Pentecostés – A (Juan 20,19-23)
Evangelio del 31 / May / 2020
Juan ha cuidado mucho la escena en que
Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es
lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad, llenando a todos de su
paz y alegría.
Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado solo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado solo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía». No les dice en concreto
a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido
del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha acercado,
cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de
humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las
heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los
envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son frágiles.
Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio
Espíritu para cumplir su misión. Por eso se dispone a hacer con ellos un gesto
muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los
enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el
Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una fuerza que no
siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con
«barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió
en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro alentado por el
Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu
de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe pequeña:
cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro,
comunidades de barro… Solo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva.
Las zonas donde su Espíritu no es acogido quedan «muertas». Nos hacen daño a
todos, pues nos impiden actualizar su presencia viva entre nosotros. Muchos no
pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No
hemos de bautizar solo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No solo
hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.
José Antonio Pagola
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