Una Iglesia pobre.
El
nombramiento del nuevo papa, Francisco I, ha despertado en millones de personas
de todo el mundo esperanzas e ilusiones sobre la posible reforma de la Iglesia.
Por otra parte estamos celebrando el cincuentenario del Concilio Vaticano II,
donde a pesar del deseo de Juan XXIII y aunque la idea se trató de forma
tangencial en varios documentos, no se expresó de forma explícita el tema de
una Iglesia pobre y al servicio de los pobres. Por ello al final del Concilio
un grupo de padres conciliares reunidos en la Catacumba de Santa Domitila
suscribió lo que se llamó el Pacto de las Catacumbas. Creo que es útil recordar
este documento que nos puede servir tanto para recordar el Concilio como para
abrir nuevas expectativas para la renovación de la Iglesia.
El pacto de las catacumbas: una
Iglesia servidora y pobre.
“Nosotros,
obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias
de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros
en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la
presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre
todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de
los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos
con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo
y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con
conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda
la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que
sigue: