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Cuaresma – A (Juan 11,1-45)
Evangelio
del 29 / Mar / 2020
Estamos
demasiado atrapados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá».
Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una
información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por
mil atractivos que el desarrollo técnico pone en nuestras manos, no parece que
necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en la que nos movemos.
¿Para
qué pensar en «otra vida»?. ¿No es mejor gastar todas nuestras fuerzas en
organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo?. ¿No deberíamos
esforzarnos al máximo en vivir esta vida de ahora y callarnos respecto a todo
lo demás?.
¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas, y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?.
¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas, y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?.
Sin
embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el
fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de
responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros?. Cualquiera que sea
nuestra ideología o nuestra fe, el verdadero problema al que estamos
enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera?.
Peter
Berger nos ha recordado con profundo realismo que «toda sociedad humana es, en
última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte».
Por ello, es
ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la
civilización contemporánea, que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no
es ocultarla y eludir al máximo su trágico desafío.
Más
honrada parece la postura de personas como Eduardo Chillida, que en alguna
ocasión se expresó en estos términos: «De la muerte, la razón me dice que es
definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».
Es aquí
donde hemos de situar la postura del creyente, que sabe enfrentarse con
realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero que lo hace desde
una confianza radical en Cristo resucitado. Una confianza que difícilmente
puede ser entendida «desde fuera» y que solo puede ser vivida por quien ha
escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser, las palabras de Jesús: «Yo soy la
resurrección y la vida». ¿Crees esto?.
José
Antonio Pagola
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