El
Cuerpo y la Sangre de Cristo – C (Lc 9,11-17)
Evangelio
del 23 / Jun / 2019
Muchas
personas siguen sufriendo de muchas maneras crisis económica. No nos hemos de
engañar.
No podemos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
No podemos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie
sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. En algunas familias podrá ir
creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización. Es previsible que
aumenten los conflictos. Es fácil que crezca en algunos el egoísmo y la
obsesión por la propia seguridad.
Pero
también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer
más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos.
Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede
crecer nuestra sensibilidad hacia los más olvidados.
También
nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento
de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto
humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta,
más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es
también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la
eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y
compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a
Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de
solidaridad práctica.
Hemos
de sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la
intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No
podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres
humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros
olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La
celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a
quienes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de
despertar de la «ilusión de inocencia» que nos permite vivir tranquilos, para
movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada
domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos
puede ayudar a vivir con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la
esperanza.
José
Antonio Pagola
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