Si Jesús, después de haber muerto tan dramáticamente, quedara en la
sepultura como uno más, diríamos que había sido un hombre extraordinario, de
una conducta ética intachable, entrañablemente comprometido con las personas
más débiles e indefensas, profundamente humano, lleno de ternura, acogedor,
cercano, decidido, carente de prejuicios, totalmente libre, sumamente sensible
ante el sufrimiento,
solidario con los pobres y exigente con los poderosos, portador de un gran mensaje humanitario y liberador para la humanidad, de una coherencia absoluta hasta la muerte de sus hechos con sus palabras, pero que acabó siendo víctima injusta como tantos otros hombres a lo largo de la historia que, pasando haciendo el bien, terminaron asesinados. De nuestro tiempo tenemos a Oscar Romero, a Luther King, a los Jesuitas de la UCA, a Rutilo Grande…
solidario con los pobres y exigente con los poderosos, portador de un gran mensaje humanitario y liberador para la humanidad, de una coherencia absoluta hasta la muerte de sus hechos con sus palabras, pero que acabó siendo víctima injusta como tantos otros hombres a lo largo de la historia que, pasando haciendo el bien, terminaron asesinados. De nuestro tiempo tenemos a Oscar Romero, a Luther King, a los Jesuitas de la UCA, a Rutilo Grande…
Pero no, Jesús resucita para todos y para toda la creación, a fin de que
todos y todo tengamos vida y vida en abundancia y para siempre.
Su muerte fue un evidente asesinato. Pero de aquí brotará lo más importante
de la vida de Jesús: el acontecimiento de la resurrección, que no es
homologable con ningún otro hecho histórico susceptible de verificación, pero
lleno de la mayor riqueza y esperanza para nuestras propias vidas.
Jesús resucitado ya no pertenece a la historia humana con sus limitaciones,
sufrimientos, impotencias, frustraciones. La resurrección trasciende esta
vida, inicia otra existencia que es de plenitud, que colma todos los anhelos
que nos podamos imaginar y mucho más.
La resurrección se sitúa más allá de la historia, no pertenece a este
mundo. A Jesús nadie de este mundo pudo verle resucitar, porque la resurrección
pertenece a otra dimensión que está más allá de lo que alcanzamos a ver aquí.
Lo más que alcanzamos a comprender es que responde a nuestros anhelos más
profundos de vivir para siempre y en plenitud, y no de morir para quedar
muertos. Jesús se esforzó una y otra vez en convencer a los discípulos
de que estaba vivo de nuevo, de que no había muerto para quedar muerto. Ellos
nos transmitieron su experiencia de la resurrección de Jesús para que la
sintamos como propia.
Los evangelistas cuentan de muchas maneras la experiencia de haber tratado
con Jesús resucitado, pero todos coinciden en afirmar lo mismo: Jesús
ha resucitado. Fueron muy honestos y veraces en sus narraciones, pues a
pesar del absoluto machismo imperante, recogen su primera
aparición de resucitado a María Magdalena, llamada así porque era de Magdala,
una ciudad de pescadores a orillas del lago de Tiberíades, que tenía una
importante sinagoga, descubierta recientemente por arqueólogos mexicanos.
Posiblemente en esta sinagoga conoció María Magdalena a Jesús, que quedó tan
admirada y prendada de El que decidió seguirlo por toda Galilea y acompañarlo
constantemente hasta estar a su mismo lado junto a la cruz.
Pues bien, para María Magdalena fue la primera aparición de Jesús
resucitado, y no sólo eso, sino que Jesús la llama por su nombre y le dice:
“deja de tocarme porque aun no he subido al Padre, pero ve a mis hermanos y
diles: 'subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios'”. María
Magdalena fue a anunciar a los discípulos: “He visto al Señor”, y les cuenta
las cosas que le había dicho (Juan 20,11-18). Por eso con razón Rabano
Mauro y Tomás de Aquino, la llamaron Apóstola de los Apóstoles. En virtud de lo cual, por
expreso deseo del Papa Francisco, a partir de junio de 2016 la
celebración litúrgica de María Magdalena, tiene el mismo grado de festividad
que se da a las celebraciones de los Apóstoles en el calendario romano general.
Una nueva aparición fue para varias mujeres entre las que está también
María Magdalena,, a las cuales Jesús les da este encargo: “No temáis. Id
a decir a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán” (Ver Mateo
28,9-10). Pero los discípulos no les creyeron, porque en la cultura hebrea de aquella época el testimonio de las mujeres carecía de valor.
Luego vinieron diferentes apariciones a todos los discípulos, algunos de
los cuales tardaron en reconocer que estaba vivo de nuevo, porque la
vuelta a la vida de una persona crucificada, que muere clavada en la cruz,
y es sepultada, era un hecho completamente insólito y único en la historia.
Pero los cuatro Evangelistas, igual que atestiguan su muerte en la cruz,
atestiguan también de múltiples formas su resurrección.
Al final se convencieron de tal manera que a partir del hecho de la
resurrección y no antes, todos los apóstoles y discípulos empiezan a llamarle a
Jesús Señor. Y estaban tan convencidos de ello que dieron su vida por esta
causa. La resurrección de Jesús fue lo primero que empezaron a enseñar
y a atestiguar, porque se dieron cuenta de que era el hecho cumbre y más
importante de su vida, para El y para nosotros.
La Resurrección de Jesús es un hecho único en la historia humana, es el
elemento básico y central del cristianismo, el fundamento de la fe, del testimonio
y del compromiso cristiano. Por eso, la celebración de la fiesta de la Pascua
es para los cristianos la más importante de todas.
La resurrección de Jesús es para nuestra resurrección, para nuestra vida
eterna.
Cuando los Evangelio emplean la expresión “en verdad, en verdad, os digo”
es que dan por cierta y segura una cosa. Así Jesús en Juan 5, 24 dice:
“En verdad, en verdad os digo: llega la hora en que los muertos oirán la voz
del Hijo de Dios…llega la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz, y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida”.
En Juan 6,39 y siguientes leemos: “Esta es la voluntad del que
me ha enviado: que no pierda nada de lo que El me ha dado, sino que lo resucite
en el último día, porque esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al
Hijo y cree en El tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día…En
verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna”.
Lucas en 20,38: recoge estas palabras de Jesús: “Dios no es Dios
de muertos, sino de vivos, porque para El todos están vivos”.
En Mateo, en el importantísimo pasaje del juicio final (25,31-46), Jesús
vincula la vida eterna al compromiso con los hambrientos, sedientos,
enfermos, desnudos, emigrantes y encarcelados, afirmando que el cuidado a todas
esas personas es un deber de justicia, al decir: “los justos irán a la vida
eterna”, “porque lo que hicisteis con ellos a mi me lo hicisteis”. La
justicia es el primer grado de amor.
San Pablo habla en sus escritos con frecuencia de la resurrección de Jesús
y la vincula de tal manera a la nuestra que emplea un verbo nuevo para decirlo:
“con-resucitar” con El, añadiendo al verbo correspondiente la preposición
“con” (συν en griego). Lo hace también
con otros verbos, como “con-sentar”. Considera que en la
resurrección de Jesús ya estamos todos resucitados e incluso con-sentados con
El en el cielo. Así en la carta a los Efesios (2,6) dice: “Dios por
el gran amor con que nos amó, nos con-vivificó en Cristo y nos con-resucitó y
nos con-sentó en los Cielos en Cristo Jesús”. Lo mismo hace en la
segunda carta a Timoteo 2,12.
La Resurrección de Jesús es también para la Creación: Cuando a un
amigo mío le murió una perrita que estaba muy encariñada con él exclamó:
“menos mal que estaré en el cielo de los perritos”.
San Pablo en la carta a los Romanos 8,18-23, escribe: “Estimo que
los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura
que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera
ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sometida
a la decadencia, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero
conservando la esperanza de que también la creación será liberada de la
esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los
hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera, gime hasta el presente
y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos
las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice el
rescate de nuestro cuerpo”.
Otro
texto está en el Apocalipsis, que dice: “Vi un cielo nuevo, y una
tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar ya
no existe. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de
junto a Dios, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una
voz fuerte que decía desde el trono: esta es la morada de Dios con los hombres.
Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos.
Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni fatigas, porque el mundo viejo ha
pasado. Entonces el que estaba sentado en el trono dijo: Mira que hago un
universo nuevo”.
La existencia de la resurrección y la necesidad de plenitud es una
exigencia irrenunciable de justicia, porque:
- -millones de seres humanos a lo largo de la historia han muerto cruelmente de manera injusta y prematura, víctimas de otros seres humanos.
- -millones de seres humanos han sido tratados como esclavos, comprados y vendidos peor que ganado en una feria.
- -millones de seres humanos han sido torturados hasta la muerte.
- -actualmente millones de seres humanos nacen con hambre, viven con hambre y mueren con hambre.
- -actualmente millones de mujeres son explotadas y esclavizadas, sometidas y abusadas hasta la muerte.
- -miles de personas, agobiadas de sufrimientos, huyen de los países pobres en busca de una vida un poco digna, para al final, después de terribles esfuerzos, morir en el desierto africano o sepultadas en el mar de muertos, que es el Mediterráneo.
- -actualmente 18 millones de personas han tenido que huir de su tierra para acabar en campos de refugiados.
Si millones de animales, peces y aves, que sienten, que sufren, que quieren
vivir, que incluso son injusta e innecesariamente torturados como diversión
para los hombres, han muerto y siguen muriendo para quedar muertos, quién les
puede reparar tanto daño si la muerte ha acabado definitivamente con ellos?. Nosotros ya nada podemos hacer para repararles un daño tan grande. Por eso
también para ellos morir para quedar muertos es inadmisible e
insoportable.
Estos interrogantes tan gravísimos, sin resurrección no tienen respuesta.
Sin embargo todos nos preguntamos ansiosamente por ella. El mundo es limitado,
finito, y por tanto imperfecto e incompleto, y por eso mismo nosotros también
lo somos. En consecuencia el mundo no es un paraíso. Es más, a veces parece un
infierno, lleno de sufrimientos enormes y absurdos por todas partes.
Solo la resurrección, superadora de tanto mal, puede dar sentido a todo
esto. La aspiración de todo ser vivo es vivir para siempre y feliz: la
respuesta a esta aspiración es Jesús resucitado, y no sólo para los
seres humanos, sino también para toda la creación. Sin duda tiene que
haber y va a haber plenitud para todos y para todo, lo contrario sería
totalmente absurdo.
En cambio, a la luz de la resurrección, todo adquiere nuevo sentido:
- -todo lo que mata, destruye, hace sufrir, daña, perjudica, es indigno y, rechazable.
- -todo aquello que potencia y facilita la vida, la felicidad, la alegría, la
justicia, el amor la igualdad, la esperanza, la fraternidad, la paz, para
todos y para todo, es muy digno y aceptable y adquiere mucho valor.
Un abrazo muy cordial a tod@s en esta Pascua de
Resurrección de 2019.- Faustino Vilabrille
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