Mucho se está escribiendo, hablando, debatiendo,… en múltiples espacios acerca del “nuevo Papa” y cómo debería ser su proceder para que esta Iglesia que formamos todos los discípulos del Maestro de Nazaret sea fermento y signo del Reino de Dios en la Tierra.
Cada cual lo hace desde su perspectiva, sus expectativas o idea de lo que “debería ser” y por lo tanto los enfoques tienen al final más varillas que cualquier abanico: todas arrancando desde un mismo punto pero apuntando a escenarios bien diferentes. Es normal, somos una Iglesia plural, hay en ella una gran diversidad de ritmos, grados, consciencias diferentes de lo que ser discípulos de Jesús significa; no es un problema, es un don, es una inmensa riqueza cuando somos capaces de armonizarnos (digo mal: aún no somos capaces de ello, más bien tendremos que confiar más en el Espíritu Santo porque si es por nosotros…).
El nuevo Papa debe ser…
Según
hemos entendido hasta ahora, las funciones y tareas de un Papa son “simplemente”
dirigir la Iglesia velando por preservar y enseñar los contenidos de la fe
cristiana, orientar a esta Iglesia en la interpretación de la Palabra de Dios y
procurar su unidad y armonía.
El quid
de la cuestión es el “cómo va a hacer eso, cuáles van a ser sus líneas fuertes,
sus prioridades,…” porque de ello se van a derivar las exhortaciones, mensajes,
discursos, acciones,… que nos impulsarán a todos a seguir una dirección u otra
y hacerlo además de unas maneras determinadas.
Quizás por ello damos tanta importancia a que ese Papa sea tal o cual, de éstas o de esas otras maneras y… está bien, es lógico que lo veamos cada cual como lo vemos. Pero… salen preguntas: ¿Qué valor le damos a la acción del Espíritu Santo que sustenta, fortalece, alimenta, orienta e impulsa a la Iglesia a ser fiel a las enseñanzas de Jesucristo?, ¿no será Él nuestro principal centro de atención o al menos eso debiera ser?. ¿Qué valor le damos a lo que el Vaticano II recalcó con fuerza, a pesar de las protestas de algunos prelados y la sorpresa de muchos, afirmando que “en la Iglesia todos somos Pueblo de Dios”?.
Somos Pueblo de Dios.
Pero…
¿nos lo creemos?, ¿nos lo creemos todos?.
Pongamos
por caso lo que sucede en nuestras parroquias o comunidades cristianas, tan
distintas unas de otras aunque todas tengan los mismos puntos esenciales. Hay
parroquias donde todo lo hace el cura y si éste dice A, todos dicen A y se hace
o se deshace según diga o haga él; hay otras, por el otro extremo, en las que
ese cura ni pincha ni corta, aparece como uno más y a veces ni siquiera se
tiene en cuenta su opinión; en medio de ambos extremos está toda la gama que
vemos en nuestra diversidad humana personal y comunitaria.
Hay parroquias
vacías, aparentemente sin vida, apagadas, tristonas,… en las que aparte de
celebrarse en ellas los Sacramentos, algún acto religioso y alguna atención
caritativa no se hace más nada y cuando se preguntan algunos “¿por qué pasa
esto?” la respuestas apuntan por lo general a un único responsable: al cura,
por supuesto, “porque no hace nada, no se mueve, no ilusiona, no promueve,…”.
Otras
parecen tocadas por un constante Pentecostés en las que faltan tiempos y
espacios para poder hacer todo lo que surge de la comunidad o comunidades que
la componen. “¿Por qué pasa así en éstas?, unos dirán que es porque hay un cura
que delega, que promueve la participación de todos, porque hay un Consejo Parroquial
activo, responsable de sus funciones; otros dirán que es porque el cura es
hiperdinámico y tal y que cual, etc… (No entramos en más cuestiones, sólo se pretende
contrastar un modelo con el otro y en medio… todos los demás).
Comparemos esto con lo que está pasando mientras esperamos al nuevo Papa.
Seamos el cambio que queremos ver.
¿Somos
de los que esperamos que “el Papa resuelva todo mientras nosotros nos quedamos a
verlas venir”?. Si pensamos así nos pasará como al caso de la parroquia vacía,
apagada donde el único responsable va a ser quien dirige esa comunidad, donde
hay una separación entre “él y nosotros”. No habrá corresponsabilidad porque no
hay consciencia de que todos somos Pueblo de Dios.
¿Somos
conscientes de que somos verdaderamente Pueblo de Dios?. Si lo somos nuestro
centro de atención no va a estar en lo que hagan o dejen de hacer los demás, ni
siquiera en lo que haga o deje de hacer el Papa, estará en ser fieles
discípulos de Jesús, en vivir sus enseñanzas, en ser coherentes con nuestra
propia fe personal y comunitaria.
Nuestro mundo sufre la violencia, muchas violencias de todo tipo; necesitaremos ser ejemplo y mensajeros de paz y concordia.
Nuestro
mundo pasa hambre y sed tanto material como espiritual; seamos signo del
compartir los bienes que llamamos nuestros y la Palabra para todos nuestros
hermanos.
Nuestro
mundo acusa la injusticia en múltiples formas; seamos denunciadores de todas
ellas, desde las más grandes y estructurales hasta las más pequeñas; seamos
erradicadores de todas ellas.
Nuestro
mundo anda dividido, enfrentado, crispado,…; seamos abiertos al mundo en toda
su diversidad como el Maestro lo fue, entendiendo que todos somos hijos de
Dios.
Nuestro mundo… necesita conocer a Dios, necesita experimentar el AMOR, aprender a AMAR; seamos los pies, las manos, el corazón,… para darLE al mundo entero.
...
Si
vivimos en coherencia con nuestra fe no habrá separación entre “él y nosotros”
y el nuevo Papa, sea quien sea, será nuestro hermano y nosotros sus hermanos;
no habrá tantos miedos a que sea tal o cual ni tantas suspicacias como algunos
tanto se empeñan en sembrar.
Santi Catalán
santi257@gmail.com
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