1 de septiembre de 2016
Usemos misericordia con nuestra casa
común.
En unión con los hermanos y hermanas
ortodoxos, y con la adhesión de otras Iglesias y Comunidades cristianas, la
Iglesia católica celebra hoy la anual «Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación».
La jornada pretende ofrecer «a cada creyente y a las comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la maravillosa obra que él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos»[Carta].
La jornada pretende ofrecer «a cada creyente y a las comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la maravillosa obra que él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos»[Carta].
Es muy alentador que la preocupación por
el futuro de nuestro planeta sea compartida por las Iglesias y las Comunidades
cristianas junto a otras religiones. En efecto, en los últimos años, muchas
iniciativas han sido emprendidas por las autoridades religiosas y otras
organizaciones para sensibilizar en mayor medida a la opinión pública sobre los
peligros del uso irresponsable del planeta. Quisiera aquí mencionar al
Patriarca Bartolomé y a su predecesor Demetrio, que durante muchos años se han
pronunciado constantemente contra el pecado de causar daños a la creación,
poniendo la atención sobre la crisis moral y espiritual que está en la base de
los problemas ambientales y de la degradación. Respondiendo a la creciente
atención por la integridad de la creación, la Tercera Asamblea Ecuménica Europea (Sibiu 2007) proponía celebrar un «Tiempo para la creación», con una
duración de cinco semanas entre el 1 de septiembre (memoria ortodoxa de la
divina creación) y el 4 de octubre (memoria de Francisco de Asís en la Iglesia
católica y en algunas otras tradiciones occidentales). Desde aquel momento
dicha iniciativa, con el apoyo del Consejo Mundial de las Iglesias, ha
inspirado muchas actividades ecuménicas en diversos lugares.
Debe ser también un motivo de alegría
que, en todo el mundo, iniciativas parecidas que promueven la justicia ambiental,
la solicitud hacia los pobres y el compromiso responsable con la sociedad,
están fomentando el encuentro entre personas, sobre todo jóvenes, de diversos
contextos religiosos. Los Cristianos y los no cristianos, las personas de fe y
de buena voluntad, hemos de estar unidos en el demostrar misericordia con
nuestra casa común ―la tierra― y valorizar plenamente el mundo en el cual
vivimos como lugar del compartir y de comunión.
Con este Mensaje, renuevo el diálogo con
«toda persona que vive en este planeta» respecto a los sufrimientos que afligen
a los pobres y la devastación del medio ambiente. Dios nos hizo el don de un
jardín exuberante, pero lo estamos convirtiendo en una superficie contaminada
de «escombros, desiertos y suciedad» (Laudato si’, 161). No podemos rendirnos o
ser indiferentes a la pérdida de la biodiversidad y a la destrucción de los
ecosistemas, a menudo provocados por nuestros comportamientos irresponsables y
egoístas. «Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con
su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho»
(ibíd., 33).
El planeta continúa a calentarse, en
parte a causa de la actividad humana: el 2015 ha sido el año más caluroso jamás
registrado y probablemente el 2016 lo será aún más. Esto provoca sequía,
inundaciones, incendios y fenómenos meteorológicos extremos cada vez más
graves. Los cambios climáticos contribuyen también a la dolorosa crisis de los
emigrantes forzosos. Los pobres del mundo, que son los menos responsables de
los cambios climáticos, son los más vulnerables y sufren ya los efectos.
Como subraya la ecología integral, los
seres humanos están profundamente unidos unos a otros y a la creación en su
totalidad. Cuando maltratamos la naturaleza, maltratamos también a los seres
humanos. Al mismo tiempo, cada criatura tiene su propio valor intrínseco que
debe ser respetado. Escuchemos «tanto el clamor de la tierra como el clamor de
los pobres» (ibíd., 49), y busquemos comprender atentamente cómo poder asegurar
una respuesta adecuada y oportuna.
2. …porque hemos pecado.
Dios nos ha dado la tierra para
cultivarla y guardarla (cf. Gn. 2,15) con respeto y equilibrio. Cultivarla
«demasiado» ‒esto es abusando de ella de modo miope y egoísta‒, y guardarla
poco es pecado.
Con valentía, el querido Patriarca
Bartolomé, repetidamente y proféticamente, ha puesto de manifiesto nuestros
pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad
biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad
de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus
bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos
contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todo esto es pecado». Porque «un
crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra
Dios».
Ante lo que está sucediendo en nuestra
casa, que el Jubileo de la Misericordia pueda llamar de nuevo a los fieles
cristianos «a una profunda conversión interior» (Laudato si’, 217), sostenida
particularmente por el sacramento de la Penitencia. En este Año Jubilar,
aprendamos a buscar la misericordia de Dios por los pecados cometidos contra la
creación, que hasta ahora no hemos sabido reconocer ni confesar; y
comprometámonos a realizar pasos concretos en el camino de la conversión
ecológica, que pide una clara toma de conciencia de nuestra responsabilidad con
nosotros mismos, con el prójimo, con la creación y con el creador (cf. ibíd.,
10; 229).
El primer paso en este camino es siempre
un examen de conciencia, que «implica gratitud y gratuidad, es decir, un
reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca
como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos […]
También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás
criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión
universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde
dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los
seres» (ibíd., 220).
A este Padre lleno de misericordia y de
bondad, que espera el regreso de cada uno de sus hijos, podemos dirigirnos
reconociendo nuestros pecados contra la creación, los pobres y las futuras
generaciones. «En la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos»,
estamos llamados a reconocer «nuestra contribución –pequeña o grande– a la
desfiguración y destrucción de la creación». Este es el primer paso en el
camino de la conversión.
En el 2000, también un Año Jubilar, mi
predecesor san Juan Pablo II invitó a los católicos a arrepentirse por la
intolerancia religiosa pasada y presente, así como por las injusticias
cometidas contra los hebreos, las mujeres, los pueblos indígenas, los
inmigrantes, los pobres y los no nacidos. En este Jubileo Extraordinario de la
Misericordia, invito a cada uno a hacer lo mismo. Como personas acostumbradas a
estilos de vida inducidos por una malentendida cultura del bienestar o por un
«deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita» (ibíd.,
123), y como partícipes de un sistema que «ha impuesto la lógica de las
ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción
de la naturaleza» [Discurso], arrepintámonos del mal que estamos haciendo a nuestra
casa común.
Después de un serio examen de conciencia
y llenos de arrepentimiento, podemos confesar nuestros pecados contra el
Creador, contra la creación, contra nuestros hermanos y hermanas. «El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace ver el confesionario como un lugar en el que la
verdad nos hace libres para un encuentro» [3ª meditación]. Sabemos que «Dios es más grande
que nuestro pecado»[Audiencia general], de todos los pecados, incluidos aquellos contra la
creación. Allí confesamos porque estamos arrepentidos y queremos cambiar. Y la
gracia misericordiosa de Dios que recibimos en el sacramento nos ayudará a
hacerlo.
El examen de conciencia, el
arrepentimiento y la confesión al Padre rico de misericordia, nos conducen a un
firme propósito de cambio de vida. Y esto debe traducirse en actitudes y
comportamientos concretos más respetuosos con la creación, como, por ejemplo,
hacer un uso prudente del plástico y del papel, no desperdiciar el agua, la
comida y la energía eléctrica, diferenciar los residuos, tratar con cuidado a los
otros seres vivos, utilizar el transporte público y compartir el mismo vehículo
entre varias personas, entre otras cosas (cf. Laudado si’, 211). No debemos
pensar que estos esfuerzos sean demasiado pequeños para mejorar el mundo. Estas
acciones «provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a
difundirse, a veces invisiblemente» (ibíd., 212) y refuerzan «un estilo de vida
profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el
consumo» (ibíd., 222).
Igualmente, el propósito de cambiar de
vida debe atravesar el modo en el que contribuimos a construir la cultura y la
sociedad de la cual formamos parte: «El cuidado de la naturaleza es parte de un
estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión» (ibíd.,
228). La economía y la política, la sociedad y la cultura, no pueden estar
dominadas por una mentalidad del corto plazo y de la búsqueda de un inmediato
provecho financiero o electoral. Por el contrario, estas deben ser urgentemente
reorientadas hacia el bien común, que incluye la sostenibilidad y el cuidado de
la creación.
Un caso concreto es el de la «deuda
ecológica» entre el norte y el sur del mundo (cf. ibíd., 51-52). Su restitución
haría necesario que se tomase cuidado de la naturaleza de los países más
pobres, proporcionándoles recursos financieros y asistencia técnica que les
ayuden a gestionar las consecuencias de los cambios climáticos y a promover el
desarrollo sostenible.
La protección de la casa común necesita
un creciente consenso político. En este sentido, es motivo de satisfacción que
en septiembre de 2015 los países del mundo hayan adoptado los Objetivos del Desarrollo Sostenible, y que, en diciembre de 2015, hayan aprobado el Acuerdo de París sobre los cambios climáticos, que marca el costoso, pero fundamental
objetivo de frenar el aumento de la temperatura global. Ahora los Gobiernos
tienen el deber de respetar los compromisos que han asumido, mientras las
empresas deben hacer responsablemente su parte, y corresponde a los ciudadanos
exigir que esto se realice, es más, que se mire a objetivos cada vez más
ambiciosos.
Cambiar de ruta significa, por lo tanto,
«respetar escrupulosamente el mandamiento originario de preservar la creación
de todo mal, ya sea por nuestro bien o por el bien de los demás seres
humanos». Una pregunta puede ayudarnos a no perder de vista el objetivo:
«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están
creciendo?» (Laudato si’, 160).
«Nada une más con Dios que un acto de
misericordia, bien sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos
perdona nuestros pecados, o bien de la gracia que nos da para practicar las
obras de misericordia en su nombre» [1ª meditación].
Parafraseando a Santiago, «la
misericordia sin las obras está muerta en sí misma. […] A causa de los cambios
de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han
multiplicado: por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de la caridad para
encontrar nuevas modalidades de acción. De este modo la vía de la misericordia
se hará cada vez más concreta» [Audiencia general].
La vida cristiana incluye la práctica de
las tradicionales obras de misericordia corporales y espirituales. «Solemos
pensar en las obras de misericordia de una en una, y en cuanto ligadas a una
obra: hospitales para los enfermos, comedores para los que tienen hambre,
hospederías para los que están en situación de calle, escuelas para los que
tienen que educarse, el confesionario y la dirección espiritual para el que
necesita consejo y perdón… Pero, si las miramos en conjunto, el mensaje es que
el objeto de la misericordia es la vida humana misma y en su totalidad» [3ª meditación].
Obviamente «la misma vida humana en su
totalidad» incluye el cuidado de la casa común. Por lo tanto, me permito
proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de
misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común.
Como obra de misericordia espiritual, el
cuidado de la casa común precisa de «la contemplación agradecida del mundo»
(Laudato si’, 214) que «nos permite descubrir a través de cada cosa alguna
enseñanza que Dios nos quiere transmitir» (ibíd., 85). Como obra de
misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita «simples gestos
cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del
egoísmo […] y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un
mundo mejor» (ibíd., 230-231).
6. En conclusión, oremos.
A pesar de nuestros pecados y los
tremendos desafíos que tenemos delante, no perdamos la esperanza: «El Creador
no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se
arrepiente de habernos creado […] porque se ha unido definitivamente a nuestra
tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos» (ibíd., 13;
245). El 1 de septiembre en particular, y después durante el resto del año,
recemos:
ayúdanos a rescatar a los abandonados
y a los olvidados de esta tierra
que son tan valiosos a tus ojos. […]
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra
(ibíd., 246).
Dios de Misericordia, concédenos recibir
tu perdón
y de transmitir tu misericordia en toda
nuestra casa común.
Alabado seas.
Amen.
Franciscus
Fuente: http://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2016/documents/papa-francesco_20160901_messaggio-giornata-cura-creato.html
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