Cuerpo y Sangre de Cristo – A (Juan
6,51-58)
Evangelio del 14 / Jun / 2020
Para celebrar la eucaristía dominical no
basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No
basta tampoco cantar, santiguarnos o darnos la paz en el momento adecuado.
Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; darnos la paz sin reconciliarnos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?.
Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; darnos la paz sin reconciliarnos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?.
Para empezar, hemos de escuchar con
atención y alegría la Palabra de Dios, y en concreto el evangelio de Jesús.
Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos
leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, noticias,
información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure
por dentro.
Es un respiro escuchar las palabras
directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de
engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más
sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el
recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el
momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar
gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida,
por la creación entera y por el regalo que es Jesucristo. La vida no es solo
trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y
alabanza a Dios. Es bueno reunirnos cada domingo para sentir la vida como
regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es
el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros,
identificarnos con él y dejarnos trabajar, consolar y fortalecer por su
Espíritu. Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos
juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie
le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.
José Antonio Pagola
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