Estimados
hermanos y hermanas en Cristo, queridos capellanes, voluntarios, amigos y
bienhechores del Apostolado del Mar.
No
siempre nos damos cuenta de ello, y sin embargo el trabajo que desempeñan los
marinos es esencial para nuestra vida cotidiana, ya que la mayor parte de los
bienes que poseemos en nuestros hogares (televisión, nevera, lavadora,
ordenador, teléfono), por no mencionar la gasolina para nuestros automóviles,
la ropa que llevamos y muchos otros objetos, han sido producidos en países
lejanos y son transportados por los marinos. Por lo tanto, es justo que nos
detengamos un momento para reflexionar sobre lo importante y esencial que es el
papel de los marinos para nuestra comodidad y nuestro bienestar.
Razón
por la cual es una tradición arraigada en varias iglesias cristianas de todo el
mundo, que el Domingo del Mar se celebre el segundo domingo del mes de julio.
En este día, se invita a los fieles a recordar y a rezar por el millón y medio
de marinos que surcan los océanos y los mares, transportando casi el 90% de los
bienes de un país a otro.
Para
algunas personas, la vida de los marinos puede resultar atractiva e
interesante, puesto que durante la navegación tienen la posibilidad de visitar
numerosos países, pero la realidad es otra, la vida de un marino está plagada
de retos y de dificultades.
En base
a su contrato, los marinos se ven obligados a vivir, durante meses y meses, en
el espacio confinado de una embarcación, lejos de sus familias y de sus seres
queridos. A menudo, suelen percibir sus salarios con retraso y, por lo menos en
un caso, las legislaciones nacionales les impiden recibir dinero mientras se
encuentran a bordo, por lo que pueden vivir sin recursos económicos durante
todo el período que dure su contrato. Los reducidos tiempos de descarga y carga
en los puertos les impiden bajar a tierra para relajarse y aliviar la presión a
la que están sometidos debido a las durísimas condiciones de su trabajo, todo
ello agravado por la continua amenaza que representa la piratería, y ahora
también por el riesgo de ataques terroristas. En caso de accidentes marítimos,
a menudo, los marinos son criminalizados y detenidos, sin poder contar con la
protección eficaz de la ley y sin poder beneficiarse de un trato justo. En una
precaria mezcla de nacionalidades, culturas y religiones, han disminuído las
oportunidades de interactuar socialmente con el reducido número de miembros de
la tripulación que se encuentran a bordo.
El
aislamiento y la depresión, asociados a un ambiente desfavorable, pueden
afectar negativamente a la salud mental de los marinos, a veces, con
consecuencias trágicas y desgarradoras para sus familias, para los miembros
mismos de la tripulación y también para los armadores.
Debemos
reconocer que, gracias a la ratificación y a la implementación de varios
Convenios y legislaciones internacionales, han mejorado las condiciones de
trabajo y de vida a bordo de un gran número de embarcaciones comerciales. Sin
embargo, no podemos negar que en muchas partes del mundo, donde armadores sin
escrúpulos se aprovechan de una aplicación menos rigurosa de la ley, los
problemas anteriormente mencionados todavía afectan profundamente la vida de
numerosos marinos y de sus familias.
Una vez
más, me gustaría hacer un llamamiento a las Organizaciones Internacionales, a
las correspondientes autoridades gubernamentales y a los diferentes actores del
sector marítimo, para que renueven su compromiso relativo a la protección y a
la salvaguarda de los derechos de las personas que trabajan en el mar.
Me
gustaría animar a los capellanes y a los voluntarios de Stella Maris
(Apostolado del Mar), durante sus visitas cotidianas a bordo, que presten
especial atención y entren en contacto con cada marino y pescador, con el mismo
espíritu comprometido que animó a los pioneros de nuestro ministerio cuando,
hace casi cien años, exactamente el 4 de octubre de 1920, decidieron reactivar
y reformar el amplio ministerio de la Iglesia Católica para la gente del mar.
En los
rostros de los marinos de varias naciones, os invito a reconocer el rostro de
Cristo. En el babel de sus idiomas, os recomiendo hablar el lenguaje del amor
cristiano que acoge a todos y no excluye a nadie. Ante los abusos, os exhorto a
no tener miedo de denunciar las injusticias y abogar por "trabajar juntos para construir el bien común y
un nuevo humanismo del trabajo, promover un trabajo respetuoso con la dignidad
de la persona que no ve sólo la ganancia o las exigencias productivas sino que promueve una vida digna sabiendo
que el bien de las personas y el bien de la empresa caminan juntos" (Papa Francisco, 7
de septiembre de 2018).
Por
último, encomendemos vuestro ministerio a María, Stella Maris, para que
continúe fortaleciendo, inspirando y guiando cada acción de los capellanes y de
los voluntarios y extienda su protección y su asistencia materna a toda la
gente del mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario