32 Tiempo ordinario – C (Lc 20,27-38)
Evangelio del 10 / Nov / 2019
Jesús no se dedicó a hablar mucho de la vida
eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones fantasiosas de la
vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera despierta esperanza.
Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la gente. Contagia una
confianza total en Dios.
Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.
Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.
Solo cuando un grupo de saduceos se le acerca
con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota de su
corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios «no
es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos».
Su fe es sencilla. Es verdad que nosotros
lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido aquí en
la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo
esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está compartiendo su
vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.
El rasgo más preocupante de nuestro tiempo es
la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último y las
pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este vacío de
esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la vida. Nada
merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.
Estos tiempos de desesperanza, ¿no nos están
pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas más
radicales que llevamos dentro?. Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes
han abandonado y por el que otros siguen preguntando, ¿no será el fundamento
último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la vida?. Al final
de todos los caminos, en lo profundo de todos nuestros anhelos, en el interior
de nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio último de la
salvación que andamos buscando?.
La fe se nos está quedando ahí, arrinconada en
algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que no merece la
pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así?. Ciertamente no es fácil creer, y es
difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la vida nos está
pidiendo una respuesta lúcida y responsable.
Esta respuesta es decisión de cada uno.
¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una
falsa ilusión que no nos ayuda a vivir?. ¿Quiero permanecer abierto al Misterio
último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la
acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora?.
José Antonio Pagola
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