24 Tiempo ordinario – A (Mateo 18,21-35)
Evangelio del 13 / Sept / 2020
Las grandes escuelas de psicoterapia
apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón. Hasta hace muy poco, los
psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana.
Se pensaba erróneamente –y se sigue pensando– que el perdón es una actitud
puramente religiosa.
Por otra parte, el mensaje del
cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a perdonar
con generosidad, fundamentando ese comportamiento en el perdón que Dios nos
concede, pero sin enseñar mucho más sobre los caminos que hay que recorrer para
llegar a perdonar de corazón. No es, pues, extraño que haya personas que lo ignoren
casi todo sobre el proceso del perdón.
Sin embargo, el perdón es necesario para
convivir de manera sana: en la familia, donde los roces de la vida diaria
pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y el amor,
donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades
posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar
ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar puede quedar
herido para siempre.
Hay algo que es necesario aclarar desde
el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera
con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa,
la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi
instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio, el
resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona
vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal.
Perdonar no quiere decir necesariamente
reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede
ser dañoso si la persona acumula en su interior una ira que más tarde se
desviará hacia otras personas inocentes o hacia ella misma. Es más sano
reconocer y aceptar la cólera, compartiendo tal vez con alguien la rabia y la
indignación.
Luego será más fácil serenarse y tomar
la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de
venganza, para no hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador es entonces
para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien vive del amor
incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.
José Antonio Pagola
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