Evangelio
del 03 / Mar / 2019
Nuestros
pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un
poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No es fácil
liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas
y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día
nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros
mismos.
Ni
siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de
múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento
indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar
gozosamente ante Dios.
Pues
bien, precisamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares
de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia
cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.
Se nos
ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas,
liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el
silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se
sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en
silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y
la paz.
Cuánto
necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a
entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y
rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.
Acostumbrados
al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la
soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que
solo nos alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar
en lo más hondo de nuestro ser.
Sin ese
silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en
nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según
Jesús, la persona «saca el bien de la bondad que atesora en su corazón». El
bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer
en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si
acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el
silencio de su corazón.
José
Antonio Pagola
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