquí la gran
esperanza: el amor de Dios ha vencido, vence y seguirá venciendo siempre. A
pesar de la perspectiva de la muerte física, para el hombre nuevo que vive en
el Espíritu el destino de gloria es ya seguro. Esta esperanza no
defrauda, como nos recuerda también la Bula
de convocación del próximo Jubileo. [Spes non confundit].
2. La existencia del cristiano es vida de fe, diligente en la caridad y desbordante de esperanza, en la espera de la llegada del Señor en su gloria. La “demora” de la parusía, de su segunda venida, no es un problema; la cuestión es otra: «cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). Sí, la fe es un don, un fruto de la presencia del Espíritu en nosotros, pero es también una tarea, que debe realizarse en la libertad, en la obediencia al mandamiento del amor de Jesús. Esa es la feliz esperanza que hemos de testimoniar; ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo?. En los dramas de la carne humana que sufre. Si bien se sueña, ahora es necesario soñar con los ojos abiertos, animados por visiones de amor, de fraternidad, de amistad y de justicia para todos. La salvación cristiana entra en la profundidad del dolor del mundo, que no sólo afecta a los seres humanos, sino a todo el universo; a la naturaleza misma, oikos del hombre, su ambiente vital; comprende la creación como “paraíso terrenal”, la madre tierra, que debería ser lugar de alegría y promesa de felicidad para todos. El optimismo cristiano se fundamenta en una esperanza viva; sabe que todo tiende a la gloria de Dios, a la consumación final en su paz, a la resurrección corporal en la justicia, “de gloria en gloria”. En el transcurrir del tiempo, sin embargo, compartimos dolor y sufrimiento: la creación entera gime (cf. Rm 8,19-22), los cristianos gimen (cf. vv. 23-25) y gime el propio Espíritu (cf. vv. 26-27). El gemir manifiesta inquietud y sufrimiento, con anhelo y deseo. El gemido expresa confianza en Dios y abandono a su compañía afectuosa y exigente, con vistas a la realización de su designio, que es alegría, amor y paz en el Espíritu Santo.
3. Toda
la creación está implicada en este proceso de un nuevo nacimiento y, gimiendo,
espera la liberación. Se trata de un crecimiento escondido que madura, como “un
grano de mostaza que se convierte en un gran árbol” o “levadura en la masa” (cf. Mt 13,31-33).
Los comienzos son insignificantes, pero los resultados esperados pueden ser de
una belleza infinita. En cuanto espera de un nacimiento —la revelación de los
hijos de Dios— la esperanza es la posibilidad de mantenerse firmes en medio de
las adversidades, de no desanimarse en el tiempo de las tribulaciones o frente
a la barbarie humana. La esperanza cristiana no defrauda, pero tampoco
da falsas ilusiones; si el gemido de la creación, de los cristianos y del
Espíritu es anticipación y espera de la salvación que ya se está realizando,
ahora estamos inmersos en muchos sufrimientos que san Pablo describe como
“tribulaciones, angustias, persecución, hambre, desnudez, peligros, espada”
(cf. Rm 8,35). Entonces la esperanza es una lectura
alternativa de la historia y de las vicisitudes humanas; no ilusoria, sino
realista, del realismo de la fe que ve lo invisible. Esta esperanza es la
espera paciente, como el no-ver de Abraham. Me agrada recordar a ese gran
creyente visionario que fue Joaquín de Fiore —el abad calabrés “de espíritu
profético dotado”, según Dante Alighieri— que, en un tiempo de luchas sanguinarias,
de conflictos entre el papado y el imperio, de cruzadas, de herejías y de
mundanidad de la Iglesia, supo indicar el ideal de un nuevo espíritu de
convivencia entre los hombres, basado en la fraternidad universal y la
paz cristiana, fruto de Evangelio vivido. Ese espíritu de amistad social y de
fraternidad universal lo propuse en Fratelli tutti. Y esa armonía
entre los seres humanos debe extenderse también a la creación, en un
“antropocentrismo situado” (cf. Laudate Deum, 67), en la responsabilidad por una ecología humana e
integral, camino de salvación de nuestra casa común y de nosotros que
habitamos en ella.
4. ¿Por qué tanta maldad en el mundo?. ¿Por qué tanta injusticia, tantas guerras fratricidas que causan la muerte de niños, destruyen ciudades, contaminan el entorno vital del hombre, la madre tierra, violentada y devastada?. Refiriéndose implícitamente al pecado de Adán, san Pablo afirma: «Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). La lucha moral de los cristianos está relacionada con el “gemido” de la creación, porque esta última «quedó sujeta a la vanidad» (v. 20). Todo el cosmos y toda criatura gimen y anhelan “ansiosamente” que se supere la condición actual y se restablezca la originaria: en efecto, la liberación del hombre comporta también la de todas las demás criaturas que, solidarias con la condición humana, han sido sometidas al yugo de la esclavitud. Al igual que la humanidad, la creación ―sin culpa alguna― está esclavizada y se encuentra incapacitada para realizar aquello para lo que fue concebida, es decir, para tener un sentido y una finalidad duraderos; está sujeta a la disolución y a la muerte, agravadas por el abuso humano de la naturaleza. Pero, por el contrario, la salvación del hombre en Cristo es esperanza segura también para la creación; de hecho, «también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Entonces, en la redención de Cristo es posible contemplar con esperanza el vínculo de solidaridad entre el ser humano y todas las demás criaturas.
5. En la
expectación esperanzada y perseverante de la venida gloriosa de Jesús, el
Espíritu Santo mantiene alerta a la comunidad creyente y la instruye
continuamente, llamándola a la conversión de estilos de vida, para que se
oponga a la degradación humana del medio ambiente y manifieste esa crítica
social que es, ante todo, testimonio de la posibilidad de cambio. Esta
conversión consiste en pasar de la arrogancia de quien quiere dominar a los
demás y a la naturaleza ―reducida a objeto manipulable―, a la humildad de quien
cuida de los demás y de la creación. «Un ser humano que pretende ocupar el
lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo» (Laudate Deum, 73), porque el pecado de Adán destruyó las relaciones
fundamentales por las que vive el hombre: la que tiene con Dios, consigo mismo
y con los demás seres humanos, y la que tiene con el cosmos. Todas estas
relaciones deben ser, sinérgicamente, restauradas, salvadas, “reorientadas”. No
puede faltar ninguna. Si falta una, falla todo.
6. Esperar y actuar con la creación significa, en primer lugar, aunar esfuerzos y, caminando junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, contribuir a «repensar entre todos la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites. Porque nuestro poder ha aumentado frenéticamente en pocas décadas. Hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, y no advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia» (Laudate Deum, 28). Un poder incontrolado engendra monstruos y se vuelve contra nosotros mismos. Por eso hoy es urgente poner límites éticos al desarrollo de la inteligencia artificial, que, con su capacidad de cálculo y simulación, podría ser utilizada para dominar al hombre y la naturaleza, en lugar de ponerla al servicio de la paz y el desarrollo integral (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2024).
7. «El
Espíritu Santo nos acompaña en la vida», esto lo entendieron bien los niños y
niñas reunidos en la plaza de San Pedro para su primera Jornada Mundial, que
coincidió con el domingo de la Santísima Trinidad. Dios no es una idea
abstracta de infinito, sino que es Padre amoroso, Hijo amigo y redentor de todo
hombre y Espíritu Santo que guía nuestros pasos por el camino de la caridad. La
obediencia al Espíritu de amor cambia radicalmente la actitud del
hombre: de “depredador” a “cultivador” del jardín. La tierra se
entrega al hombre, pero sigue siendo de Dios (cf. Lv 25,23).
Este es el antropocentrismo teologal de la tradición judeocristiana. Por tanto,
pretender poseer y dominar la naturaleza, manipulándola a voluntad, es una
forma de idolatría. Es el hombre prometeico, ebrio de su propio poder
tecnocrático, que con arrogancia pone a la tierra en una condición
“des-graciada”, es decir, privada de la gracia de Dios. Ahora bien, si la
gracia de Dios es Jesús, muerto y resucitado, entonces es verdad lo que dijo
Benedicto XVI: «No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido
por el amor» (Carta enc. Spe
Salvi, 26), el amor de Dios en Cristo, del que nada ni nadie podrá
separarnos jamás (cf. Rm 8,38-39). Constantemente atraída
hacia su futuro, la creación no es estática ni está encerrada en sí misma. Hoy
en día, también gracias a los descubrimientos de la física contemporánea, el
vínculo entre materia y espíritu se presenta de manera cada vez más fascinante
para nuestro conocimiento.
8. Por tanto, el cuidado de la creación no es sólo una cuestión ética, sino también eminentemente teológica, pues concierne al entrelazamiento del misterio del hombre con del misterio de Dios. Se puede decir que este entrelazamiento es “generativo”, ya que se remonta al acto de amor con el que Dios crea al ser humano en Cristo. Este acto creador de Dios otorga y funda el actuar libre del hombre y toda su eticidad: libre precisamente es su ser creado a imagen de Dios que es Jesucristo, y por ello “representante” de la creación en Cristo mismo. Hay una motivación trascendente (teológico-ética) que compromete al cristiano a promover la justicia y la paz en el mundo, también a través del destino universal de los bienes: se trata de la revelación de los hijos de Dios que la creación espera, gimiendo como con dolores de parto. En esta historia no sólo está en juego la vida terrena del hombre, está sobre todo su destino en la eternidad, el eschaton de nuestra bienaventuranza, el Paraíso de nuestra paz, en Cristo Señor del cosmos, el Crucificado-Resucitado por amor.
9. Esperar e actuar con la creación significa, pues, vivir una fe encarnada, que sabe entrar en la carne sufriente y esperanzada de la gente, compartiendo la espera de la resurrección corporal a la que los creyentes están predestinados en Cristo Señor. En Jesús, el Hijo eterno en carne humana, somos verdaderamente hijos del Padre. Por la fe y el bautismo, comienza para el creyente la vida según el Espíritu (cf. Rm 8,2), una vida santa, una existencia de hijos del Padre, como Jesús (cf. Rm 8,14-17), ya que, por la fuerza del Espíritu Santo, Cristo vive en nosotros (cf. Ga 2,20). Una vida que se convierte en un canto de amor a Dios, a la humanidad, con y por la creación, y que encuentra su plenitud en la santidad.
Roma,
San Juan de Letrán, 27 de junio de 2024
FRANCISCO
Texto original: https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/cura-creato/documents/20240627-messaggio-giornata-curacreato.html
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