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Tiempo ordinario – C (Lc 16,19-31)
Evangelio
del 29 / Sept / 2019
Según
Lucas, cuando Jesús gritó: «no podéis servir a Dios y al dinero», algunos
fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero «se reían de él». Jesús
no se echa atrás. Al poco tiempo, narra una parábola desgarradora para que los
que viven esclavos de la riqueza abran los ojos.
Jesús
describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo
pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay
entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
El
relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre
ambos. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre
está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no sólo los días de
fiesta sino a diario; el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a
la boca lo que cae de la mesa del rico. Solo se acercan a lamer sus llagas los
perros que vienen a buscar algo en la basura.
No se
habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado
o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera
es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra.
Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo,
enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para
hacerse cargo de él.
No nos
engañemos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los
años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos
acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a solo
unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más
absoluta.
Es
inhumano encerrarnos en nuestra «sociedad del bienestar» ignorando totalmente
esa otra «sociedad del malestar». Es cruel seguir alimentando esa «secreta
ilusión de inocencia» que nos permite vivir con la conciencia tranquila
pensando que la culpa es de todos y de nadie.
Nuestra
primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un
bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para
desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía
abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.
El
Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más
insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la
responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar.
José
Antonio Pagola
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