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Tiempo ordinario – C (Lc 12,13-21)
Evangelio
del 04 / Ago / 2019
Cada
vez conocemos mejor la situación social y económica que Jesús conoció en la
Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades
crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Mientras los
campesinos se quedaban sin tierras, los terratenientes construían silos y
graneros cada vez más grandes.
En un
pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella
situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano
para todos. No narra esta parábola solo para denunciar los abusos y atropellos
que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que
viven instalados.
Un rico
terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar
tanta abundancia. «¿Qué haré?». Su monólogo nos descubre la lógica insensata de
los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de
su horizonte a los necesitados.
El rico
de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos
graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede
acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:
«túmbate, come, bebe y date buena vida». De forma inesperada, Dios interrumpe
sus proyectos: «Insensato, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que
has acumulado, ¿de quién será?».
Este
rico reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el
centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros
que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan
contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es
necedad e insensatez.
En
estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante
la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: «los ricos, sobre todo
los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo
los más pobres, se van haciendo mucho más pobres» (Zygmunt Bauman).
Este
hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la
insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la
cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de toda la
Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en
manos de los más poderosos del Planeta.
Desde
la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor
de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que
guía hoy la historia humana. Así lo está haciendo repetidamente el papa
Francisco.
José
Antonio Pagola
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