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Tiempo ordinario – C (Lc 10,1-12.17-20)
Evangelio
del 07 / Jul / 2019
De
pocas palabras se ha abusado tanto como de la palabra «paz». Todos hablamos de
«paz», pero el significado de este término ha ido cambiando profundamente
alejándose cada vez más de su sentido bíblico.
Su uso interesado ha hecho de la paz un término ambiguo y problemático. Hoy, por lo general, los mensajes de paz resultan bastante sospechosos y no logran mucha credibilidad.
Su uso interesado ha hecho de la paz un término ambiguo y problemático. Hoy, por lo general, los mensajes de paz resultan bastante sospechosos y no logran mucha credibilidad.
Cuando
en las primeras comunidades cristianas se habla de paz, no piensan en primer
término en una vida más tranquila y menos problemática, que discurra con cierto
orden por caminos de un mayor progreso y bienestar. Antes que esto y en el
origen de toda paz individual o social está la convicción de que todos somos
aceptados por Dios a pesar de nuestros errores y contradicciones, todos podemos
vivir reconciliados y en amistad con él. Esto es lo primero y decisivo:
«Estamos en paz con Dios» (Romanos 5,1).
Esta
paz no es solo ausencia de conflictos, sino vida más plena que nace de la
confianza total en Dios y afecta al centro mismo de la persona. Esta paz no
depende solo de circunstancias externas. Es una paz que brota en el corazón, va
conquistando gradualmente a toda persona y desde ella se extiende a los demás.
Esa paz
es regalo de Dios, pero es también fruto de un trabajo no pequeño que puede
prolongarse durante toda una vida. Acoger la paz de Dios, guardarla fielmente
en el corazón, mantenerla en medio de los conflictos y contagiarla a los demás
exige el esfuerzo apasionante pero no fácil de unificar y enraizar la vida en
Dios.
Esta
paz no es una compensación psicológica ante la falta de paz en la sociedad; no
es una evasión pragmática que aleja de los problemas y conflictos; no se trata
de un refugio cómodo para personas desengañadas o escépticas ante una paz
social casi «imposible». Si es verdadera paz de Dios se convierte en el mejor
estímulo para vivir trabajando por una convivencia pacífica hecha entre todos y
para el bien de todos.
Jesús
pide a sus discípulos que, al anunciar el reino de Dios, su primer mensaje sea
para ofrecer paz a todos: «Decid primero: paz a esta casa». Si la paz es
acogida, se irá extendiendo por las aldeas de Galilea. De lo contrario,
«volverá» de nuevo a ellos, pero nunca ha de quedar destruida en su corazón,
pues la paz es un regalo de Dios.
José
Antonio Pagola
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