Cristo
Rey – Domingo 34 - C (Lc 23,35-43)
Evangelio
del 24 / Nov / 2019
Según
el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de
quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber
captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha
visto en su rostro la mirada compasiva de Dios.
Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las
autoridades religiosas su burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido
salvar a otros; que se salve ahora sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el
«Elegido» por él, ya vendrá Dios en su defensa.
También
los soldados se suman a las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios.
Se ríen del letrero que Pilato ha mandado colocar en la cruz: «Este es el rey
de los judíos». Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su
fuerza salvándose a sí mismo.
Jesús
permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el
Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une
para siempre a todos los crucificados de la historia?. ¿Cómo podríamos creer en
un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?.
De
pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». No es un discípulo ni un seguidor
de Jesús. Es uno de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo
propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
Este
hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que
no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le
escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte.
De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá
hacer por él.
Jesús
le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los
dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero
inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En
medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados.
No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe
pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de
la vida, invocan a Jesús a su manera. «Jesús, acuérdate de mí» y Jesús los
escucha: «Tú estarás siempre conmigo». Dios tiene sus caminos para encontrarse
con cada persona y no siempre pasan por donde nosotros pensamos. Lo decisivo es
tener un corazón para abrirnos al misterio de Dios encarnado en Jesús.
José
Antonio Pagola
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