Epifanía
del Señor – A (Mateo 2,1-12)
Evangelio
del 06 / Ene / 2020
Hoy se
habla mucho de crisis de fe, pero apenas se dice algo sobre la crisis del
sentimiento religioso. Y, sin embargo, como apunta algún teólogo, el drama del
hombre contemporáneo no es, tal vez, su incapacidad para creer, sino su
dificultad para sentir a Dios como Dios.
Incluso los mismos que se dicen creyentes parecen estar perdiendo capacidad para vivir ciertas actitudes religiosas ante Dios.
Incluso los mismos que se dicen creyentes parecen estar perdiendo capacidad para vivir ciertas actitudes religiosas ante Dios.
Un
ejemplo claro es la dificultad para adorarlo. En tiempos no muy lejanos parecía
fácil sentir reverencia y adoración ante la inmensidad y el misterio insondable
de Dios. Es más difícil hoy adorar a quien hemos reducido a un ser extraño,
incómodo y superfluo.
Para
adorar a Dios es necesario sentirnos criaturas, infinitamente pequeñas ante él,
pero infinitamente amadas por él; admirar su grandeza insondable y gustar su
presencia cercana y amorosa que envuelve todo nuestro ser. La adoración es
admiración. Es amor y entrega. Es rendir nuestro ser a Dios y quedarnos en
silencio agradecido y gozoso ante él, admirando su misterio desde nuestra
pequeñez.
Nuestra
dificultad para adorar proviene de raíces diversas. Quien vive aturdido
interiormente por toda clase de ruidos y zarandeado por mil impresiones
pasajeras, sin detenerse nunca ante lo esencial, difícilmente encontrará «el
rostro adorable» de Dios.
Por
otra parte, para adorar a Dios es necesario detenerse ante el misterio del
mundo y saber mirarlo con amor. Quien mira la vida amorosamente hasta el fondo
comenzará a vislumbrar las huellas de Dios antes de lo que sospecha.
Solo
Dios es adorable. Ni las cosas más valiosas ni las personas más amadas son
dignas de ser adoradas como él. Por eso solo quien es libre interiormente puede
adorar a Dios de verdad.
Esta
adoración a Dios no aleja del compromiso. Quien adora a Dios lucha contra todo
lo que destruye al ser humano, que es su «imagen sagrada». Quien adora al
Creador respeta y defiende su creación. Están íntimamente unidas adoración y
solidaridad, adoración y ecología. Se entienden las palabras del gran
científico y místico Teilhard de Chardin: «Cuanto más hombre se haga el hombre,
más experimentará la necesidad de adorar».
El
relato de los magos nos ofrece un modelo de auténtica adoración. Estos sabios
saben mirar el cosmos hasta el fondo, captar signos, acercarse al Misterio y
ofrecer su humilde homenaje a ese Dios encarnado en nuestra existencia.
José
Antonio Pagola
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