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Pascua – C (Jn 10,27-30)
Evangelio
del 12 - May - 2019
Era
invierno, Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías
al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en
concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba
protegido contra el viento por una muralla.
Pronto,
un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los
judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su
mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: «Vosotros no creéis porque no
sois de mis ovejas». ¿Qué significa esta metáfora?.
Jesús
es muy claro: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y
yo les doy la vida eterna». Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La
decisión de seguirlo depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y
le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Nada
hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como
seguidor o seguidora de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre
pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido
alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a
tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.
Sin
embargo, esa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia
todo porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la
pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido
y la razón de la fe cristiana.
Y lo
primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino
tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un
ideal. Comenzamos a seguirlo cuando nos sentimos atraídos y llamados por
Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús
sino en creerle a él.
Cuando
falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio
corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar
reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas
y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.
Es
fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar
por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada
domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus
pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y
repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes
viven esforzándose por seguir a Jesús.
José
Antonio Pagola
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