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Pascua – C (Jn 21,1-9)
Evangelio
del 05 / May / 2019
En el
epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús
resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta,
los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución:
algunos reniegan de su fe.
El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
Se
acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se
ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las
redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están
solos.
La
pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza:
«Salieron, se embarcaron y aquella noche no pescaron nada». Vuelven con las
redes vacías. ¿No es esta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que
ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?.
Con
frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas
obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están
vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener
y reavivar nuestra fe?.
En este
contexto de fracaso, el relato dice que «estaba amaneciendo cuando Jesús se
presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la
barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo,
su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos,
pero «no sabían que era Jesús».
¿No es
este uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos
sufriendo?. Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra
debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús
resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración
de la cena eucarística.
Es el
discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce: «¡Es el Señor!». No
están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con
humildad, pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a
Jesús: «Señor, tú sabes que te quiero». Los demás discípulos no pueden sentir
otra cosa.
En
nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús.
Creyentes que, con su vida y su palabra, nos ayuden a descubrir en estos
momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso
y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra
confianza en Jesús. A veces, no somos capaces de sospechar su fuerza para
sacarnos del desaliento y la desesperanza.
José
Antonio Pagola
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