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Tiempo ordinario – C (Lc 18,1-8)
Evangelio
del 20 / Oct / 2019
Lucas
narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para explicar a sus
discípulos «cómo tenían que orar siempre sin desanimarse». Este tema es muy
querido al evangelista que, en varias ocasiones, repite la misma idea. Como es
natural, la parábola ha sido leída casi siempre como una invitación a cuidar la
perseverancia de nuestra oración a Dios.
Sin
embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús,
vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta cuatro veces se
repite la expresión «hacer justicia». Más que modelo de oración, la viuda del
relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad
corrupta que abusa de los más débiles.
El
primer personaje de la parábola es un juez que «ni teme a Dios ni le importan
los hombres». Es la encarnación exacta de la corrupción que denuncian
repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de Dios y no
respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son casos aislados. Los
profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la estructura
machista de aquella sociedad patriarcal.
El
segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad injusta. Por
una parte, vive sufriendo los atropellos de un «adversario» más poderoso que
ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en absoluto su
persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos
en la mayoría de los pueblos.
En la
conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes que nada, pide
confianza en la justicia de Dios: «¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le
gritan día y noche?». Estos elegidos no son «los miembros de la Iglesia» sino
los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es el
reino de Dios.
Luego,
Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus discípulos: «Cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». No está pensando
en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe que alienta la actuación de la
viuda, modelo de indignación, resistencia activa y coraje para reclamar
justicia a los corruptos.
¿Es ésta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las sociedades del
bienestar?. Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la
espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación,
demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado
consuelo y poca hambre de justicia.
José
Antonio Pagola
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