14 Tiempo ordinario – A (Mateo 11,25-30)
Evangelio del 05 / Jul / 2020
Jesús no tuvo problemas con las gentes
sencillas del pueblo. Sabía que le entendían. Lo que le preocupaba era si algún
día llegarían a captar su mensaje los líderes religiosos, los especialistas de
la ley, los grandes maestros de Israel.
Cada día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos los dejaba indiferentes.
Cada día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos los dejaba indiferentes.
Aquellos campesinos que vivían
defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes le entendían muy bien:
Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. Los enfermos se fiaban de
él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios de la vida. Las mujeres
que se atrevían a salir de su casa para escucharle intuían que Dios tenía que
amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente sencilla del pueblo
sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que anhelaban y
necesitaban.
La actitud de los «entendidos» era
diferente. Caifás y los sacerdotes de Jerusalén lo veían como un peligro. Los
maestros de la ley no entendían que se preocupara tanto del sufrimiento de la
gente y se olvidara de las exigencias de la religión. Por eso, entre los
seguidores más cercanos de Jesús no hubo sacerdotes, escribas o maestros de la
ley.
Un día, Jesús descubrió a todos lo que
sentía en su corazón. Lleno de alegría le rezó así a Dios: «Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a
sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».
Siempre es igual. La mirada de la gente
sencilla es, de ordinario, más limpia. No hay en su corazón tanto interés
torcido. Van a lo esencial. Saben lo que es sufrir, sentirse mal y vivir sin
seguridad. Son los primeros que entienden el evangelio.
Esta gente sencilla es lo mejor que
tenemos en la Iglesia. De ellos tenemos que aprender obispos, teólogos,
moralistas y entendidos en religión. A ellos les descubre Dios algo que a
nosotros se nos escapa. Los eclesiásticos tenemos el riesgo de racionalizar,
teorizar y «complicar» demasiado la fe. Solo dos preguntas: ¿por qué hay tanta
distancia entre nuestra palabra y la vida de la gente?. ¿Por qué nuestro mensaje
resulta casi siempre más oscuro y complicado que el de Jesús?.
José Antonio Pagola
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