Mensaje del Papa Francisco para la V Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación.
1 de septiembre de 2019
«Dios vio que era bueno» (Gn 1,25). La
mirada de Dios, al comienzo de la Biblia, se fija suavemente en la creación.
Desde la tierra para habitar hasta las aguas que alimentan la vida, desde los árboles que dan fruto hasta los animales que pueblan la casa común, todo es hermoso a los ojos de Dios, quien ofrece al hombre la creación como un precioso regalo para custodiar.
Desde la tierra para habitar hasta las aguas que alimentan la vida, desde los árboles que dan fruto hasta los animales que pueblan la casa común, todo es hermoso a los ojos de Dios, quien ofrece al hombre la creación como un precioso regalo para custodiar.
Trágicamente, la respuesta humana a ese
regalo ha sido marcada por el pecado, por la barrera en su propia autonomía,
por la codicia de poseer y explotar. Egoísmos e intereses han hecho de la
creación —lugar de encuentro e intercambio—, un teatro de rivalidad y
enfrentamientos. Así, el mismo ambiente ha sido puesto en peligro, algo bueno a
los ojos de Dios se ha convertido en algo explotable en manos humanas. La
degradación ha aumentado en las últimas décadas: la contaminación constante, el
uso incesante de combustibles fósiles, la intensiva explotación agrícola, la
práctica de arrasar los bosques están elevando las temperaturas globales a niveles
alarmantes. El aumento en la intensidad y frecuencia de fenómenos climáticos
extremos y la desertificación del suelo están poniendo a dura prueba a los más
vulnerables entre nosotros. El derretimiento de los glaciares, la escasez de
agua, el descuido de las cuencas y la considerable presencia de plásticos y
microplásticos en los océanos son hechos igualmente preocupantes, que confirman
la urgencia de intervenciones que no pueden posponerse más. Hemos creado una
emergencia climática que amenaza seriamente la naturaleza y la vida, incluida
la nuestra.
En la raíz, hemos olvidado quiénes
somos: criaturas a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), llamadas a vivir como hermanos
y hermanas en la misma casa común. No fuimos creados para ser individuos que
mangonean; fuimos pensados y deseados en el centro de una red de vida compuesta
por millones de especies unidas amorosamente por nuestro Creador. Es la hora de
redescubrir nuestra vocación como hijos de Dios, hermanos entre nosotros,
custodios de la creación. Es el momento de arrepentirse y convertirse, de
volver a las raíces: somos las criaturas predilectas de Dios, quien en su
bondad nos llama a amar la vida y vivirla en comunión, conectados con la
creación.
Por lo tanto, insto a los fieles a que
se dediquen en este tiempo a la oración, que a partir de una oportuna
iniciativa nacida en el ámbito ecuménico se ha configurado como Tiempo de la
creación: un período de oración y acción más intensas en beneficio de la casa
común que se abre hoy, 1 de septiembre, Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, y finalizará el 4 de octubre, en memoria de san
Francisco de Asís. Es una ocasión para sentirnos aún más unidos con los
hermanos y hermanas de las diferentes denominaciones cristianas. Pienso, de
modo particular, en los fieles ortodoxos que llevan treinta años celebrando
esta Jornada. Sintámonos también en profunda armonía con los hombres y mujeres
de buena voluntad, llamados juntos a promover, en el contexto de la crisis
ecológica que afecta a todos, la protección de la red de la vida de la que
formamos parte.
Este es el tiempo para habituarnos de
nuevo a rezar inmersos en la naturaleza, donde la gratitud a Dios creador surge
de manera espontánea. San Buenaventura, cantor de la sabiduría franciscana,
decía que la creación es el primer “libro” que Dios abrió ante nuestros ojos,
de modo que al admirar su variedad ordenada y hermosa fuéramos transportados a
amar y alabar al Creador (cf. Breviloquium, II,5.11). En este libro, cada
criatura se nos ha dado como una “palabra de Dios” (cf. Commentarius in librum
Ecclesiastes, I,2). En el silencio y la oración podemos escuchar la voz
sinfónica de la creación, que nos insta a salir de nuestras cerrazones
autorreferenciales para redescubrirnos envueltos en la ternura del Padre y
regocijarnos al compartir los dones recibidos. En este sentido, podemos decir
que la creación, red de la vida, lugar de encuentro con el Señor y entre
nosotros, es «la red social de Dios» (Audiencia con guías y scouts de Europa, 3
agosto 2019), que nos lleva a elevar una canción de alabanza cósmica al
Creador, como enseña la Escritura: «Cuanto germina en la tierra, bendiga al
Señor, ensálcelo con himnos por los siglos» (Dn 3,76).
Este es el tiempo para reflexionar sobre
nuestro estilo de vida y sobre cómo nuestra elección diaria en términos de
alimentos, consumo, desplazamientos, uso del agua, de la energía y de tantos
bienes materiales a menudo son imprudentes y perjudiciales. Nos estamos
apoderando demasiado de la creación. ¡Elijamos cambiar, adoptar estilos de vida
más sencillos y respetuosos!. Es hora de abandonar la dependencia de los
combustibles fósiles y emprender, de manera rápida y decisiva, transiciones
hacia formas de energía limpia y economía sostenible y circular. Y no olvidemos
escuchar a los pueblos indígenas, cuya sabiduría ancestral puede enseñarnos a
vivir mejor la relación con el medio ambiente.
Este es el tiempo para emprender
acciones proféticas. Muchos jóvenes están alzando la voz en todo el mundo,
pidiendo decisiones valientes. Están decepcionados por tantas promesas
incumplidas, por compromisos asumidos y descuidados por intereses y
conveniencias partidistas. Los jóvenes nos recuerdan que la Tierra no es un
bien para estropear, sino un legado que transmitir; esperar el mañana no es un
hermoso sentimiento, sino una tarea que requiere acciones concretas hoy. A
ellos debemos responder con la verdad, no con palabras vacías; hechos, no
ilusiones.
Nuestras oraciones y llamamientos tienen
como objetivo principal sensibilizar a los líderes políticos y civiles. Pienso
de modo particular en los gobiernos que se reunirán en los próximos meses para
renovar compromisos decisivos que orienten el planeta a la vida, en vez de
conducirlo a la muerte. Vienen a mi mente las palabras que Moisés proclamó al
pueblo como una especie de testamento espiritual antes de entrar en la Tierra
prometida: «Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia» (Dt 30,19).
Son palabras proféticas que podríamos adaptar a nosotros mismos y a la
situación de nuestra Tierra. ¡Así que escojamos la vida!. Digamos no a la
avaricia del consumo y a los reclamos de omnipotencia, caminos de muerte;
avancemos por sendas con visión de futuro, hechas de renuncias responsables hoy
para garantizar perspectivas de vida mañana. No cedamos ante la lógica perversa
de las ganancias fáciles, ¡pensemos en el futuro de todos!.
En este sentido, la próxima Cumbre de las Naciones Unidas para la Acción Climática es de particular importancia,
durante la cual los gobiernos tendrán la tarea de mostrar la voluntad política
de acelerar drásticamente las medidas para alcanzar lo antes posible cero
emisiones netas de gases de efecto invernadero y contener el aumento medio de
la temperatura global en 1,5°C frente a los niveles preindustriales, siguiendo
los objetivos del Acuerdo de París. En el próximo mes de octubre, una asamblea
especial del Sínodo de los Obispos estará dedicada a la Amazonia, cuya
integridad está gravemente amenazada. ¡Aprovechemos estas oportunidades para
responder al grito de los pobres y de la tierra!.
Cada fiel cristiano, cada miembro de la
familia humana puede contribuir a tejer, como un hilo sutil, pero único e
indispensable, la red de la vida que abraza a todos. Sintámonos involucrados y
responsables de cuidar la creación con la oración y el compromiso. Dios, «amigo
de la vida» (Sb 11,26), nos dé la valentía para trabajar por el bien sin
esperar que sean otros los que comiencen, ni que sea demasiado tarde.
Vaticano, 1 de septiembre de 2019
Francisco
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