Publicado en: http://blogs.periodistadigital.com/accion-formacion.php/2016/06/11/la-revolucion-ocultada-de-la-doctrina-so
Estamos
celebrando los aniversarios, respectivos, de las
encíclicas Centesimus Annus (CA-1.991) de San Juan Pablo II, que a su vez
conmemoraba los cien años de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) con la Rerum Novarum de
León XIII, y Laudato SI (LS-2.015) del Papa Francisco. Dos documentos que constituyen esta
DSI y que, como nos muestran estos Papas, es una auténtica
revolución sociocultural del amor, de la alegría y de la ternura solidaria-liberadora con los pobres de la tierra. Como se ha repetido hasta la saciedad, esta enseñanza social de la iglesia es el tesoro mejor escondido u oculto de la fe. Y se ha ocultado, llegando hasta la manipulación de sus textos, porque a los poderes de todo tipo, con sus integrismos o relativismos, no les interesa que salga a la luz dicha DSI.
Ya que si se difundiera y aplicara en la vida social, estos intereses, privilegios e injusticias de los poderosos y ricos: terminarían; se iría estableciendo la fraternidad solidaria, la paz y la justicia social-global con los pobres de la tierra. La justicia ecológica y el desarrollo sostenible e integral. Frente a toda opresión y exclusión, desigualdad e injusticia en forma de hambre y miseria, pobreza y marginación social, paro y explotación laboral- incluida la esclavitud infantil-, guerras, destrucción ecológica u otros ataques a la vida como es el aborto y la eutanasia.
Este ocultamiento y tergiversación de la DSI fue paradigmático, por ejemplo, en la CA. Se manipuló un pasaje de la encíclica, el n. 42, sacándolo del contexto y mensaje global de la CA. Se quiso hacer pasar al Papa y a la DSI como que apoyaban, justificaban el capitalismo con sus desigualdades e injusticias Nada más lejos de la realidad. Se intentan mezclar cosas como que la iglesia y el Papa aceptan la economía de libre mercado, que es cierto. Confundiendo esta libertad económica con el capitalismo, que son dos realidades distintas. Y que el mismo Papa, en dicho n. 42 de la CA, se resiste a hacer eso, el confundir e identificar capitalismo con economía libre. En este célebre n. 42, al final del mismo, Juan Pablo II crítica y se opone igualmente al fundamentalismo de la ideología del capitalismo, con su fanatismo del mercado que lo erige en ídolo.
Con su individualismo posesivo, con su fundamentalismo e integrismo del mercado y del capital convertidos en falsos dioses, el liberalismo económico y el capitalismo se oponen frontalmente a que la economía, las finanzas y la empresa o el trabajo estén enraizadas en la ética, orientadas por la justicia social, global y ecológica.
Este rechazo al control y regulación ética, social y civil-política de la economía y de los mercados, que constantemente impone el capitalismo, ha causado toda esta desigualdad e injusticia social-global y ecológica. Como nos muestra el Papa, es el integrismo “de tipo capitalista” que “de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado” (CA 42). Al igual que nos enseña hoy el Papa Francisco, “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia".
Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación” (LS 189).
Ya que si se difundiera y aplicara en la vida social, estos intereses, privilegios e injusticias de los poderosos y ricos: terminarían; se iría estableciendo la fraternidad solidaria, la paz y la justicia social-global con los pobres de la tierra. La justicia ecológica y el desarrollo sostenible e integral. Frente a toda opresión y exclusión, desigualdad e injusticia en forma de hambre y miseria, pobreza y marginación social, paro y explotación laboral- incluida la esclavitud infantil-, guerras, destrucción ecológica u otros ataques a la vida como es el aborto y la eutanasia.
Este ocultamiento y tergiversación de la DSI fue paradigmático, por ejemplo, en la CA. Se manipuló un pasaje de la encíclica, el n. 42, sacándolo del contexto y mensaje global de la CA. Se quiso hacer pasar al Papa y a la DSI como que apoyaban, justificaban el capitalismo con sus desigualdades e injusticias Nada más lejos de la realidad. Se intentan mezclar cosas como que la iglesia y el Papa aceptan la economía de libre mercado, que es cierto. Confundiendo esta libertad económica con el capitalismo, que son dos realidades distintas. Y que el mismo Papa, en dicho n. 42 de la CA, se resiste a hacer eso, el confundir e identificar capitalismo con economía libre. En este célebre n. 42, al final del mismo, Juan Pablo II crítica y se opone igualmente al fundamentalismo de la ideología del capitalismo, con su fanatismo del mercado que lo erige en ídolo.
Este rechazo al control y regulación ética, social y civil-política de la economía y de los mercados, que constantemente impone el capitalismo, ha causado toda esta desigualdad e injusticia social-global y ecológica. Como nos muestra el Papa, es el integrismo “de tipo capitalista” que “de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado” (CA 42). Al igual que nos enseña hoy el Papa Francisco, “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia".
Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación” (LS 189).
De esta forma, la economía financiera
especulativa y usurera es inmoral, con sus créditos e intereses que son
abusivos, usureros, nada éticos Lo cual nos ha metido en esta
inmoral crisis. Y debe dejar paso a unos créditos morales y justos, a unas
empresas y finanzas-banca ética, a una economía real, que sirva al trabajo, al
empleo y al desarrollo integral. Tal como ya manifestaba León XIII (RN 1) y nos
enseña Juan Pablo II (CA 43).
Aunque haya fracasado y caído el
comunismo colectivista, que según el Papa no es más que un capitalismo
de estado (cf.
CA 35), en esta encíclica Juan Pablo II no acepta tampoco al capitalismo como
vencedor o alternativa. Ya que sigue imponiendo la dominación e injusticia
sobre las personas y países empobrecidos. Nos enseña el Papa: “queda mostrado cuán inaceptable es la
afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único
modelo de organización económica. Hay que romperlas barreras y los monopolios que
colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a
todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en
dicho desarrollo” (CA 35).
El capitalismo es
inhumano, impone las cosas sobre las personas y margina a los
pobres. Tal como subraya Juan Pablo II, “las
carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio
de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para
los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de
conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia” (CA
33). Es el materialismo economicista del capitalismo que cosifica y
mercantiliza todo. De ahí que lo moral
sea luchar, en la paz y la justicia, contra el sistema
capitalista. Es “justamente
la lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el
predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de
producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del
hombre” (CA 35). El Papa Juan Pablo II ha ido al fondo del espíritu
y antropología liberal-burguesa del capitalismo, que antepone el individualismo
y el beneficio a la vida, dignidad y protagonismo del ser humano.
Esta libertad burguesa y deformada del individualismo liberal-posesivo, que
constituye al capitalismo, choca de frente: con la sociabilidad
y libertad espiritual del ser humano; con la ética solidaria e integral que
realmente libera la persona. Como
se observa, el corazón egolátrico del liberalismo y del capitalismo, con su
individualismo posesivo e insolidario, se oponen a la antropología moral,
espiritual y cristiana (cf. CA 33, 35 y 42).
De esta forma, en contra de una de las
entrañas perversas del liberalismo económico y del capitalismo, el mercado
tiene que ser controlado, regulado por el estado y, en especial, por la
sociedad civil. En la búsqueda de ese bien común y la justicia social. El
mercado debe “ser
controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado,
de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de
toda la sociedad” (CA 35) “Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de
los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya
salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado.
Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender
los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo el
Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el
único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente
sus fines individuales” (CA 40). Tal como expresa otro principio básico de la
DSI, la subsidiariedad,
valor esencial para una verdadera democracia.
En este sentido, en contra de la
esencia inmoral de este liberalismo y del capitalismo, el
destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada,
que es para todos y tiene un carácter social. Tal como nos enseña ya el
Vaticano II (GS 69). En la LS, el Papa Francisco hace memoria y actualiza toda
esta enseñanza de Juan Pablo II. “Hoy creyentes y no creyentes estamos de
acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben
beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de
fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos.
Por consiguiente,
todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en
cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El
principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de
los bienes y,
por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del
comportamiento social y el «primer
principio de todo el ordenamiento ético-social» (LE 14). La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o
intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de
cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho
énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el
género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a
nadie ni privilegiar a ninguno» (CA 31). Son palabras densas y
fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de
desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y
sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de
los pueblos» (SRS 33). Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí,
el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad
que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que
los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto
afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal
que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los
hábitos injustos de una parte de la humanidad” (LS 93).
En contra de todo intelectualismo e
individualismo paternalista que no van a las causas e injusticias de la
pobreza, frente a los ídolos de la riqueza, del ser rico y del poder. Y como
nos enseña Juan Pablo II, “hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que
su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por
su coherencia y lógica interna… De esta conciencia deriva también su
opción preferencial por los pobres….El amor de la Iglesia por
los pobres, que es determinante y pertenece a su
constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el
cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con
alcanzar formas gigantescas… El amor por el hombre y, en primer
lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la
promoción de la justicia. Ésta
nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado,
que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga,
sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor.
Sólo
esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos
en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre. En efecto, no
se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a
pueblos enteros —que están excluidos o marginados— a que entren en el círculo
del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo
superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino
cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de
consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad” (CA
57-58).
Terminamos pues dando las gracias a Dios, a su iglesia y a estos Papas por todo este tesoro de la DSI. Lo que nos debe llevar a todo este compromiso solidario y liberador por la justicia con los pobres de la tierra, frente a todo mal e injusticia, como es el capitalismo que domina actualmente nuestro mundo.
PARA NUESTRA REFLEXIÓN:
- ¿Conocemos la Doctrina Social de la Iglesia: sus principios básicos y los documentos más notables en los que esa DS se halla expuesta?. ¿Qué conclusiones hemos obtenido hasta la fecha de ella?.
- ¿Qué pensamos de este análisis que hace Agustín Ortega acerca de la DSI?.
- ¿Cuáles son las causas de una mala o insuficiente valoración que a veces se hace de la DSI?.
- ¿Cómo podríamos contribuir, como comunidad cristiana o como grupo de personas interesadas en un mayor y mejor desarrollo social, para que esta DSI sea cada vez más y mejor conocida?.
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