1 de enero de 1985
LA PAZ
Y LOS JÓVENES CAMINAN JUNTOS
A todos
vosotros que creéis en la urgencia de la paz, a vosotros, padres y educadores, que queréis ser promotores de paz, a vosotros, dirigentes políticos, que tenéis una responsabilidad directa en la
causa de la paz, a vosotros, hombres y mujeres de la cultura, que buscáis la construcción de la
paz en la civilización de hoy, a todos
vosotros que sufrís a causa de la paz y la justicia, y,
sobre todo, a vosotros, jóvenes del mundo, cuyas decisiones sobre vosotros
mismos y sobre vuestra vocación en la sociedad determinarán el porvenir de la
paz hoy y mañana.
A todos
vosotros y a todos los hombres de buena voluntad, envío mi mensaje en la XVIII
Jornada Mundial de la Paz, porque la paz es una preocupación primordial, un desafío
ineludible, una inmensa esperanza.
1. Los
problemas y las esperanzas del mundo nos interpelan cada día.
Es un
hecho: llevamos con nosotros el desafío de la paz. Vivimos un tiempo difícil en
el que son muchas las amenazas de la violencia y guerra destructoras. Profundos
desacuerdos enfrentan mutuamente a diversos grupos sociales, pueblos y
naciones. Hay muchas situaciones de injusticia que no explotan en conflictos
abiertos sólo porque la violencia de los que detentan el poder es tan grande
que priva a los que no tienen poder hasta de la energía y oportunidad de
reclamar sus propios derechos. En efecto, hoy existen pueblos a los que
regímenes totalitarios y sistemas ideológicos impiden ejercer su derecho
fundamental de decidir ellos mismos sobre su propio futuro. Hombres y mujeres
sufren hoy insoportables insultos a su dignidad humana por la discriminación
racial, el exilio forzado o la tortura. Hay quienes son víctimas del hambre y
la miseria. Otros están privados de la práctica de sus creencias religiosas o
del desarrollo de su propia cultura.
Es
importante discernir las causas últimas de esta situación de conflicto la cual
hace que la paz resulte precaria e inestable. La promoción efectiva de la paz
exige que no nos limitemos a deplorar los efectos negativos de la presente
situación de crisis, de conflicto y de injusticia; estamos llamados a destruir
las raíces que causan estos efectos. Tales causas últimas hay que buscarlas
especialmente en las ideologías que han dominado nuestro siglo y que continúan
dominándolo, manifestándose en sistemas políticos, económicos y sociales, que
asumen el control del modo de pensar del pueblo. Estas ideologías están
marcadas por una actitud totalitaria que descuida y oprime la dignidad y los
valores transcendentes de la persona humana y sus derechos. Semejante actitud
pretende la dominación política, económica y social con una rigidez y método
tales que, se cierra a todo auténtico diálogo y a cualquier forma real de
compartir. Algunas de estas ideologías se han convertido en una suerte de falsa
religión secularizada, que pretende aportar la salvación a toda la humanidad,
pero sin dar prueba alguna de su propia verdad.
Pero la violencia y la injusticia tienen raíces profundas en el corazón de cada individuo, de cada uno de nosotros, en la manera diaria de pensar y de obrar de la gente. Fijémonos sólo en los conflictos y divisiones en la familia, en los matrimonios, entre padres e hijos, en las escuelas, en la vida profesional, en las relaciones entre grupos sociales y entre generaciones. Pensemos sólo en los casos en los que se viola el derecho básico a la vida de los seres humanos más débiles e indefensos.
Pero la violencia y la injusticia tienen raíces profundas en el corazón de cada individuo, de cada uno de nosotros, en la manera diaria de pensar y de obrar de la gente. Fijémonos sólo en los conflictos y divisiones en la familia, en los matrimonios, entre padres e hijos, en las escuelas, en la vida profesional, en las relaciones entre grupos sociales y entre generaciones. Pensemos sólo en los casos en los que se viola el derecho básico a la vida de los seres humanos más débiles e indefensos.
Pero
incluso ante éstos —y muchos otros males— no tenemos derecho a perder la
esperanza; ¡tan grandes son las energías que brotan del corazón de la gente que
cree en la justicia y la paz!. La crisis presente puede y debe convertirse en
ocasión de conversión y cambio de mentalidades. El tiempo que vivimos no es
tiempo de peligro e inquietud. Es una hora de esperanza.
2. La
paz y los jóvenes caminan juntos.
Las
dificultades presentes son realmente un test para nuestra humanidad. Pueden ser
hitos decisivos en el camino hacia una paz duradera, porque suscitan los más
audaces sueños y desencadenan las mejores energías de la mente y del corazón.
Las dificultades son un desafío para todos. La esperanza es un imperativo para
todos. Pero hoy quiero llamar vuestra atención sobre el papel que corresponde a
la juventud en el esfuerzo por construir la paz. En el umbral de un nuevo siglo
y de un nuevo milenio, debemos ser conscientes de que el futuro de la paz y,
por consiguiente, el futuro de la humanidad dependen, sobre todo, de las
opciones morales fundamentales que la nueva generación de hombres y mujeres
está llamada a tomar. Dentro de pocos años, los jóvenes de hoy serán los
responsables de la vida familiar y de la vida de las naciones, del bien común
de todos y de la paz. En el mundo entero, los jóvenes han comenzado a
preguntarse: ¿qué puedo hacer yo?, ¿qué podemos hacer nosotros?, ¿hacia donde nos
llevan nuestros senderos?. Quieren dar su aportación a la salvación de una
sociedad herida y débil. Quieren ofrecer soluciones nuevas a problemas viejos.
Quieren construir una nueva civilización de solidaridad fraterna. Inspirándome
en los jóvenes, quiero invitar a todos a reflexionar sobre estas realidades.
Pero quiero dirigirme de un modo especial y directo a los jóvenes de hoy y de
mañana.
3.
Jóvenes, no tengáis miedo de vuestra propia juventud.
La
primera llamada que quiero haceros, hombres y mujeres jóvenes de hoy, es ésta:
¡no tengáis miedo!. No tengáis miedo de vuestra propia juventud, y de los
profundos deseos de felicidad, de verdad, de belleza y de amor eterno que
abrigáis en vosotros mismos. Hay quien dice que la sociedad de hoy teme estos
potentes deseos de los jóvenes, y que vosotros mismos les tenéis miedo. ¡No
temáis!. Cuando os miro, jóvenes, siento un gran agradecimiento y una gran
esperanza. El futuro del próximo siglo está en vuestras manos. El futuro de la
paz está en vuestros corazones. Para construir la historia, como vosotros
podéis y debéis, tenéis que liberarla de los falsos senderos que sigue. Para
hacer esto, debéis ser gente con una profunda confianza en el hombre y una
profunda confianza en la grandeza de la vocación humana, una vocación a
realizar con respeto de la verdad, de la dignidad y de los derechos inviolables
de la persona humana.
Veo que
en vosotros surge una nueva conciencia de vuestra responsabilidad y una nueva
sensibilidad hacia las necesidades de vuestros prójimos. Os conmueve el hambre
de paz que tanta gente comparte con vosotros. Os aflige tanta injusticia a
vuestro alrededor. Descubrís un peligro abrumador en los gigantescos arsenales
de armas y en la amenaza de la guerra nuclear. Sufrís cuando contempláis la
extensión del hambre y la malnutrición. Os preocupa el medio ambiente hoy y
para las generaciones futuras. Estáis amenazados con el desempleo, y muchos de
vosotros os encontráis ya sin trabajo y sin perspectivas de un empleo
conveniente. Estáis perturbados por tanta gente que vive política y
espiritualmente oprimida y que no puede ejercer sus derechos humanos
fundamentales como individuos o como comunidades. Todo esto puede suscitar el
sentimiento de que la vida tiene poco sentido.
En esta
situación, algunos de vosotros podéis sentiros tentados a huir de vuestra
responsabilidad: en los ilusorios mundos del alcohol y la droga, en efímeras
relaciones sexuales sin compromiso matrimonial o familiar, en la indiferencia,
el cinismo y hasta en la violencia. Estad alerta contra el fraude de un mundo
que quiere explotar o dirigir mal vuestra enérgica y ansiosa búsqueda de
felicidad y orientación. No quedéis bloqueados en la búsqueda de las auténticas
respuestas a las cuestiones que os asaltan. No tengáis miedo.
4. La
cuestión ineludible: ¿cuál es vuestra idea de hombre?.
Entre
las cuestiones ineludibles que os debéis plantear, la primera y principal es
ésta: ¿cuál es vuestra idea de hombre?, ¿qué constituye, en vuestra opinión, la
dignidad y grandeza del ser humano?. Esta es una cuestión que vosotros, jóvenes,
os planteáis a vosotros mismos, pero que la lanzáis también a la generación que
os ha precedido, a vuestros padres y a los que en distintos niveles tienen la
responsabilidad de preocuparse por el bien y los valores del mundo. El intento
de respuesta, honesto y abierto, a estas cuestiones puede llevar a jóvenes y
mayores a examinar sus propias acciones y su propia historia. ¿No es verdad que
con mucha frecuencia, sobre todo en los países más desarrollados y ricos, la
gente ha caído en una idea materialista de la vida?. ¿No es verdad que, algunas
veces, los padres creen haber cumplido con sus obligaciones respecto a sus
hijos porque les han ofrecido, más allá de la satisfacción de las necesidades
básicas, mayor abundancia de bienes materiales, como respuesta a sus vidas?. ¿No
es verdad que, obrando así, están transmitiendo a las generaciones jóvenes un
mundo pobre en valores espirituales esenciales, pobre en paz y pobre en
justicia?. ¿No es igualmente cierto que en otros países la fascinación de
ciertas ideologías ha dejado a las generaciones jóvenes una herencia de nuevas
formas de esclavitud sin la libertad de aspirar a los valores que ennoblecen la
vida en todos sus aspectos?. Preguntaos a vosotros mismos qué clase de personas
queréis ser y queréis que sean los demás, qué tipo de cultura queréis
construir. Haceos estas preguntas y no tengáis miedo de las respuestas, aunque
os exijan un cambio de dirección en vuestros pensamientos y fidelidades.
5. La
cuestión fundamental: ¿quién es vuestro Dios?.
La
primera cuestión lleva a otra más básica y fundamental: ¿Quién es vuestro Dios?. No podemos definir nuestra noción de hombre sin definir un Absoluto, una
plenitud de verdad, de belleza y de bondad por la que nos dejamos conducir en
la vida. Es verdad que el hombre, «imagen visible de Dios invisible», no puede
responder a la pregunta acerca de quién es él o ella, sin afirmar al mismo
tiempo quién es su Dios. Es imposible relegar esta cuestión a la esfera de la
vida privada de la gente. Es imposible separar esta cuestión de la historia de
las naciones. Hoy, las personas se ven expuestas a la tentación de rechazar a
Dios en nombre de su propia humanidad. Donde quiera se dé este rechazo, las
sombras del miedo extenderán su tenebroso manto. El miedo nace cuando muere
Dios en la conciencia del hombre. Todos sabemos, aunque oscuramente y con
temor, que allí donde Dios muere en la conciencia de la persona humana, se
sigue inevitablemente la muerte del hombre, imagen de Dios.
6.
Vuestras respuestas: opciones basadas en valores.
La
respuesta que deis a estas dos preguntas interrelacionadas marcará la dirección
del resto de vuestra vida. Cada uno de nosotros, en los tiempos de nuestra
juventud, tuvimos que enfrentarnos con estas cuestiones y, en cierto momento,
tuvimos que llegar a una conclusión que marcó nuestras opciones futuras,
nuestros caminos, nuestras vidas. Las respuestas que vosotros, jóvenes, deis a
estas preguntas determinarán también el tipo de respuesta que daréis a los
grandes desafíos de la paz y la justicia. Si habéis decidido constituiros
vosotros mismos en vuestro Dios, sin mirar a los demás, os convertiréis en
instrumentos de división y de enemistad, incluso en instrumentos de guerra y de
violencia. Al deciros esto, quisiera señalaros la importancia de las opciones
que suponen valores. Los valores son los apoyos de vuestras opciones, que
determinan no sólo vuestras propias vidas sino también las políticas y
estrategias para construir la vida de la sociedad. Y recordad que es imposible
crear una dicotomía entre los valores personales y los sociales. No es posible
vivir en la inconsecuencia: ser exigentes con los demás y con la sociedad y
vivir, por otra parte, una vida personal de permisividad.
Tenéis
que decidir qué valores queréis construir en la sociedad. Vuestras opciones
determinarán si en el futuro sufriréis la tiranía de sistemas ideológicos que
reducen las dinámicas de la sociedad a la lógica de la lucha de clases. Los
valores que escojáis hoy determinarán si las relaciones entre las naciones
continuarán siendo sombrías a causa de las tensiones, producto de inconfesados
o abiertamente proclamados designios de subyugar a los pueblos con regímenes en
los que Dios no cuenta, y en los que la dignidad de la persona humana es
sacrificada a las exigencias de una ideología que intenta divinizar la
colectividad. Los valores con los que os comprometáis en vuestra juventud
determinarán si estaréis satisfechos con la herencia de un pasado en el que el
odio y la violencia sofocan el amor y la reconciliación. De las opciones de
cada uno de vosotros, hoy, dependerá el futuro de vuestros hermanos y hermanas.
7. El
valor de la paz.
La
causa de la paz, el constante e ineludible desafío de nuestros días, os ayuda a
descubriros a vosotros mismos y a descubrir vuestros valores. Las realidades
son espantosas y aterradoras. Millones gastados en armas. Recursos de medios
materiales e intelectuales dedicados sólo a la producción de armamentos.
Posturas políticas que a veces no reconcilian ni unen a los pueblos, sino que
más bien crean barreras y aíslan a unas naciones de otras. En estas
circunstancias, el justo sentido de patriotismo puede caer víctima de un
fanático particularismo, el honroso servicio de defensa de un país puede ser
mal interpretado y hasta ridículo (cf. Gaudium et spes, 79). En medio de tantas
voces de sirena de interés personal, los hombres y mujeres de paz deben
aprender a tener en cuenta en primer lugar los valores de la vida y a actuar
confiadamente para poner en práctica esos valores. La llamada a ser artífices
de la paz se sentirá firmemente en la llamada a la conversión del corazón, como
lo recordé en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año pasado. Se
verá reforzada por un compromiso de diálogo honesto y de negociaciones
sinceras, basadas en el respeto mutuo, unido a una valoración realista de las
justas exigencias y legítimos intereses de todos los concernidos. Intentará
disminuir las armas cuya existencia masiva provoca el miedo en los corazones de
la gente. Se dedicará a la construcción de puentes —culturales, económicos,
sociales y políticos— que permitan un mayor intercambio entre las naciones.
Promoverá la causa de la paz como causa de cada uno, no con eslóganes que
dividen o con acciones que agitan innecesariamente las pasiones, sino con
confianza tranquila, fruto del compromiso con los auténticos valores y con el
bien de toda la humanidad.
8. El
valor de la justicia.
El bien
de la humanidad es en última instancia la razón por la que debéis asumir como
vuestra la causa de la paz. Al deciros esto, os invito a no concentrar vuestra
atención sólo en la amenaza a la paz generalmente referida al problema
Este-Oeste, sino a ir más allá y pensar más bien en todo el mundo, incluidas
las así llamadas tensiones Norte-Sur. Como en ocasiones anteriores, hoy quiero
afirmar de nuevo que estas dos cuestiones —paz y desarrollo— van unidas y hay
que afrontarlas juntas si los jóvenes de hoy quieren heredar mañana un mundo
mejor.
Uno de
los aspectos de esta relación es el despliegue de recursos para un objetivo
(armamentos) más que para el otro (desarrollo). Pero la conexión real no está
simplemente en el uso de los recursos, por muy importantes que sean. Es la que
se da entre los valores que llevan al compromiso por la paz y los que llevan al
compromiso por el desarrollo en un sentido auténtico. Porque lo mismo que la
paz verdadera exige más que la ausencia de guerra o el mero desmantelamiento de
los sistemas de armamentos, así también el desarrollo, en su verdadero e
íntegro sentido, no puede reducirse nunca solamente a un plan económico o a una
serie de proyectos técnicos, prescindiendo del valor que puedan tener. En el
área global del progreso que llamamos paz y justicia se deben aplicar los
mismos valores que surgen de la idea que tenemos del hombre y de Dios en
relación con toda la raza humana. Los mismos valores que llevan al compromiso
de ser artífices de paz deben impulsar a la promoción del desarrollo integral
de todo hombre y de todos los pueblos.
9. El
valor de la participación.
Un mundo de justicia y de paz no puede ser creado sólo con palabras y no puede ser impuesto por fuerzas externas. Debe ser deseado y debe llegar como fruto de la participación de todos. Es esencial que todo hombre tenga un sentido de participación, de tomar parte en las decisiones y en los esfuerzos que forjan el destino del mundo. En el pasado la violencia y la injusticia han arraigado frecuentemente en el sentimiento que la gente tiene de estar privada del derecho a forjar sus propias vidas. No se podrán evitar nuevas violencias e injusticias allí donde se niegue el derecho básico a participar en las decisiones de la sociedad. Pero este derecho debe ejercerse con discernimiento. La complejidad de la vida en la sociedad moderna exige que el pueblo delegue en sus líderes el poder de tomar decisiones, con la segura confianza de que sus líderes tomarán decisiones ordenadas al bien de su propio pueblo y de todos los pueblos. La participación es un derecho, pero conlleva también obligaciones: ejercerla con respeto hacia la dignidad de la persona humana. La confianza mutua entre ciudadanos y dirigentes es fruto de la práctica de la participación, y la participación es la piedra angular para la construcción de un mundo de paz.
10. La
vida: una peregrinación de descubrimiento.
Os
invito a todos, jóvenes del mundo, a asumir vuestra responsabilidad en la más
grande de las aventuras espirituales que la persona puede afrontar: construir
la vida humana de los individuos y de la sociedad con respeto por la vocación
del hombre. Pues es verdad que la vida es una peregrinación de descubrimiento:
descubrimiento de lo que sois, descubrimiento de los valores que forjan
vuestras vidas, descubrimiento de los pueblos y naciones para estar todos
unidos en la solidaridad. Aunque este camino de descubrimiento es más evidente
en la juventud, es un camino que nunca termina. Durante toda vuestra vida,
debéis afirmar y reafirmar los valores que os forjan y que forjan el mundo: los
valores que favorecen la vida, que reflejan la dignidad y vocación de la
persona humana, que construyen un mundo en paz y justicia.
Entre
los jóvenes de todo el mundo existe un consenso sobre la necesidad de la paz.
Esto supone un extraordinario potencial de fuerza para el bien de todos. Pero
los jóvenes no deben conformarse con un deseo instintivo de paz. Este deseo
debe transformarse en una firme convicción moral que abarca toda la cadena de
problemas humanos y construye sobre valores profundamente apreciados. El mundo
necesita jóvenes que hayan bebido en la profundidad de las fuentes de la
verdad. Necesitáis escuchar la verdad y para ello precisáis pureza de corazón;
necesitáis comprenderla, y para ello precisáis profunda humildad; necesitáis
rendiros a ella y compartirla, y para ello precisáis la fuerza de resistir a
las tentaciones del orgullo, de la autosuficiencia y la manipulación. Debéis
forjar en vosotros mismos un profundo sentido de responsabilidad.
Os
quiero urgir este sentido de responsabilidad y compromiso con los valores
morales a vosotros, jóvenes cristianos, y con vosotros a todos los hermanos y
hermanas que confiesan al Señor Jesús. Como cristianos sois conscientes de ser
hijos de Dios, que compartís su naturaleza divina, envueltos en la plenitud de
Dios en Cristo. Cristo Resucitado os da la paz y la reconciliación como su
primer don. Dios, paz eterna, ha dado la paz al mundo a través de Cristo,
Príncipe de la Paz. La paz ha sido derramada en vuestros corazones y en ellos
está esparcida más profundamente que todas las inquietudes de vuestras mentes,
más que todos los tormentos de vuestros corazones. Que el Dios de la paz dirija
vuestras mentes y corazones. Que Dios os dé su paz no como una posesión para
retener, sino como un tesoro que poseéis sólo cuando lo compartís con los
demás.
En
Cristo podéis creer en el futuro, aunque no podáis discernir su configuración.
Podéis entregaros vosotros mismos al Señor del futuro, y así vencer vuestro
miedo ante la magnitud de la tarea y el precio que hay que pagar. A los discípulos
desanimados de Emaús, el Señor les dijo: «¿No era preciso que el Mesías
padeciese esto y entrase en su gloria?» (Lc 24, 26). El Señor os dice lo mismo
a cada uno de vosotros. No tengáis miedo, por tanto, a comprometer vuestras
vidas con la paz y la justicia, pues sabéis que el Señor está con vosotros en
todos vuestros caminos.
12. El
Año Internacional de la Juventud.
En este
año, declarado por las Naciones Unidas Año Internacional de la Juventud, he
querido dirigir mi mensaje anual con motivo de la Jornada de la Paz a vosotros,
jóvenes de todo el mundo. Que este año sea para cada uno un año de profundos
compromisos en favor de la paz y la justicia. Todas vuestras opciones sean
adoptadas con coraje y vividas con fidelidad y responsabilidad. Cualesquiera
sean los senderos que recorráis, recorredlos con esperanza y confianza;
esperanza en el futuro que, con la ayuda de Dios, podéis forjar; confianza en
Dios que vela sobre vosotros en todo lo que decís y hacéis. Todos los que os
hemos precedido queremos compartir con vosotros un profundo compromiso por la
paz. Todos vuestros contemporáneos se os unirán en vuestros esfuerzos. Los que
os sucedan se sentirán inspirados por vosotros en la medida en que hayáis
buscado la verdad y hayáis vivido auténticos valores morales. El desafío de la
paz es grande, pero grande es también la recompensa, ya que en vuestro
compromiso en favor de la paz descubriréis lo mejor de vosotros mismos al
pretender lo mejor para cada uno de los demás. Vosotros estáis creciendo y con
vosotros crece la paz.
Que
este Año Internacional de la Juventud sea también para padres y educadores
ocasión de revisar sus responsabilidades con relación a los jóvenes.
Frecuentemente sus consejos son rechazados y cuestionadas sus realizaciones.
Pero ellos tienen mucho que ofrecer en sabiduría, constancia y experiencia. Su
misión de acompañar a la juventud en la búsqueda de orientación es
insustituible. Los valores y modelos que ellos enseñan a la juventud deben, sin
embargo, reflejarse claramente en sus propias vidas para que sus palabras no
pierdan poder de persuasión y sus vidas no constituyan una contradicción, que
los jóvenes rechazarán con razón.
Para
terminar este Mensaje, os prometo mi oración diaria por este Año Internacional
de la Juventud, en el que los jóvenes responderán a la llamada de la paz. Pido
a todos mis hermanos y hermanas que se unan a mí en esta oración a nuestro
Padre del cielo, para que ilumine a todos los que tenemos la responsabilidad de
la paz, y especialmente a los jóvenes, de tal manera que los jóvenes y la paz
puedan caminar siempre juntos.
Vaticano,
8 de diciembre de 1984.
JOANNES
PAULUS PP. II
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