“¿Normalidad?.
Tampoco es que fuera muy normal lo que teníamos hasta el 13 de marzo…”. Se lo escuché
hace unos días a una buena amiga, voluntaria de Cáritas, una de esas personas
que “no dan puntada sin hilo”. “Que más de
media humanidad viviera en situación de vulnerabilidad y exclusión, y el
equilibrio del planeta anduviera al borde del colapso… tampoco parecía ni
parece muy normal”, me explicó. “No ganarás en popularidad con semejante discurso”, le repliqué
“en plan risas.
Pero no. De risas, las justas. Porque no resulta un
discurso amable el apuntar en estos momentos a la urgencia de intuir
aprendizajes de toda esta experiencia que vamos acumulando. ¡Que sí, que habrá
que salir, ya, cuanto antes, y los más posibles!. Digo que con la que está
cayendo, parece complicado sugerir (“¿ahora tiene que ser?”) caminos de
humanización, que de entre tanto escombro pueda surgir esperanza y futuro. Es
valiente proponer en esta fase crítica de la historia la urgencia de estar muy
atentos a acoger “las lecciones que esta pandemia”
nos lanza a gritos, como leía hace días (¡qué importante estar
alerta ante “este sistema socioeconómico que mata”, que excluye y descarta! –como denuncia Francisco en E.G.53-, un sistema que
provoca “cada vez más desigualdades y conflictos, agresiones al medio ambiente,
aumentando la vulnerabilidad de pueblos enteros…”: ante la amenaza
común pandémica “se pone de manifiesto una vez más que son los pobres quienes más van a
sufrir las consecuencias de la crisis, y que las desigualdades son mortíferas…”).
Hace unas semanas -seguro que recordáis la estampa pandémica- en el escenario
imponente de la Plaza de San Pedro totalmente vacía, bajo la lluvia, el mismo
Francisco, en un discurso valiente y profético a
mi juicio, hablaba de un tiempo que está desenmascarando muchas
vulnerabilidades y falsas seguridades de nuestra sociedad, gigante “con pies de
barro” (se nos cae “ese maquillaje, aparentando “permanecer siempre sanos en un
mundo enfermo… sintiéndonos fuertes y capaces de todo; dejándonos absorber por
lo material y trastornar por la prisa, no nos hemos despertado ante guerras e
injusticias globales, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro
planeta gravemente enfermo”): es momento “de nuestro juicio”,
decía Francisco, de elección (“no de tu juicio sino de nuestro juicio, el
tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa y es
transitorio, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”).
¡Vaya!. Se trata de elegir. Y es una elección tuya y
mía, y también de dimensiones comunitarias, “nuestro juicio”: elegir “lo que
cuenta”, lo que es verdaderamente importante. Y no sé, ¿qué pensáis?, ¿os veis
y nos vemos capaces de estar aprendiendo algo de todo esto?. Me comentaba un
buen amigo y filósofo de vocación y profesión, que en estas semanas y en
círculos de reflexión y de construcción de discurso, parece que no abundan los
buenos augurios: “volveremos a lo
mismo, no hay quien nos redima, es demasiado lastre este sistema que nos determina
y deshumaniza”… Tal vez podemos dejarnos llevar de discursos
fatalistas, con ese punto de determinismo… O quizás…
Cierto es que el contexto inédito que vamos viviendo,
cambiante por horas, dibuja unas perspectivas de futuro inciertas (se multiplica exponencialmente la
precariedad, tantas personas y familias que ven hipotecadas sus esperanzas,
urgen planes de sostén y rescate para prácticamente todos los sectores
productivos, a nivel estatal, autonómico, local…). Y quienes ya vienen de largo subsistiendo en medio de intemperies y con
especial vulnerabilidad, son ahora revictimizados y –no hay nada que
indique lo contrario- padecerán doblemente las consecuencias de esta
macrocrisis. Así lo expresaba Francisco en estos días en esa carta enviada a
las trabajadoras y trabajadores más humildes y desprotegidos (dirigida, una vez
más, a los movimientos populares en
este contexto global conmocionado): ha vuelto a denunciar que los trabajadores pobres “han sido excluidos de los beneficios de la
globalización pero no de sus perjuicios”; quienes viven en situación de
pobreza, trabajadores y trabajadoras de la economía sumergida, personas
desempleadas, inmigrantes, jóvenes, mujeres, mayores de 45 años… son los
colectivos más vulnerables que sufren y sufrirán doblemente los efectos de esta
crisis; propone como respuesta una renta mínima, un “salario universal”, que
reconozca la radical dignidad del trabajador y la trabajadora.
Inevitable pensar –afirmaba al respecto Gonzalo Ruiz, presidente de la HOAC–
“en
las familias trabajadoras de los barrios más olvidados de nuestras ciudades”,
personas que pueden quedarse al margen de las medidas oficiales de protección
(parados de larga duración, economía sumergida, empleadas del hogar y de
cuidados sin contratos e inmigrantes…).
“Esta crisis es la ocasión para que todas y
todos salgamos sin dejar atrás a nadie, implicando a toda la sociedad en este
reto, junto al Estado, fuerzas políticas, agentes sociales y económicos”.
Francisco nos urge en el camino a seguir
–continúa Ruiz-, “que no es otro que el de la solidaridad y
el acompañamiento”, situándonos
“en el horizonte, ahora más que nunca, de las personas, las comunidades, los
pueblos, que deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir…
construyendo y acompañando las comunidades de nuestros barrios y pueblos”.
“Todas y todos… unidad… solidaridad y acompañamiento”.
Habrá que apostar por ello, atreverse a sembrar estos “grises” de experiencias
alternativas que aúnen, que apunten a la salida… Por compartir luces de
esperanza en medio del túnel, un ejemplo: esa iniciativa conjunta del tejido
social alicantino, del que nos hicimos eco hace unos días, promovida
por la Plataforma contra la Pobreza, la Exclusión y la
Desigualdad Social en Alicante, un escrito de adhesión dirigido a
nuestro Ayuntamiento en el que confluyen en torno a 70 colectivos y
organizaciones muy diversos urgiendo a que “se priorice, especialmente en estos
momentos de emergencia social, la protección de los derechos de las personas y
de los barrios más expuestos a la exclusión” -“lo primero, las personas”-, insistiendo en la necesidad apremiante
de un Plan de Inclusión Social,
reivindicación histórica y aún pendiente, que ofrezca un marco suficiente de
mecanismos de respuesta y atención a quienes más lo necesitan, “para que no se
ensanchen las desigualdades, para que podamos responder como ciudad a las
personas y barrios más vulnerables”.
En fin, os lo comparto porque a mí me sabe a
esperanza. Sí, con la que está cayendo. Que queda dejarse llevar por el
determinismo pesimista, decía yo; o esmerarse en miradas atentas, que se
empeñen en rescatar detalles de luz que apunten a futuro. Permitidme un relajo
y que os comparta una canción, que a más de uno nos ha emocionado, exitazo de
Coldplay de hace más de una década. Parece ser (seguro que los fans lo sabéis)
que la letra de este tema habla del rey Luis XVI de Francia (de hecho, en
un videoclip primitivo aparece
el líder del grupo, Chris Martin,
caracterizado como aquel monarca del XVIII): el rey que “gobernaba el mundo -dice la letra de la canción–
pero cuyos altos castillos estaban construidos sobre pilares de arena y sal”…
No he podido evitar pensar en este
“sistema de destrucción” que muere matando porque sus cimientos están asentados
en la injusticia y en la deshumanización. Entre tantas grietas y desmorone,
seguramente se esconden posibilidades de luz, necesidad de miradas
“resucitadas” (como sugiere Miryam Artola en su
viñeta que nos sirve de portada, homenaje a Leonard Cohen -“así entra la luz,
precisamente porque hay una grieta en todo”-). Que no se nos olviden: hay pistas de reconstrucción, de
humanización.
¿Le daremos tregua al monstruo… al regreso de esta pesadilla?. ¿O
revisaremos sus “grietas”?. Seguramente se trata de una elección
–que decía Francisco-, de alinearse, en nuestras decisiones
personales y colectivas. A ver si acertamos: “…y en el camino nos encontraremos”.
Javier Sebastián
Maestro de
Primaria y militante de la HOAC
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