ADELA CORTINA ORTS (València, 1948) es una filósofa española,
ganadora del premio internacional de ensayo Jovellanos 2007, catedrática de
ética de la Universidad de València y directora de la Fundación Étnor, Ética de
los negocios y las organizaciones empresariales.
“Vivimos
en una sociedad en la que no tiene cabida la compasión”.
Stephen Burgen, voluntario de Cáritas Diocesana de Barcelona y periodista de The Guardian, entrevista a Adela Cortina, autora del libro Aporofobia, el rechazo
al pobre.
El año
2017 nos ha dejado una palabra: Aporofòbia. Este término, que significa rechazo
al pobre, ha sido elegida palabra del año por la Fundación del Español Urgente.
Su creadora, Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la
Universidad de València, argumenta que en un mundo construido sobre el contrato
político, económico y social, los pobres parecen romper el juego de dar y
recibir y, por ello, prospera la tendencia a excluirlos. Hemos entrevistado a
Adela Cortina para hablar de la aporofobia como un atentado diario contra la
dignidad y el bienestar de las personas.
¿Por
qué era necesario inventar el término aporofobia?.
Se
trata de una realidad que hasta ahora no tenía nombre. Cuando una realidad
social no tiene nombre, la gente no se da cuenta de ella y pasa desapercibida.
La aporofobia, por lo tanto, es una realidad en la que los que están mejor
situados de la sociedad tienen una sensación de repugnancia hacia los pobres.
Que el fenómeno no tenga nombre, que no sepamos que está presente, no quiere
decir que no funcione y que no tenga influencia, y eso aún es peor.
¿En qué
consiste la animadversión a los pobres? ¿En menosprecio, repulsión, miedo?.
La
palabra aporofobia parece que signifique ‘odio’, pero no es necesariamente
odio. Puede sersensación de alarma, de miedo, yo lo traduzco como rechazo.
Normalmente, la gente tiene un comportamiento diferente cuando se trata de personas
vulnerables. Aunque se habla mucho de la xenofobia, la cristianofobia, la
islamofobia, etc., no se habla del rechazo hacia las personas simplemente por
ser pobres. Si una persona es extranjera pero está bien situada en la sociedad,
es aceptada. En cambio, si es pobre, automáticamente es descartada por la
sociedad.
Cuando
vemos a una persona sin techo o pidiendo limosna, ¿puede que evitemos mirarla
porque podríamos ser nosotros?.
Hay que
buscar las causas de por qué actuamos así. Hay un mecanismo disociativo que
consiste en evitar y olvidar todo lo que nos molesta. Nuestra tendencia vital
es a sobrevivir y cuando algo nos molesta y nos resulta incómodo tenemos esta
tendencia a ponerlo entre paréntesis. Cuando vemos a una persona sin techo o un
mendigo no sabemos qué hacer y miramos para otro lado.
¿Puede
que nos sintamos culpables de tener buena suerte, es decir, de encontrarnos en
una situación más favorable que ellos?.
Nos
damos cuenta de que somos un poco culpables, pero las malas situaciones de la
gente son culpa de todos, y la manera en la que se suele resolver el asunto es
culpándolos a ellos. En definitiva, si duermen en la calle seguro que es porque
no quieren trabajar, porque son holgazanes, y es una manera de quitarnos la
culpa. Sin embargo, creo que, más que preguntarnos por la culpa, el problema es
no querer ver la pobreza. Por ejemplo, en el tema de los refugiados, en
principio no tenemos ninguna culpa sobre las guerras, pero el rechazo que
estamos viendo en Europa es terrible.
¿Cree
que los valores del libre mercado son compatibles con el ejercicio de la
compasión?.
Una
parte del rechazo al pobre es que no puede ofrecernos nada. Este rechazo es una
tendencia que tiene todo el mundo. Lo que pasa es que las tendencias se pueden
trabajar o no trabajar y el sistema actual trabaja más unas tendencias que
otras. En un sistema competitivo se fomenta la tendencia al éxito o la
prosperidad y, por lo tanto, se rechaza a los pobres y los que fracasan.
Además, creo que se transmite que, si nos acercamos a ellos, incluso nos
podemos contaminar.
¿La
falta de compasión ha ido al alza en los últimos quince o veinte años?.
Yo creo
que la falta de compasión ha ido creciendo a lo largo de los años. La compasión
va creciendo porque cada vez se promociona más la cultura del triunfo y el
éxito y la compasión no tiene nada que hacer. La compasión tiene que ver
justamente con la persona que se encuentra en una situación más precaria, y lo
que nos gusta a todos es ser amigos de los que están mejor situados. Esto es lo
contrario de la compasión.
En la
actualidad, remar a favor de normas universalistas que protejan a todas las
personas no está en la agenda pública. ¿Cómo podemos hacer que se convierta en
un tema importante?.
Esto es
un punto clave. Vivimos en una época en la que ya contamos con la declaración
de derechos humanos de 1948. Sin embargo, todos sabemos que una cosa es la
declaración y otra cosa es la realidad y la realización en la vida cotidiana.
Esta realización tiene que consistir en respetar a todas las personas y
preocuparse por los más débiles. La solución sigue siendo la educación, porque
es el elemento que tenemos en nuestras culturas para seguir avanzando. Esta educación
no debe ser teórica, sino práctica. Hay que intentar convivir con la miseria de
los barrios más desfavorables de nuestras ciudades para darnos cuenta del dolor
que produce la pobreza, ya que la pobreza significa falta de libertad y en
estos momentos tenemos medios suficientes para que nadie sea pobre.
Hablemos
del tema de los refugiados. España ha acogido a muy pocos, pero la población
afirma que quiere
acoger. ¿Cree que hay alguna disonancia entre la actitud del gobierno y la
voluntad del pueblo?.
Completamente
de acuerdo. La actuación del gobierno es penosa, no hemos acogido a casi nadie
y la gente no está de acuerdo con lo que está haciendo su gobierno. El gobierno
tiene la obligación de respetar el sistema de cuotas y acoger a muchas más
personas, ya que la alternativa es la muerte o la miseria.
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