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Domingo de Navidad – A (Juan 1,1-18)
Evangelio
del 05 / Ene / 2020
El
cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno
que, desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar
en el misterio encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también
hoy nos puede ayudar a creer en Jesús de manera más profunda. Solo nos
detenemos en algunas afirmaciones centrales.
«La
Palabra de Dios se ha hecho carne».
Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.
Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.
Pero
Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que
solo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida
entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los
que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su
vida.
Esta
Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias.
Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él no
tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo no
hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.
«A Dios
nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley
hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy
entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros
lo ha visto. Solo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer».
No lo
hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él es la fuente
para acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios
hemos de desaprender para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos
revela en Jesús.
Cómo
cambia todo cuando captamos por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo
se hace más sencillo y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando
sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona
cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.
José
Antonio Pagola
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