Santísima Trinidad – A (Juan 3,16-18)
Evangelio del 7 / Jun / 2020
A lo largo de los siglos, los teólogos
han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con
diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y
diferencian a las Personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin
duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino.
Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de
manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios
encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a
abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus
seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable,
al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este
Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinitas.
Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y
nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene
un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un
mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama «reino de
Dios», e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida
más justa y digna para todos, empezando por sus hijos más pobres, indefensos y
necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus
seguidores a que confíen también en él: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en
Dios; creed también en mí». Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus
palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso
invita a todos a seguirlo. Él nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al
servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere
formar una familia nueva donde todos busquen «cumplir la voluntad del Padre».
Esta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y
hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo
y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu
que alienta el Padre y a su Hijo Jesús: «Vosotros recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y así seréis mis testigos». Este
Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús,
la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús
sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad
Santa.
José Antonio Pagola
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