Domingo
de Ramos – C (Lc 22,14 – 23,56)
Evangelio
del 14 / Abr / 2019
Detenido
por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna; el
Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen
buscando su propia seguridad.
Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.
Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.
El silencio
de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los
evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves,
pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y
agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas
ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre
estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que
descubren lo que hay en su corazón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen». Así es Jesús. Ha pedido a los suyos «amar a sus enemigos» y «rogar por
sus perseguidores». Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su
crucifixión en perdón.
Esta
petición al Padre por los que lo están crucificando lo hemos de escuchar como
el gesto sublime que nos revela la misericordia y el perdón insondable de Dios.
Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios.
Su misericordia no tiene fin.
Marcos
recoge un grito dramático del crucificado: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me
has abandonado?». Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el
abandono más total son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre
querido lo está abandonando. ¿Por qué?. Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde
está?. ¿Por qué se calla?.
Este
grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a
Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en
labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte:
Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas?. ¿No vas a responder nunca a los gritos y
quejidos de los inocentes?.
Lucas
recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús
mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi
un susurro: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Nada ni nadie lo ha
podido separar de él. El Padre ha estado animando con su Espíritu toda su vida.
Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su
silencio y lo resucitará.
Esta
semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la pasión y
la muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús
crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.
José
Antonio Pagola
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