jueves, 28 de marzo de 2019

Acabar con todos los infiernos


Si luchamos por acabar con los infiernos de este mundo, que no nos preocupen nada otros infiernos.

Lucas 15,1-3.11-32: Este texto recoge la excelente parábola del Hijo pródigo, que se la cuenta Jesús a los fariseos y escribas, que se consideraban los buenos y a los demás los malos: era un padre que tenía dos hijos, y el menor le pidió al padre la herencia, cogió todo lo suyo y se marchó de casa.
Lo gastó todo de mala manera y luego acuciado por el hambre reflexiona y quiere volver a casa y pedirle perdón a su padre, “porque pequé contra el cielo y contra ti”. El padre quiere que vuelva, y sale a mirar todos los días a ver si lo ve venir. Un día ve que se acerca y corre a besarlo y abrazarlo, y organiza una gran fiesta para celebrar su retorno, pero el hijo mayor en vez de alegrarse se enoja contra el padre porque para él nunca organizó una fiesta. El padre le dice: “Hijo, tu estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”.

1.- Sin estar con el pueblo pobre, oprimido, despreciado y marginado, no se puede entender el Evangelio ni estar con Jesús: Jesús era un pedagogo extraordinario. De los hechos de la vida diaria sacaba muchas y valiosas enseñanzas, como en este caso. Vamos a fijarnos solo en algunas:

La gente del pueblo más sencilla y despreciada, considerada pecadora, acude a escuchar a Jesús, porque su mensaje sintoniza con sus aspiraciones y necesidades: eran los empobrecidos y esclavos de Galilea, que son hoy millones de africanos, suramericanos, indios... A Jesús le gusta estar con esta gente sencilla y comer con ella, porque son personas abiertas a su enseñanza. Pero hay otros que se consideraban los buenos, sabios y entendidos, como los fariseos, que acuden justamente para criticarlo: hoy son los ricos y poderosos del norte opulento. Son los que presumen de cumplir las leyes, de ser gente de orden, de atenerse en todo a lo que está mandado pero mandado a favor de los de arriba, y critican lo mandado a favor de los de abajo. Son el hermano mayor, duro y exigente, que no perdona ni acoge al hermano menor a pesar de que regresa arrepentido pidiendo perdón.
Sin estar con el pueblo pobre, oprimido, despreciado y marginado, no se puede estar con Jesús, ni entender el Evangelio (“Lo que hicisteis a los más necesitados a mí me lo hicisteis”).

2.- Nuestra riqueza es su miseria: Nos acaban de comunicar de Ruanda que aquello ya no es pobreza, es miseria. "Todo derroche es una injusticia contra los que no tienen lo necesario, y contra la naturaleza": El hijo menor se marcha lejos a gastar sin control y vivir perdidamente: vivir perdidamente es perderse. Todo derroche es una injusticia contra los que no tienen lo necesario y contra la naturaleza, a la que ya estamos exigiendo más de lo que puede dar; esto es un gran pecado de los países ricos del Primer Mundo contra los países pobres del Tercer Mundo, y por tanto contra Dios, porque los países ricos vivimos a costa de los países pobres: nuestra riqueza es su miseria, como estamos haciendo con Africa.
Esta frase destacada nos la envió una colaboradora como respuesta a un Comentario anterior: expresó magníficamente lo que estamos haciendo con los africanos.

Los padres que dan a sus hijos más de lo necesario, y no los educan en la responsabilidad y la austeridad, están fabricando futuros delincuentes, viciosos, insaciables, que acabarán siendo víctimas de sí mismos y para los demás, como el hijo menor. Si aciertan a reflexionar y reaccionan como este hijo menor, pueden ser mejores, más humildes y misericordiosos que el hermano mayor, más acogedores, comprensivos y humanos. Son, por ejemplo, aquellos reclusos de hoy, que, desde la dureza de la cárcel, luchan por rehacer sus vidas y ayudan, desde su experiencia dolorosa, a evitar que otros vayan por el mismo camino que a ellos los llevó al talego.


3.- "Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo". El Dios de Jesús es un Padre lleno de ternura, de compasión, de comprensión, de afecto, de cercanía, de encuentro, de abrazos, de besos. Jesús, su Hijo, dijo: "Yo he venido para que todos se salven y nadie se pierda". Es el mismo Jesús quien quiere tener a todas las ovejas en el redil, y por eso sale a buscar a una que le falta: La busca, la encuentra, la pone sobre sus propios hombros y la trae también para el redil para que todas estén felices en la plenitud de la vida. Jesús quiere que absolutamente todos entremos en la plenitud de Dios, que no se pierda ni uno solo.
Con un Padre así y un Hijo que vino a salvar a todos/as y a toda la creación: ¿puede haber infierno eterno, puede haber condenación eterna?: Imposible. Sería una total contradicción, y una total injusticia, porque un daño temporal por horroroso que sea no se puede comprar con un daño eterno.
Vemos gente en este mundo que nos parece que son la maldad personificada, que no merecen nada bueno. Pues Dios, también a éstos los va a llevar a la plenitud. ¿Cómo?. Ahí es donde Dios va a desplegar toda su grandeza, bondad, su sabiduría y poder infinitos, porque el más allá está en las manos de Dios. Ante esto, ¿acaso reaccionaremos nosotros como el hijo mayor?.

Los infiernos del más allá no nos deben preocupar nada, pero sí, y mucho, los grandes infiernos de este mundo, que encendemos unos contra otros, hasta llegar a matarnos de muchas formas: con el odio, la venganza, las guerras, las torturas, el hambre, las injusticias, los abusos, las violencias, los desprecios, los insultos, las envidias, las calumnias, la corrupción, los sobornos, las trampas, las mentiras, los engaños sentimentales (que siempre son muy dolorosos)…

En una ocasión un predicador, en vez de hablar contra los infiernos de este mundo, hablaba del miedo al otro infierno, y entró en la iglesia una mujer muy pobre que venía del monte de recoger leña, descalza, con heridas en los pies, y al oír aquellas amenazas exclamó:
“¡Con las que hay que pasar en este mundo, y que todavía amenacen con el otro!". Una misionera nos decía hace unos días desde Ruanda: “esto no es pobreza, es miseria, esto es un infierno”.

4.- "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti": Aquí hay una afirmación de Jesús muy importante: este hijo menor no había renegado de Dios, no se había dirigido a Dios con palabras ofensivas, airadas, y sin embargo dice que ha pecado contra el cielo, pero contra el cielo no hizo nada. Lo que hizo fue contra su propio padre, y esto es lo que hizo contra el cielo. Jesús insiste muchas veces en su mensaje en ayudarnos a descubrir, la relación indisoluble que existe entre Dios y los demás.
Damos mucha más importancia al culto a Dios que al culto (servicio) al hombre; nos preocupa estar bien con Dios aunque estemos mal con el hombre. Dios no está en los templos suntuosos, ni en las basílicas lujosas, en las catedrales grandiosas: Dios está vivo en los seres humanos: aquí es donde tenemos que reconocerlo, no porque El necesite algo de nosotros, sino porque es el ser humano quien lo está necesitando, y solo desde la respuesta al ser humano estamos respondiendo a Dios y a la autenticidad de la fe. La respuesta de Jesús a las necesidades concretas de las personas es la columna vertebral que atraviesa todo el Evangelio. Sólo por esas respuestas se nos va a preguntar al final de nuestros días. Jesús lo resume en algo tan claro, sencillo y evidente como esto: "esto os pido, que os améis unos a otros como yo os he amado", y el amor se puede vivir en todo tiempo y lugar, y ahí estará el templo vivo de Dios.

5.- El padre le dijo al hijo mayor: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, no enojarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”: Los cristianos no podemos odiar a los opresores de los oprimidos, a los empobrecedores de los empobrecidos, como el hijo mayor que no acepta el retorno del hermano pequeño.
La Iglesia, en coherencia con Jesús, tiene que ser la primera en luchar contra la opresión, y la pobreza. Denunciar a los opresores y empobrecedores para que dejen de serlo, poniéndose siempre de parte de los oprimidos. Rechazamos, sí, a los opresores y empobrecedores en cuanto tales, no como personas. Al contrario: queremos que dejen de oprimir y empobrecer, para que no haya ni opresores ni oprimidos, ni empobrecedores ni empobrecidos, ni verdugos ni víctimas, sino que vivamos liberados de oprimir y de ser oprimidos y nos tratemos todos como hermanos, y así cumpliendo todos el mensaje de Jesús estemos cada vez más salvados de los males e infiernos de este mundo y caminemos todos con esperanza y confianza hacia la plenitud definitiva.

Un abrazo muy cordial a tod@s.- Faustino

NOTA: Para información religiosa en general y de la Iglesia Católica en particular visitar:
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