Evangelio del 02 / Ago / 2020
Un proverbio oriental dice que «cuando
el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo».
Algo
semejante se podría decir de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el
carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que
encierran.
Porque Jesús no fue un milagrero
dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son más bien
signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad
nueva, meta final del ser humano.
Concretamente, el milagro de la
multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es
alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan
compartir «su pan y su pescado» como hermanos.
Para el cristiano, la fraternidad no es
una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres
el reino del Padre. Esta fraternidad puede ser mal entendida. Con demasiada
frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy
decentemente» (Karl Rahner).
Pensamos que amamos al prójimo
simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos
con un horizonte mezquino y egoísta, despreocupados de todos, movidos
únicamente por nuestros propios intereses.
La Iglesia, en cuanto «sacramento de
fraternidad», está llamada a impulsar, en cada momento de la historia, nuevas
formas de fraternidad estrecha entre los hombres. Los creyentes hemos de
aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades del
hombre actual.
El relato evangélico nos recuerda que no
podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a
nosotros hay hombres y mujeres amenazados de tantas «hambres». Los que vivimos
tranquilos y satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «Dadles vosotros
de comer».
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario