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Tiempo ordinario – C (Lc 18,9-14)
Evangelio
del 27 / Oct / 2019
La
parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un
rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de
sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce
humildemente su pecado.
Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: «Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo».
Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: «Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo».
Para
escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que
Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la
conciencia de «algunos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a
los demás». Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de
nuestros días.
La
oración del fariseo nos revela su actitud interior: «¡Oh Dios!. Te doy gracias
porque no soy como los demás». ¿Qué clase de oración es esta de creerse mejor
que los demás?. Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una
actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por
eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.
El
publicano, por el contrario, solo acierta a decir: «¡Oh Dios!. Ten compasión de
este pecador». Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar
de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No
juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.
La
parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa
engañosa, que nos permite vivir seguros de nuestra inocencia, mientras
condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o
actúa como nosotros.
Circunstancias
históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a
los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer
la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que
los agnósticos?. ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no
practicantes?. ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de
los pecadores?. ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir
convirtiéndonos a Dios?.
En
cierta ocasión, ante la pregunta de un periodista, el papa Francisco hizo esta
afirmación: «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?». Sus palabras han sorprendido
a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y
evangélica de un papa católico. Sin embargo, ésa es la actitud de quien vive en
verdad ante Dios.
José
Antonio Pagola
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