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Cuaresma – A (Mateo 17,1-9)
Evangelio
del 08 / Mar / 2020
Probablemente
es el miedo lo que más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a
Jesucristo. En la Iglesia actual hay pecado y debilidad, pero hay sobre todo
miedo a correr riesgos. Hemos comenzado el tercer milenio sin audacia para
renovar creativamente la vivencia de la fe cristiana.
No es difícil señalar alguno de estos miedos.
No es difícil señalar alguno de estos miedos.
Tenemos
miedo a lo nuevo, como si «conservar el pasado» garantizara automáticamente la
fidelidad al Evangelio. Es cierto que el Concilio Vaticano II afirmó de manera
rotunda que en la Iglesia ha de haber «una constante reforma», pues «como
institución humana la necesita permanentemente». Sin embargo, no es menos
cierto que lo que mueve en estos momentos a la Iglesia no es tanto un espíritu
de renovación cuanto un instinto de conservación.
Tenemos
miedo para asumir las tensiones y conflictos que lleva consigo buscar la
fidelidad al evangelio. Nos callamos cuando tendríamos que hablar; nos
inhibimos cuando deberíamos intervenir. Se prohíbe el debate de cuestiones
importantes, para evitar planteamientos que pueden inquietar; preferimos la
adhesión rutinaria que no trae problemas ni disgusta a la jerarquía.
Tenemos
miedo a la investigación teológica creativa. Miedo a revisar ritos y lenguajes
litúrgicos que no favorecen hoy la celebración viva de la fe. Miedo a hablar de
los «derechos humanos» dentro de la Iglesia. Miedo a reconocer prácticamente a
la mujer un lugar más acorde con el espíritu de Jesús.
Tenemos
miedo a anteponer la misericordia por encima de todo, olvidando que la Iglesia
no ha recibido el «ministerio del juicio y la condena», sino el «ministerio de
la reconciliación». Hay miedo a acoger a los pecadores como lo hacía Jesús.
Difícilmente se dirá hoy de la Iglesia que es «amiga de pecadores», como se
decía de su Maestro.
Según
el relato evangélico, los discípulos caen por tierra «llenos de miedo» al oír
una voz que les dice: «Este es mi Hijo amado… escuchadlo». Da miedo escuchar
solo a Jesús. Es el mismo Jesús quien se acerca, los toca y les dice:
«Levantaos, no tengáis miedo». Solo el contacto vivo con Cristo nos podría
liberar de tanto miedo.
José
Antonio Pagola
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