A los
obispos, sacerdotes, religiosos y fieles de todo el mundo y a todos los hombres
de buena voluntad.
SOBRE
LA NECESIDAD DE PROMOVER EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS.
PREÁMBULO.
Desarrollo
de los pueblos.
1. El
desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquéllos que se esfuerzan
por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la
ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la
civilización, una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se
orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por la Iglesia
con atención.
Apenas terminado el segundo Concilio Vaticano, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad.
Apenas terminado el segundo Concilio Vaticano, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad.
Enseñanzas
sociales de los Papas.
2. En
sus grandes encíclicas Rerum novarum, de León XIII; Quadragesimo anno, de
Pío XI; Mater et magistra y Pacem in terris, de Juan XXIII —sin hablar de
los mensajes al mundo de Pío XII— nuestros predecesores no faltaron al deber
que tenían de proyectar sobre las cuestiones sociales de su tiempo la luz del
Evangelio.
Hecho
importante.
3. Hoy
el hecho más importante del que todos deben tomar conciencia es el de que la
cuestión social ha tomado una dimensión mundial. Juan XXIII lo afirma sin
ambages [Mater et Magistra], y el Concilio se ha hecho eco de esta afirmación en su Constitución
pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy [Gaudium et Spes,63-72]. Esta enseñanza es grave y su
aplicación urgente. Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento
dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de
angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus
hermanos.
Nuestros
viajes.
4.
Antes de nuestra elevación al Sumo Pontificado, Nuestros dos viajes a la
América Latina (1960) y al África (1962) Nos pusieron ya en contacto inmediato
con los lastimosos problemas que afligen a continentes llenos de vida y de
esperanza. Revestidos de la paternidad universal hemos podido, en Nuestros
viajes a Tierra Santa y a la India, ver con Nuestros ojos y como tocar con
Nuestras manos las gravísimas dificultades que abruman a pueblos de antigua
civilización, en lucha con los problemas del desarrollo. Mientras que en Roma
se celebraba el segundo Concilio Ecuménico Vaticano, circunstancias
providenciales Nos condujeron a poder hablar directamente a la Asamblea General
de las Naciones Unidas. Ante tan amplio areópago fuimos el abogado de los
pueblos pobres.
5. Por
último con intención de responder al voto del Concilio y de concretar la
aportación de la Santa Sede a esta grande causa de los pueblos en vía de
desarrollo, recientemente hemos creído que era Nuestro deber crear, entre los
organismos centrales de la Iglesia, una Comisión Pontificia encargada de
«suscitar en todo el Pueblo de Dios el pleno conocimiento de la función que los
tiempos actuales piden a cada uno, en orden a promover el progreso de los
pueblos más pobres, de favorecer la justicia social entre las naciones, de
ofrecer a los que se hallan menos desarrollados una tal ayuda que les permita
proveer, ellos mismos y para sí mismos, a su progreso» [Catholicam Christi Ecclesiam]. Justicia y paz es
su nombre y su programa. Pensamos que este programa puede y debe juntar los hombres
de buena voluntad con Nuestros hijos católicos y hermanos cristianos.
Por
esto hoy dirigimos a todos este solemne llamamiento para una acción concreta en
favor del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la
humanidad
PRIMERA
PARTE.
Por un
desarrollo integral del hombre.
I. LOS
DATOS DEL PROBLEMA.
Aspiraciones
de los hombres.
6.
Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la
salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades,
fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de
hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para
ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran
número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones, que hacen ilusorio
este legítimo deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la
independencia nacional sienten la necesidad de añadir a esta libertad política
un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de
asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les
corresponde en el concierto de las naciones.
Colonización
y colonialismo.
7. Ante
la amplitud y la urgencia de la labor que hay que llevar a cabo, disponemos de
medios heredados del pasado, aun cuando son insuficientes. Ciertamente hay que
reconocer que potencias coloniales con frecuencia han perseguido su propio
interés, su poder o su gloria, y que al retirarse a veces han dejado una
situación económica vulnerable, ligada, por ejemplo, al monocultivo cuyo
rendimiento económico está sometido a bruscas y amplias variaciones. Pero aun
reconociendo los errores de un cierto tipo de colonialismo, y de sus
consecuencias, es necesario al mismo tiempo rendir homenaje a las cualidades y
a las realizaciones de los colonizadores, que, en tantas regiones abandonadas,
han aportado su ciencia y su técnica, dejando preciosos frutos de su presencia.
Por incompletas que sean, las estructuras establecidas permanecen y han hecho
retroceder la ignorancia y la enfermedad, establecido comunicaciones
beneficiosas y mejorado las condiciones de vida.
8.
Aceptado lo dicho, es bien cierto que esta preparación es notoriamente
insuficiente para enfrentarse con la dura realidad de la economía moderna.
Dejada a sí misma, su mecanismo conduce el mundo hacia una agravación y no a
una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida: los pueblos ricos
gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan
lentamente. El desequilibrio crece: unos producen con exceso géneros
alimenticios que faltan cruelmente a otros, y estos últimos ven que sus
exportaciones se hacen inciertas.
Mayor
toma de conciencia.
9. Al
mismo tiempo los conflictos sociales se han ampliado hasta tomar las
dimensiones del mundo. La viva inquietud que se ha apoderado de las clases
pobres en los países que se van industrializando, se apodera ahora de aquéllas,
en las que la economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos adquieren
ellos también la conciencia de su miseria, no merecida [Rerum Novarum]. A esto se añade el
escándalo de las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes,
sino todavía más en el ejercicio del poder, mientras que en algunas regiones
una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población,
pobre y dispersa, está «privada de casi todas las posibilidades de iniciativas
personales y de responsabilidad, y aun muchas veces incluso, viviendo en
condiciones de vida y de trabajo, indignas de la persona humana» [Gaudium et Spes,63].
Choque
de civilizaciones.
10. Por
otra parte el choque entre las civilizaciones tradicionales y las novedades de
la civilización industrial, rompe las estructuras, que no se adaptan a las
nuevas condiciones. Su marco, muchas veces rígido, era el apoyo indispensable
de la vida personal y familiar, y los viejos se agarran a él, mientras que los
jóvenes lo rehúyen, como un obstáculo inútil, para volverse ávidamente hacia
nuevas formas de vida social. El conflicto de las generaciones se agrava así
con un trágico dilema: o conservar instituciones y creencias ancestrales y
renunciar al progreso; o abrirse a las técnicas y civilizaciones, que vienen de
fuera, pero rechazando con las tradiciones del pasado, toda su riqueza humana.
De hecho, los apoyos morales, espirituales y religiosos del pasado ceden con
mucha frecuencia, sin que por eso mismo esté asegurada la inserción en el mundo
nuevo.
11. En
este desarrollo, la tentación se hace tan violenta, que amenaza arrastrar hacia
los mesianismos prometedores, pero forjados de ilusiones. ¿Quién no ve los
peligros que hay en ello de reacciones populares y de deslizamientos hacia las
ideologías totalitarias?. Estos son los datos del problema, cuya gravedad no
puede escapar a nadie.
II. LA
IGLESIA Y EL DESARROLLO.
La
labor de los misioneros.
12.
Fiel a la enseñanza y al ejemplo de su divino Fundador, que como señal de su
misión dio al mundo el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf. Lc 7, 22),
la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a
los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus
misioneros han construido centros asistenciales y hospitales, escuelas y
universidades. Enseñando a los indígenas el modo de sacar mayor provecho de los
recursos naturales, los han protegido frecuentemente contra la codicia de los
extranjeros. Sin duda alguna su labor, por lo mismo que era humana, no fue
perfecta y algunos pudieron mezclar algunas veces no pocos modos de pensar y de
vivir de su país de origen con el anuncio del auténtico mensaje evangélico.
Pero supieron también cultivar y promover las instituciones locales. En muchas
regiones, supieron colocarse entre los precursores del progreso material no
menos que de la elevación cultural. Basta recordar el ejemplo del P. Carlos de Foucauld, a quien se juzgó digno de ser llamado, por su caridad, el
"Hermano universal", y que compiló un precioso diccionario de la
lengua tuareg. Hemos de rendir homenaje a estos precursores muy frecuentemente
ignorados, impelidos por la caridad de Cristo, lo mismo que a sus émulos y
sucesores, que siguen dedicándose, todavía hoy, al servicio generoso y
desinteresado de aquéllos que evangelizan.
Iglesia
y mundo.
13.
Pero en lo sucesivo las iniciativas locales e individuales no bastan ya. La
presente situación del mundo exige una acción de conjunto, que tenga como punto
de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales,
culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene de la humanidad, la
Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la política de los
Estados «sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito,
la obra misma de Cristo quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad,
para lavar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» [Gaudium et Spes]. Fundada para
establecer desde acá abajo el Reino de los cielos y no para conquistar un poder
terrenal, afirma claramente que los dos campos son distintos, de la misma
manera que son soberanos los dos poderes, el eclesiástico y el civil, cada uno
en su terreno [Immortale Dei]. Pero, viviendo en la historia, ella debe «escrutar a fondo
los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» [Gaudium et Spes].
Tomando parte en las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no
verlas satisfechas, desea ayudarles a conseguir su pleno desarrollo y esto
precisamente porque ella les propone lo que ella posee como propio: una visión
global del hombre y de la humanidad.
Visión
cristiana del desarrollo.
14. El
desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico
debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre.
Con gran exactitud ha subrayado un eminente experto: «Nosotros no aceptamos la
separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en
que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada
agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».
15. En
los designios de Dios, cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda
vida es una vocación. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos como un germen,
un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructificar: su
floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo
personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido
propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es
responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces
es trabado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean
los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su
éxito o de su fracaso: por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su
voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.
16. Por
otra parte este crecimiento no es facultativo. De la misma manera que la
creación entera está ordenada a su Creador, la creatura espiritual está
obligada a orientar espontáneamente su vida hacia Dios, verdad primera y bien
soberano. Resulta así que el crecimiento humano constituye como un resumen de
nuestros deberes. Más aun, esta armonía de la naturaleza, enriquecida por el
esfuerzo personal y responsable, está llamada a superarse a sí misma. Por su
inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un
progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud;
tal es la finalidad suprema del desarrollo personal.
Deber
comunitario.
17.
Pero cada uno de los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la
humanidad entera. Y no es solamente este o aquel hombre sino que todos los
hombres están llamados a este desarrollo pleno. Las civilizaciones nacen,
crecen y mueren. Pero como las olas del mar en flujo de la marea van avanzando,
cada una un poco más, en la arena de la playa, de la misma manera la humanidad
avanza por el camino de la historia. Herederos de generaciones pasadas y
beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para
con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía
más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho
y un beneficio para todos, es también un deber.
18.
Este crecimiento personal y comunitario se vería comprometido si se alterase la
verdadera escala de valores. Es legítimo el deseo de lo necesario, y el
trabajar para conseguirlo es un deber: «El que no quiere trabajar, que no
coma» (2Tes 3, 10). Pero la adquisición de los bienes temporales puede conducir
a la codicia, al deseo de tener cada vez más y a la tentación de acrecentar el
propio poder. La avaricia de las personas, de las familias y de las naciones
puede apoderarse lo mismo de los más desprovistos que de los más ricos, y
suscitar en los unos y en los otros un materialismo sofocante.
Creciente
ambivalencia.
19. Así
pues, el tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el
fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el
hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión, desde el momento que se
convierte en el bien supremo, que impide mirar más allá. Entonces los corazones
se endurecen y los espíritus se cierran; los hombres ya no se unen por amistad
sino por interés, que pronto les hace oponerse unos a otros y desunirse. La
búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento
del ser y se opone a su verdadera grandeza; para las naciones, como para las
personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral.
20. Si
para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor
número, para este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión
profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno
hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad,
de la oración y de la contemplación. Así se podrá realizar, en toda su
plenitud, el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos
de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas.
Ideal
al que hay que tender.
21.
Menos humanas: Las carencias materiales de los que están privados del mínimo
vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos
humanas: las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o del
abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de
las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo
necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los
conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en
la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu
de pobreza (cf. Mt 5, 3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz.
Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores
supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y
especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres,
y la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como
hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres.
22.
Llenad la tierra, y sometedla (Gén 1, 28). La Biblia, desde sus primeras
páginas, nos enseña que la creación entera es para el hombre, quien tiene que
aplicar su esfuerzo inteligente para valorizarla y mediante su trabajo,
perfeccionarla, por decirlo así, poniéndola a su servicio. Si la tierra está
hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia y los instrumentos de
su progreso, todo hombre tiene el derecho de encontrar en ella lo que necesita.
El reciente Concilio lo ha recordado: «Dios ha destinado la tierra y todo lo que
en ella se contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de
modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, según la regla
de la justicia, inseparable de la caridad» [Gaudium et Spes,69] Todos los demás derechos, sean
los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello
están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su
realización, y es un deber social grave y urgente hacerlo volver a su finalidad
primaria.
La
propiedad.
23. «Si
alguno tiene bienes de este mundo, y viendo a su hermano en necesidad le cierra
sus entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?»(1Jn 3, 17).
Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser
la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: «No
es parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que
le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo
apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los
ricos». Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un
derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso
exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo
necesario. En una palabra: «el derecho de la propiedad no debe jamás
ejercitarse con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional
de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos». Si se llegase al
conflicto «entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias
primordiales», toca a los poderes públicos «procurar una solución, con la
activa participación de las personas y de los grupos sociales».
El uso
de la renta.
24. El
bien común exige, algunas veces, la expropiación, si por el hecho de su
extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello
resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del
país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva.
Afirmándola
netamente [Gaudium et Spes,71] el Concilio ha recordado también, no menos claramente, que la
renta disponible no es cosa que queda abandonada al libre capricho de los
hombres; y que las especulaciones egoístas deben ser eliminadas. Desde luego no
se podría admitir que ciudadanos, provistos de rentas abundantes, provenientes
de los recursos y de la actividad nacional, las transfiriesen en parte
considerable al extranjero, por puro provecho personal, sin preocuparse del
daño evidente que con ello infligirían a la propia patria.
La
industrialización.
25.
Necesaria para el crecimiento económico y para el progreso humano, la
industrialización es al mismo tiempo señal y factor de desarrollo. El hombre,
mediante la tenaz aplicación de su inteligencia y de su trabajo arranca poco a
poco sus secretos a la naturaleza y hace un uso mejor de sus riquezas. Al mismo
tiempo que disciplina sus costumbres se desarrollo en él el gusto por la
investigación y la invención, la aceptación del riesgo calculado, la audacia en
las empresas, la iniciativa generosa y el sentido de responsabilidad.
26.
Pero, por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad, ha sido
construido un sistema que considera el provecho como muestra esencial del
progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la
prosperidad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin
límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno,
que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador
de «el imperialismo internacional del dinero» [Quadragessimo Anno]. No hay mejor manera de
reprobar tal abuso que recordando solemnemente una vez más que la economía está
al servicio del hombre. Pero si es verdadero que un cierto capitalismo ha
sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas,
cuyos efectos duran todavía, sería injusto que se atribuyera a la
industrialización misma los males que son debidos al nefasto sistema que la
acompaña. Por el contrario, es justo reconocer la aportación irremplazable de
la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo.
El
trabajo.
27. De
igual modo, si algunas veces puede reinar una mística exagerada del trabajo, no
será menos cierto que el trabajo ha sido querido y bendecido por Dios. Creado a
imagen suya «el hombre debe cooperar con el Creador en la perfección de la
creación y marcar a su vez la tierra con el carácter espiritual, que él mismo ha
recibido». Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, le ha dado
también el modo de acabar de alguna manera su obra, ya sea el artista o
artesano, patrono, obrero o campesino, todo trabajador es un creador.
Aplicándose a una materia, que se le resiste, el trabajador le imprime un
sello, mientras que él adquiere tenacidad, ingenio y espíritu de invención. Más
aún, viviendo en común, participando de una misma esperanza, de un sufrimiento,
de una ambición y de una alegría, el trabajo une las voluntades, aproxima los
espíritus y funde los corazones; al realizarlo, los hombres descubren que son
hermanos.
Su
ambivalencia.
28. El
trabajo, sin duda es ambivalente, porque promete el dinero, la alegría y el
poder, invita a los unos al egoísmo y a los otros a la revuelta, desarrolla
también la conciencia profesional, el sentido del deber y la caridad para con
el prójimo. Más científico y mejor organizado tiene el peligro de deshumanizar
a quien lo realiza, convertirlo en siervo suyo, porque el trabajo no es humano
si no permanece inteligente y libre. Juan XXIII ha recordado la urgencia de
restituir al trabajador su dignidad, haciéndole participar realmente de la
labor común: «se debe tender a que la empresa se convierta en una comunidad de
personas en las relaciones, en las funciones y en la situación de todo el
personal» [Mater et Magistra]. Pero el trabajo de los hombres, mucho más para el cristiano,
tiene todavía la misión de colaborar en la creación del mundo sobrenatural no terminado, hasta que lleguemos todos juntos a constituir aquel hombre
perfecto del que habla San Pablo, «que realiza la plenitud de Cristo» (Ef 4,
13).
29. Hay
que darse prisa. Muchos hombres sufren y aumenta la distancia que separa el
progreso de los unos, del estancamiento y aún retroceso de los otros. Sin
embargo, es necesario que la labor que hay que realizar progrese
armoniosamente, so pena de ver roto el equilibrio que es indispensable. Una
reforma agraria improvisada puede frustrar su finalidad. Una industrialización
brusca puede dislocar las estructuras, que todavía son necesarias, y engendrar
miserias sociales, que serían un retroceso para la humanidad.
Tentación
de la violencia.
30. Es
cierto que hay situaciones cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones
enteras, faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide
toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción
cultural y de participación en la vida social y política, es grande la
tentación de rechazar con la violencia tan grandes injurias contra la dignidad
humana.
Revolución.
31. Sin
embargo ya se sabe: la insurrección revolucionaria - salvo en caso de tiranía
evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de
la persona y dañase peligrosamente el bien común del país engendra nuevas
injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se
puede combatir un mal real al precio de un mal mayor.
Reforma.
32.
Entiéndasenos bien: la situación presente tiene que afrontarse valerosamente y
combatirse y vencerse las injusticias que trae consigo. El desarrollo exige
transformaciones audaces, profundamente innovadoras. Hay que emprender, sin
esperar más, reformas urgentes. Cada uno debe aceptar generosamente su papel,
sobre todo los que por su educación, su situación y su poder tienen grandes posibilidades
de acción. Que, dando ejemplo, empiecen con sus propios haberes, como ya lo han
hecho muchos hermanos nuestros en el Episcopado. Responderán así a la
expectación de los hombres y serán fieles al Espíritu de Dios, porque es «el
fermento evangélico el que ha suscitado y suscita en el corazón del hombre una
exigencia incoercible de dignidad» [Gaudium et Spes,26].
Programas
y planificación.
33. La
sola iniciativa individual y el simple juego de la competencia no serían
suficientes para asegurar el éxito del desarrollo. No hay que arriesgarse a
aumentar todavía más las riquezas de los ricos y la potencia de los fuertes,
confirmando así la miseria de los pobres y añadiéndola a la servidumbre de los
oprimidos. Los programas son necesarios para «animar, estimular, coordinar,
suplir e integrar» [Mater et Magistra] la acción de los individuos y de los cuerpos
intermedios. Toca a los poderes públicos escoger y ver el modo de imponer los
objetivos que proponerse, las metas que hay que fijar, los medios para llegar a
ella, estimulando al mismo tiempo todas las fuerzas, agrupadas en esta acción
común. Pero ellas han de tener cuidado de asociar a esta empresa las
iniciativas privadas y los cuerpos intermedios. Evitarán así el riesgo de una
colectivización integral o de una planificación arbitraria que, al negar la
libertad, excluiría el ejercicio de los derechos fundamentales de la persona
humana.
34.
Porque todo programa concebido para aumentar la producción, al fin y al cabo no
tiene otra razón de ser que el servicio de la persona. Si existe es para
reducir desigualdades, combatir las discriminaciones, librar al hombre de la
esclavitud, hacerle capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora
material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual. Decir desarrollo
es, efectivamente, preocuparse tanto por el progreso social como por el
crecimiento económico. No basta aumentar la riqueza común para que sea
repartida equitativamente. No basta promover la técnica para que la tierra sea
humanamente más habitable. Los errores de los que han ido por delante deben
advertir a los que están en vía de desarrollo de cuáles son los peligros que
hay que evitar en este terreno. La tecnocracia del mañana puede engendrar males
no menos temibles que los del liberalismo de ayer. Economía y técnica no tienen
sentido si no es por el hombre, a quien deben servir. El hombre no es
verdaderamente hombre, más que en la medida en que, dueño de sus acciones y
juez de su valor, se hace él mismo autor de su progreso, según la naturaleza
que le ha sido dada por su Creador y de la cual asume libremente las
posibilidades y las exigencias.
Alfabetización.
35. Se
puede también afirmar que el crecimiento económico depende en primer lugar del
progreso social, por eso la educación básica es el primer objetivo de un plan
de desarrollo. Efectivamente el hambre de instrucción no es menos deprimente
que el hambre de alimento: un analfabeto es un espíritu subalimentado. Saber
leer y escribir, adquirir una formación profesional y descubrir que se puede
progresar al mismo tiempo que los demás. Como dijimos en nuestro mensaje al
Congreso de la UNESCO, de 1965 en Teherán, la alfabetización es para el hombre
«un factor primordial de integración social, no menos que de enriquecimiento
personal; para la sociedad, un instrumento privilegiado de progreso económico y
de desarrollo». Por eso nos alegramos del gran trabajo realizado en este
dominio por las iniciativas privadas, los poderes públicos y las organizaciones
internacionales: son los primeros artífices del desarrollo, al capacitar al
hombre a realizarlo por sí mismo.
Familia.
36.
Pero el hombre no es él mismo sino en su medio social, donde la familia tiene
una función primordial, que ha podido ser excesiva, según los tiempos y los
lugares en que se ha ejercitado, con detrimento de las libertades fundamentales
de la persona. Los viejos cuadros sociales de los países en vías de desarrollo,
aunque demasiado rígidos y mal organizados sin embargo, es menester
conservarlos todavía algún tiempo, aflojando progresivamente su exagerado
dominio. Pero la familia natural, monógama y estable, tal como los designios
divinos la han concebido (cf. Mt 19, 6) y que el cristianismo ha santificado,
debe permanecer como «punto en el que coinciden distintas generaciones que se
ayudan mutuamente a lograr una más completa sabiduría y armonizar los derechos
de las personas con las demás exigencias de la vida social» [Gaudium et Spes,52].
Demografía.
37. Es
cierto que muchas veces un crecimiento demográfico acelerado añade sus
dificultades a los problemas del desarrollo; el volumen de la población crece
con más rapidez que los recursos disponibles y nos encontramos aparentemente
encerrados en un callejón sin salida. Es, pues, grande la tentación de frenar
el crecimiento demográfico con medidas radicales. Es cierto que los poderes
públicos, dentro de los límites de su competencia, pueden intervenir, llevando
a cabo una información apropiada y adoptando las medidas convenientes, con tal
de que estén de acuerdo con las exigencias de la ley moral y respeten la justa
libertad de los esposos. Sin derecho inalienable al matrimonio y a la
procreación no hay dignidad humana. Al fin y al cabo es a los padres a los que
toca decidir, con pleno conocimiento de causa, el número de hijos, aceptando
sus responsabilidades ante Dios, ante ellos mismos, ante los hijos que han
traído al mundo y ante la comunidad a la que pertenecen, siguiendo las
exigencias de su conciencia, instruida por la ley de Dios auténticamente
interpretada y sostenida por la confianza en Él.
38. En
la obra del desarrollo, el hombre, que encuentra en la familia su medio de vida
primordial, se ve frecuentemente ayudado por las organizaciones profesionales.
Si su razón de ser es la de promover los intereses de sus miembros, su
responsabilidad es grande ante la función educativa que pueden y al mismo
tiempo deben cumplir. A través de la información que ellas procuran, de la
formación que ellas proponen, pueden mucho para dar a todos el sentido del bien
común y de las obligaciones que este supone para cada uno.
39.
Toda acción social implica una doctrina. El cristiano no puede admitir la que
supone una filosofía materialista y atea, que no respeta ni la orientación de
la vida hacia su fin último, ni la libertad ni la dignidad humanas. Pero con
tal de que estos valores queden a salvo, un pluralismo de las organizaciones
profesionales y sindicales es admisible, desde un cierto punto de vista es
útil, si protege la libertad y provoca la emulación. Por eso rendimos un
homenaje cordial a todos los que trabajan en el servicio desinteresado de sus
hermanos.
Promoción
cultural.
40.
Además de las organizaciones profesionales, es de anotar la actividad de las
instituciones culturales. Su función no es menor para el éxito del desarrollo:
«El provenir del mundo corre peligro, afirma gravemente el Concilio, si no se
forman hombres más instruidos en esta sabiduría». Y añade: «Muchas naciones
económicamente pobres, pero más ricas de sabiduría, pueden prestar a las demás
una extraordinaria utilidad». Rico o pobre, cada país posee una
civilización, recibida de sus mayores: instituciones exigidas por la vida
terrena y manifestaciones superiores artísticas, intelectuales y religiosas de
la vida del espíritu. Mientras que contengan verdaderos valores humanos, sería
un grave error sacrificarlas a aquellas otras. Un pueblo que lo permitiera
perdería con ello lo mejor de sí mismo y sacrificaría para vivir sus razones de
vivir. La enseñanza de Cristo vale también para los pueblos: «¿De qué le sirve
al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?» (Mt 16, 26).
Tentación
materialista.
41. Los
pueblos pobres, jamás estarán suficientemente en guardia contra esta tentación,
que les viene de los pueblos ricos. Estos presentan, con demasiada frecuencia,
con el ejemplo de sus éxitos en una civilización técnica y cultural, el modelo
de una actividad aplicada principalmente a la conquista de la prosperidad
material. No que esta última cierre el camino por sí misma a las actividades de
espíritu. Por el contrario, siendo éste «menos esclavo de las cosas puede
elevarse más fácilmente a la adoración y a la contemplación del mismo
Creador» [Gaudium et Spes,57]. Pero a pesar de ello, «la misma civilización moderna, no
ciertamente por sí misma, sino porque se encuentra excesivamente aplicada a las
realidades terrenales, puede hacer muchas veces más difícil el acceso a
Dios». En todo aquello que se les propone, los pueblos en fase de
desarrollo deben, pues, saber escoger, discernir y eliminar los falsos bienes,
que traerían consigo un descenso de nivel en el ideal humano, aceptando los
valores sanos y benéficos para desarrollarlos, juntamente con los suyos, y
según su carácter propio.
Conclusión.
42. Es
un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el
desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres?. Un humanismo
cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de
ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente el hombre puede organizar la
tierra sin Dios, pero «al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla
contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano». No hay,
pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el
reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana.
Lejos de ser norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si
no es superándose. Según la tan acertada expresión de Pascal: «el hombre supera
infinitamente al hombre».
El desarrollo solidario de la humanidad.
Introducción.
43. El
desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la
humanidad. Nos lo decíamos en Bombay. «El hombre debe encontrar al hombre, las
naciones deben encontrarse entre sí como hermanos y hermanas, como hijos de
Dios. En esta comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos
igualmente comenzar a actuar a una para edificar el provenir común de la
humanidad».
Sugeríamos
también la búsqueda de medios concretos y prácticos de organización y
cooperación para poner en común los recursos disponibles y realizar así una
verdadera comunión entre todas las naciones.
Fraternidad
de los pueblos.
44.
Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones
tienen sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural y se presentan bajo
un triple aspecto: deber de solidaridad, en la ayuda que las naciones ricas
deben aportar a los países en vías de desarrollo; deber de justicia social,
enderezando las relaciones comerciales defectuosas entre los pueblos fuerte y
débiles; deber de caridad universal, por la promoción de un mundo más humano
para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los
unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros. La cuestión es grave, ya
que el porvenir de la civilización mundial depende de ello.
I.
ASISTENCIA A LOS DÉBILES.
Lucha
contra el hambre.
45. «Si
un hermano o una hermana están desnudos —dice Santiago— si les falta el
alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dice: "andad en paz,
calentaos, saciaos" sin darles lo necesario para su cuerpo, ¿para qué les
sirve eso?»(Sant 2, 15-16). Hoy en día, nadie puede ya ignorarlo, en
continentes enteros son innumerables los niños subalimentados hasta tal punto
que un buen número de ellos muere en la tierna edad, el crecimiento físico y el
desarrollo mental de muchos otros se ve con ello comprometido, y enteras
regiones se ven así condenadas al más triste desaliento.
Hoy.
46.
Llamamientos angustiosos han resonado ya. El de Juan XXIII fue calurosamente
recibido [Mater et Magistra]. Nos lo hemos reiterado en nuestro mensaje de Navidad 1963, y
de nuevo en favor de la India en 1966. La campaña contra el hambre
emprendida por la Organización Internacional para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y alentada por la Santa Sede, ha sido secundada con
generosidad. Nuestra Caritas Internacional actúa por todas partes y numerosos
católicos, bajo el impulso de nuestros hermanos en el episcopado, dan y se
entregan sin reserva a fin de ayudar a los necesitados, agrandando
progresivamente el círculo de sus prójimos.
Mañana.
47.
Pero todo ello, al igual que las inversiones privadas y públicas ya realizadas,
las ayudas y los préstamos otorgados, no bastan. No se trata sólo de vencer el
hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza, el combate contra la
miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo
donde todo hombre, sin excepción de raza, religión, o nacionalidad, pueda vivir
una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de
parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo
donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda
sentarse a la misma mesa que el rico (cf. Lc 16, 19-31). Ello exige a este
último mucha generosidad, innumerables sacrificios, y un esfuerzo sin descanso.
A cada uno toca examinar su conciencia, que tiene una nueva voz para nuestra
época. ¿Está dispuesto a sostener con su dinero las obras y las empresas
organizadas en favor de los más pobres?. ¿A pagar más impuestos para que los
poderes públicos intensifiquen su esfuerzo para el desarrollo?. ¿A comprar más
caros los productos importados a fin de remunerar más justamente al productor?. ¿A expatriarse a sí mismo, si es joven, ante la necesidad de ayudar este
crecimiento de las naciones jóvenes?.
48. El
deber de solidaridad de las personas es también de los pueblos. «Los pueblos ya
desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en vías de
desarrollo» [Gaudium et Spes,86]. Se debe poner en práctica esta enseñanza conciliar. Si es
normal que una población sea el primer beneficiario de los dones otorgados por
la Providencia como fruto de su trabajo, no puede ningún pueblo, sin embargo,
pretender reservar sus riquezas para su uso exclusivo. Cada pueblo debe
producir más y mejor a la vez para dar a sus súbditos un nivel de vida
verdaderamente humano y para contribuir también al desarrollo solidario de la
humanidad. Ante la creciente indigencia de los países subdesarrollados, se debe
considerar como normal el que un país desarrollado consagre una parte de su
producción a satisfacer las necesidades de aquellos; igualmente normal que
forme educadores, ingenieros, técnicos, sabios que pongan su ciencia y su
competencia al servicio de ellos.
Lo
superfluo.
49. Hay
que decirlo una vez más: lo superfluo de los países ricos debe servir a los
países pobres. La regla que antiguamente valía en favor de los más cercanos
debe aplicarse hoy a la totalidad de las necesidades del mundo. Los ricos, por
otra parte, serán los primeros beneficiados de ello. Si no, su prolongada
avaricia no hará más que suscitar el juicio de Dios y en la cólera de los
pobres, con imprevisibles consecuencias. Replegadas en su egoísmo, las
civilizaciones actualmente florecientes atentarían a sus valores más altos,
sacrificando la voluntad de ser más, el deseo de poseer en mayor abundancia. Y
se aplicaría a ello la parábola del hombre rico cuyas tierras habían producido
mucho y que no sabía donde almacenar la cosecha: «Dios le dice: insensato, esta
misma noche te pedirán el alma» (Lc 12. 20).
Programas.
50.
Estos esfuerzos, a fin de obtener su plena eficacia, no deberían permanecer
dispersos o aislados, y menos aun opuestos, por razones de prestigio o poder:
la situación exige programas concertados. En efecto, un programa es más y es
mejor que una ayuda ocasional dejada a la buena voluntad de cada uno. Supone,
Nos lo hemos dicho ya antes, estudios profundos, fijar objetivos, determinar
los medios, aunar los esfuerzos, a fin de responder a las necesidades presentes
y a las exigencias previsibles. Más aun, sobrepasa las perspectivas del
crecimiento económico y del progreso social: da sentido y valor a la obra que
debe realizarse. Arreglando el mundo, se valoriza el hombre.
Fondo
mundial.
51.
Hará falta ir más lejos aun. Nos pedimos en Bombay la constitución de una gran
Fondo Mundial alimentado con una parte de los gastos militares, a fin de ayudar
a los más desheredados. Esto que vale para la lucha inmediata contra la
miseria, vale igualmente a escala del desarrollo. Sólo una colaboración
mundial, de la cual un fondo común sería al mismo tiempo símbolo e instrumento,
permitiría superar las rivalidades estériles y suscitar un diálogo pacífico y
fecundo entre todos los pueblos.
52. Sin
duda acuerdos bilaterales o multilaterales pueden seguir existiendo: ellos
permiten sustituir las relaciones de dependencia y las amarguras sugeridas en
la era colonial, por felices relaciones de amistad, desarrolladas sobre un pie
de igualdad jurídica y política. Pero incorporados en un programa de
colaboración mundial, se verían libres de toda sospecha. Las desconfianzas de
los beneficiarios se atenuarían. Estos temerían menos ciertas manifestaciones
disimuladas bajo la ayuda financiera o la asistencia técnica de lo que se ha
llamado el neocolonialismo, bajo forma de presiones políticas y de dominación
económica encaminadas a defender o a conquistar una hegemonía dominadora.
Su
urgencia.
53.
¿Quién no ve además que un fondo tal facilitaría la reducción de ciertos
despilfarros, fruto del temor o del orgullo?. Cuando tantos pueblos tienen
hambre, cuando tantos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven
sumergidos en la ignorancia, cuando aun quedan por construir tantas escuelas,
hospitales, viviendas dignas de este nombre, todo derroche público o privado,
todo gasto de ostentación nacional o personal, toda carrera de armamentos se
convierte en un escándalo intolerable. Nos vemos obligados a denunciarlo.
Quieran los responsables oírnos antes de que sea demasiado tarde.
Diálogo
que debe comenzar.
54.
Esto quiere decir que es indispensable que se establezca entre todos el
diálogo, a favor del cual Nos hacíamos votos en nuestra primera encíclica
Ecclesiam suam. Este diálogo entre quienes aportan los medios y quienes se
benefician de ellos, permitirá medir las aportaciones, no sólo de acuerdo con
la generosidad y las disponibilidades de los unos sino también en función de
las necesidades reales y de las posibilidades de empleo de los otros. Entonces
los países en vía de desarrollo no correrán en adelante el riesgo de estar
abrumados de deudas, cuya satisfacción absorbe la mayor parte de sus beneficios.
Las tasas de interés y la duración de los préstamos deberán disponerse de
manera soportable para los unos y para los otros, equilibrando las ayudas
gratuitas, los préstamos sin interés, o con un interés mínimo y la duración de
las amortizaciones. A quienes proporcionen los medios financieros se les podrán
dar garantías sobre el empleo que se hará del dinero, según el plan convenido y
con una eficacia razonable, puesto que no se trata de favorecer a los perezosos
y parásitos. Y los beneficiarios podrán exigir que no haya injerencias en su
política y que no se perturbe su estructura social. Como estados soberanos, a
ellos les corresponde dirigir por sí mismos sus asuntos, determinar su política
y orientarse libremente hacia la forma de sociedad que han escogido. Se trata
por lo tanto, de instaurar una colaboración voluntaria, una participación eficaz
de los unos con los otros, en una dignidad igual para la construcción de un
mundo más humano.
Su
necesidad.
55. La
tarea podría parecer imposible en regiones donde la preocupación por la
subsistencia de familias incapaces de concebir un trabajo que les prepare para
un provenir menos miserable. Y sin embargo, es precisamente a estos hombres y
mujeres a quienes hay que ayudar, a quienes hay que convencer que realicen
ellos mismos su propio desarrollo y que adquieran progresivamente los medios
para ello. Esta obra común no irá adelante, claro está, sin un esfuerzo
concentrado, constante y animoso. Pero que cada uno se persuada profundamente:
está en juego la vida de los pueblos pobres, la paz civil de los países en vía
de desarrollo y la paz del mundo.
II. LA
JUSTICIA SOCIAL EN LAS RELACIONES COMERCIALES.
56. Los
esfuerzos, aun considerables, que se han hecho para ayudar en el plan
financiero y técnico a los países en vía de desarrollo, serían ilusorios si sus
resultados fuesen parcialmente anulados por el juego de las relaciones
comerciales entre los países ricos y entre los países pobres. La confianza de
estos últimos se quebrantaría si tuviesen la impresión de que una mano les
quita lo que la otra les da.
Separación
creciente.
57. Las
naciones altamente industrializadas exportan sobre todo productos elaborados,
mientras que las economías poco desarrolladas no tienen para vender más que
productos agrícolas y materias primas. Gracias al progreso técnico, los
primeros aumentan rápidamente de valor y encuentran suficiente mercado. Por el
contrario, los productos primarios que provienen de los países
subdesarrollados, sufren amplias y bruscas variaciones de precios, muy lejos de
esa plusvalía progresiva. De ahí provienen para las naciones poco
industrializadas grandes dificultades, cuando han de contar con sus
exportaciones para equilibrar su economía y realizar su plan de desarrollo. Los
pueblos pobres permanecen siempre pobres y los ricos se hacen cada vez más
ricos.
Más
allá del liberalismo.
58. Es
decir que la regla del libre cambio no puede seguir rigiendo ella sola las
relaciones internacionales. Sus ventajas son ciertamente evidentes cuando las
partes no se encuentran en condiciones demasiado desiguales de potencia
económica: es un estímulo de progreso y recompensa el esfuerzo. Por eso los
países industrialmente desarrollados ven en ella una ley de justicia. Pero ya
no es lo mismo cuando las condiciones son demasiado desiguales de país a país:
los precios que se forman «libremente» en el mercado pueden llevar consigo
resultados no equitativos. Es por consiguiente el principio fundamental del
liberalismo, como regla de los intercambios comerciales, el que está aquí en
litigio.
Justicia
de los contratos a escala de los pueblos.
59. La
enseñanza de León XIII en la Rerum Novarum conserva su validez: el
consentimiento de las partes si están en situaciones demasiado desiguales, no
basta para garantizar la justicia del contrato; la regla del libre
consentimiento queda subordinada a las exigencias del derecho natural. Lo
que era verdadero acerca del justo salario individual, lo es también respecto a
los contratos internacionales: una economía de intercambio no puede seguir
descansando sobre la sola ley de la libre concurrencia, que engendra también
demasiado a menudo la dictadura económica. El libre intercambio sólo es
equitativo si está sometido a las exigencias de la justicia social.
Medidas
que hay que tomar.
60. Por
lo demás, esto lo han comprendido los mismos países desarrollados, que se esfuerzan
con medidas adecuadas por restablecer, en el seno de su propia economía, un
equilibrio que la concurrencia, dejada a su libre juego, tiende a comprometer.
Así sucede que a menudo, sostienen su agricultura a costa de sacrificios
impuestos a los sectores económicos más favorecidos. Así también, para mantener
las relaciones comerciales que se desenvuelven entre ellos, particularmente en
el interior de un mercado común, su política financiera, fiscal y social se
esfuerza por procurar, a industrias concurrentes de prosperidad desigual,
oportunidades semejantes.
61. No
estaría bien usar aquí dos pesos y dos medidas. Lo que vale en economía
nacional, lo que se admite entre países desarrollados, vale también en las
relaciones comerciales entre países ricos y países pobres. Sin abolir el
mercado de concurrencia, hay que mantenerlo dentro de los límites que lo hacen
justo y moral, y por tanto humano. En el comercio entre economías desarrolladas
y subdesarrolladas las situaciones son demasiado dispersas y las libertades
reales demasiado desiguales. La justicia social exige que el comercio
internacional, para ser humano y moral, restablezca entre las partes al menos
una cierta igualdad de oportunidades. Esta última es un objetivo a largo plazo.
Mas para llegar a él es preciso crear desde ahora una igualdad real en las
discusiones y negociaciones. Aquí también serían útiles convenciones
internacionales de radio suficientemente vasto: ellas establecerían normas
generales con vistas a regularizar ciertos precios, garantizar determinadas
producciones, sostener ciertas industrias nacientes. ¿Quién no ve que un tal
esfuerzo común hacia una mayor justicia en las relaciones comerciales entre los
pueblos aportaría a los países en vía de desarrollo una ayuda positiva, cuyos
efectos no serían solamente inmediatos, sino duraderos?.
Obstáculos
que hay que remontar: el nacionalismo.
62.
Todavía otros obstáculos se oponen a la formación de un mundo más justo y más
estructurado dentro de una solidaridad universal: queremos hablar del
nacionalismo y del racismo. Es natural que comunidades recientemente llegadas a
su independencia política sean celosas de una unidad nacional aún frágil y se
esfuercen por protegerla. Es normal también que naciones de vieja cultura estén
orgullosas del patrimonio que les ha legado la historia. Pero estos legítimos
sentimientos deben ser sublimados por la caridad universal que engloba a todos
los miembros de la familia humana. El nacionalismo aísla los pueblos en contra
de lo que es su verdadero bien. Sería particularmente nocivo allí en donde la
debilidad de las economías nacionales exige por el contrario la puesta en común
de los esfuerzos, de los conocimientos y de los medios financieros, para
realizar los programas de desarrollo e incrementar los intercambios comerciales
y culturales.
El
racismo.
63. El
racismo no es patrimonio exclusivo de las naciones jóvenes, en las que a veces
se disfraza bajo las rivalidades de clanes y de partidos políticos, con gran
prejuicio de la justicia y con peligro de la paz civil. Durante la era colonial
ha creado a menudo un muro de separación entre colonizadores e indígenas,
poniendo obstáculos a una fecunda inteligencia recíproca y provocando muchos
rencores como consecuencia de verdaderas injusticias. Es también un obstáculo a
la colaboración entre naciones menos favorecidas y un fermento de división y de
odio en el seno mismo de los Estados cuando, con menor precio de los derechos
imprescriptibles de la persona humana, individuos y familias se ven
injustamente sometidos a un régimen de excepción, por razón de su raza o de su
color.
64. Una
tal situación, tan cargada de amenazas para el porvenir, Nos aflige
profundamente. Abrigamos, con todo, la esperanza de que una necesidad más
sentida de colaboración y un sentido más agudo de la solidaridad, acabarán por
prevalecer sobre las incomprensiones y los egoísmos. Nos esperamos que los
países cuyo desarrollo está menos avanzado sabrán aprovecharse de su vecindad
para organizar entre ellos, sobre áreas territorialmente extensas, zonas de
desarrollo conjunto: establecer programas comunes, coordinar las inversiones,
repartir las posibilidades de producción, organizar los intercambios. Esperamos
también que las organizaciones multilaterales e internacionales encontrarán,
por medio de una reorganización necesaria, los caminos que permitirán a los
pueblos todavía subdesarrollados salir de los atolladeros en que parecen estar
encerrados y descubrir por sí mismos, dentro de la fidelidad a su peculiar modo
de ser, los medios para su progreso social y humano.
Pueblos
artífices de su destino.
65.
Porque ésa es la meta a la que hay que llegar. La solidaridad mundial, cada día
más eficiente, debe permitir a todos los pueblos el llegar a ser por sí mismos
artífices de su destino. El pasado ha sido marcado demasiado frecuentemente por
relaciones de fuerza entre las naciones: venga ya el día en que las relaciones
internacionales lleven el cuño del mutuo respeto y de la amistad, de la interdependencia
en la colaboración y de la promoción común bajo la responsabilidad de cada uno.
Los pueblos más jóvenes o más débiles reclaman tener su parte activa en la
construcción de un mundo mejor, más respetuoso de los derechos y de la vocación
de cada uno. Este clamor es legítimo; a la responsabilidad de cada uno queda el
escucharlo y el responder a él.
III. LA
CARIDAD UNIVERSAL.
66. El
mundo está enfermo. Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en
su acaparamiento por parte de algunos, que en la falta de fraternidad entre los
hombres y entre los pueblos.
El
deber de la hospitalidad.
67.
Nos, no insistiremos nunca demasiado en el deber de hospitalidad -deber de
solidaridad humana y de caridad cristiana-, que incumbe tanto a las familias,
como a las organizaciones culturales de los países que acogen a los
extranjeros. Es necesario multiplicar residencias y hogares que acojan sobre
todo a los jóvenes. Esto, ante todo, para protegerles contra la soledad, el
sentimiento de abandono, la angustia, que destruyen todo el resorte moral.
También para defenderles contra la situación malsana en que se encuentran
forzados a comparar la extrema pobreza de su patria con el lujo y el derroche
que a menudo les rodea. Y asimismo para ponerles al abrigo de doctrinas
subversivas y de tentaciones agresivas que les asaltan, ante el recuerdo de
tanta "miseria inmerecida". Sobre todo, en fin, para ofrecerles,
con el calor de una acogida fraterna, el ejemplo de una vida sana, la estima de
la caridad cristiana auténtica y eficaz, el aprecio de los valores
espirituales.
El
drama de los jóvenes estudiantes.
68. Es
doloroso pensarlo: numerosos jóvenes venidos a países más avanzados para
recibir la ciencia, la competencia y la cultura, que les harán más aptos para
servir a su patria, adquieren ciertamente una formación más cualificada, pero
pierden demasiado a menudo la estima de unos valores espirituales que muchas
veces se encuentran, como precioso patrimonio, en aquellas civilizaciones que
les han visto crecer.
69. La
misma acogida debe ofrecerse a los trabajadores emigrantes que viven muchas
veces en condiciones inhumanas, ahorrando de su salario para sostener a sus
familias, que se encuentran en la miseria en su suelo natal.
Sentido
social.
70.
Nuestra segunda recomendación va dirigida a aquéllos a quienes sus negocios
llaman a países recientemente abiertos a la industrialización: industriales,
comerciantes, dirigentes o representantes de las grandes empresas. Sucede a
menudo que no están desprovistos de sentido social en su propio país ¿por qué
de nuevo retroceder a los principios inhumanos del individualismo cuando ellos
trabajan en países menos desarrollados?. La superioridad de su situación
debería, al contrario, convertirles en los iniciadores del progreso social y de
la promoción humana, allí donde sus negocios les llaman. Su mismo sentido de
organización debería sugerirles los medios de valorizar el trabajo indígena, de
formar obreros cualificados, de preparar ingenieros y mandos intermedios, de
dejar sitio a sus iniciativas, de introducirles progresivamente en los puestos
más elevados, disponiéndoles a sí para que en un próximo porvenir puedan
compartir con ellos las responsabilidades de la dirección. Que al menos la
justicia regule siempre las relaciones entre jefes y subordinados. Que unos
contratos bien establecidos rijan las obligaciones recíprocas. Que no haya
nada, en fin, sea cual sea su situación, que les deje injustamente sometidos a
la arbitrariedad.
Misiones
de desarrollo.
71.
Cada vez son más numerosos, Nos alegramos de ello, los técnicos enviados en
misión de desarrollo por las instituciones internacionales o bilaterales u
organismos privados; «no deben comportarse como dominadores, sino como
asistentes y colaboradores» [Gaudium et Spes,85]. Un pueblo percibe enseguida si los que vienen
en su ayuda lo hacen con o sin afección para aplicar una técnica o para darle al
hombre todo su valor. Su mensaje queda expuesto a no ser recibido, si no va
acompañado del amor fraterno.
Cualidades
de los técnicos.
72. A
la competencia técnica necesaria, tienen, pues, que añadir las señales
auténticas de una amor desinteresado. Libres de todo orgullo nacionalista, como
de toda apariencia de racismo, los técnicos deben aprender a trabajar en
estrecha colaboración con todos. Saben que su competencia no les confiere una
superioridad en todos los terrenos. La civilización que les ha formado contiene
ciertamente elementos de humanismo universal, pero ella no es única ni
exclusiva y no puede ser importada sin adaptación. Los agentes de estas
misiones se esforzarán sinceramente por descubrir junto con su historia, los
componentes y las riquezas culturales del país que los recibe. Se establecerá
con ello un contacto que fecundará una y otra civilización.
Diálogo
de civilizaciones.
73.
Entre las civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero es, en
efecto, creador de fraternidad. La empresa del desarrollo acercará los pueblos
en las realizaciones que persigue el común esfuerzo, si todos, desde los
gobernantes y sus representantes hasta el más humilde técnico, se sienten
animados por un amor fraternal y movidos por el deseo sincero de construir una
civilización de solidaridad mundial. Un diálogo centrado sobre el hombre y no
sobre los productos o sobre las técnicas, comenzará entonces. Será fecundo si
aporta a los pueblos que de él se benefician, los medios que lo eleven y lo
espiritualicen; si los técnicos se hacen educadores y si las enseñanzas
impartidas están marcadas por una cualidad espiritual y moral tan elevadas que
garanticen un desarrollo, no solamente económico, sino también humano. Más allá
de la asistencia técnica, las relaciones así establecidas perdurarán. ¿Quién no
ve la importancia que entonces tendrán para la paz del mundo?.
74. Muchos
jóvenes han respondido ya con ardor y entrega a la llamada de Pío XII para un
laicado misionero [Fidei donum]. Son muchos también los que se han puesto espontáneamente
a disposición de organismos, oficiales o privados, que colaboran con los
pueblos en vía de desarrollo. Nos sentimos viva satisfacción al saber que en
ciertas naciones el «servicio militar» puede convertirse, en parte, en un
«servicio social», un simple servicio. Nos bendecimos estas iniciativas y la
buena voluntad de los que las secundan. Ojalá que todos los que se dicen de
Cristo puedan escuchar su llamada: «tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed
y me disteis de beber, fui un extranjero y me recibisteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y me vinisteis a ver» (Mt 25,
35-36). Nadie puede permanecer indiferente ante la suerte de sus hermanos que
todavía yacen en la miseria presa de la ignorancia, víctimas de la inseguridad.
Como el corazón de Cristo, el corazón del cristiano debe sentir compasión de
tanta miseria: «siento compasión por esta muchedumbre» (Mc 8, 2).
Plegaria
y acción.
75. La
oración de todos debe subir con fervor al Todopoderoso, a fin de que la
humanidad consciente de tan grandes calamidades, se aplique con inteligencia y
firmeza a abolirlas. A esta oración debe corresponder la entrega completa de
cada uno, en la medida de sus fuerzas y de sus posibilidades, a la lucha contra
el subdesarrollo. Que los individuos, los grupos sociales y las naciones se den
fraternalmente la mano, el fuerte ayudando al débil a levantarse, poniendo en
ello toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado. Más que nadie,
el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las
causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla
con intrepidez. El amigo de la paz, «proseguirá su camino irradiando alegría y
derramando luz y gracia en el corazón de los hombres en toda la faz de la
tierra, haciéndoles descubrir, por encima de todas las fronteras, el rostro de
los hermanos, el rostro de los amigos».
El
desarrollo es el nuevo nombre de la paz.
76. Las
diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los
pueblos, provocan tensiones y discordias, y ponen la paz en peligro. Como Nos
dijimos a los Padres Conciliares a la vuelta de nuestro viaje de paz a la ONU,
«la condición de los pueblos en vía de desarrollo debe ser el objeto de nuestra
consideración, o mejor aún, nuestra caridad con los pobres que hay en el mundo
—y éstos son legiones infinitas— debe ser más atenta, más activa, más
generosa». Combatir la miseria y luchar contra la injusticia, es promover,
a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y
por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una
ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La
paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios,
que comporta una justicia más perfecta entre los hombres [Pacem in terris].
Salir
del aislamiento.
77. Constructores
de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero
no lo realizarán en el aislamiento. Los acuerdos regionales entre los pueblos
débiles a fin de sostenerse mutuamente, los acuerdos más amplios para venir en
su ayuda, las convenciones más ambiciosas entre unos y otros para establecer
programas concertados, son los jalones de este camino del desarrollo que
conduce a la paz.
78.
Esta colaboración internacional a vocación mundial, requiere unas instituciones
que la preparen, la coordinen y la rijan hasta construir un orden jurídico
universalmente reconocido. De todo corazón, Nos alentamos las organizaciones
que han puesto mano en esta colaboración para el desarrollo, y deseamos que crezca
su autoridad. «Vuestra vocación, dijimos a los representantes de la Naciones
Unidas en Nueva York, es la de hacer fraternizar, no solamente a algunos
pueblos sino a todos los pueblos (...) ¿Quién no ve la necesidad de llegar así
progresivamente a instaurar una autoridad mundial que pueda actuar eficazmente
en el terreno jurídico y en el de la política?».
Esperanza
fundada en un mundo mejor.
79.
Algunos creerán utópicas tales esperanzas. Tal vez no sea consistente su
realismo y tal vez no hayan percibido el dinamismo de un mundo que quiere vivir
más fraternalmente y que, a pesar de sus ignorancias, sus errores, sus pecados,
sus recaídas en la barbarie y sus alejados extravíos fuera del camino de la
salvación, se acerca lentamente, aun sin darse de ello cuenta, hacia su
creador. Este camino hacia más y mejores sentimiento de humanidad pide esfuerzo
y sacrificio; pero el mismo sufrimiento, aceptado por amor hacia nuestros
hermanos, es portador del progreso para toda la familia humana. Los cristianos saben
que la unión al sacrificio del Salvador contribuye a la edificación del cuerpo
de Cristo en su plenitud: el pueblo de Dios reunido [Lumen gentium].
Todos
solidarios.
80. En
esta marcha, todos somos solidarios. A todos hemos querido Nos, recordar la
amplitud del drama y la urgencia de la obra que hay que llevar a cabo. La hora
de la acción ha sonado ya: la supervivencia de tantos niños inocentes, el
acceso a una condición humana de tantas familias desgraciadas, la paz del
mundo, el porvenir de la civilización, están en juego. Todos los hombres y
todos los pueblos deben asumir sus responsabilidades.
LLAMAMIENTO
FINAL.
Católicos.
81. Nos
conjuramos en primer lugar a todos nuestros hijos. En los países en vía de
desarrollo no menos que en los otros, los seglares deben asumir como tarea
propia la renovación del orden temporal. Si el papel de la Jerarquía es el de
enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir
en este terreno, a los seglares les corresponde con su libre iniciativa y sin
esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la
mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que
viven [Apostolicam actuositatem]. Los cambios son necesarios, las reformas profundas, indispensables:
deben emplearse resueltamente en infundirles el espíritu evangélico. A nuestros
hijos católicos de los países más favorecidos Nos pedimos que aporten su
competencia y su activa participación en las organizaciones oficiales o
privadas, civiles o religiosas, dedicadas a superar las dificultades de los
países en vía de desarrollo. Estamos seguros de que ellos pondrán todo empeño
para hallarse en primera fila entre aquéllos que trabajan por llevar a la
realidad de los hechos una moral internacional de justicia y de equidad.
82.
Todos los cristianos, nuestros hermanos, Nos estamos seguros de ello, querrán
ampliar su esfuerzo común y concertarlo a fin de ayudar al mundo a triunfar del
egoísmo, del orgullo y de las rivalidades, a superar las ambiciones y las
injusticias, a abrir a todos los caminos de una vida más humana en la que cada
uno sea amado y ayudado como su prójimo y su hermano. Todavía emocionado por
nuestro inolvidable encuentro de Bombay con nuestros hermanos no-cristianos, de
nuevo Nos les invitamos a colaborar con todo su corazón y con toda su
inteligencia, para que todos los hijos de los hombres puedan llevar una vida
digna de hijos de Dios.
Hombres de buena voluntad.
83. Finalmente, Nos nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad conscientes de que el camino de la paz pasa por el desarrollo. Delegados en las instituciones internacionales, hombres de Estado, publicistas, educadores, todos, cada uno en vuestro sitio, vosotros sois los conductores de un mundo nuevo. Nos suplicamos a Dios Todopoderoso que ilumine vuestras inteligencias y os dé nuevas fuerzas y aliento para poner en estado de alerta a la opinión pública y comunicar entusiasmo a los pueblos. Educadores, a vosotros os pertenece despertar ya desde la infancia el amor a los pueblos que se encuentran en la miseria. Publicistas, a vosotros corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias: que los ricos sepan al menos que los pobres están a su puerta y aguardan las migajas de sus banquetes.
83. Finalmente, Nos nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad conscientes de que el camino de la paz pasa por el desarrollo. Delegados en las instituciones internacionales, hombres de Estado, publicistas, educadores, todos, cada uno en vuestro sitio, vosotros sois los conductores de un mundo nuevo. Nos suplicamos a Dios Todopoderoso que ilumine vuestras inteligencias y os dé nuevas fuerzas y aliento para poner en estado de alerta a la opinión pública y comunicar entusiasmo a los pueblos. Educadores, a vosotros os pertenece despertar ya desde la infancia el amor a los pueblos que se encuentran en la miseria. Publicistas, a vosotros corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias: que los ricos sepan al menos que los pobres están a su puerta y aguardan las migajas de sus banquetes.
Hombres
de Estado.
84.
Hombres de Estado, a vosotros os incumbe movilizar vuestras comunidades en una
solidaridad mundial más eficaz y ante todo hacerles aceptar las necesarias
disminuciones de su lujo y de sus dispendios para promover el desarrollo y
salvar la paz. Delegados de las Organizaciones Internacionales, de vosotros
depende que el peligroso y estéril enfrentamiento de fuerzas deje paso a la
colaboración amigable, pacífica y desinteresada, a fin de lograr un progreso
solidario de la humanidad en el que todos los hombres puedan desarrollarse.
Sabios.
85. Y
si es verdad que el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas, Nos
hacemos un llamamiento a los pensadores de Dios, ávidos de absoluto, de
justicia y de verdad: todos los hombres de buena voluntad. A ejemplo de Cristo,
Nos atrevemos a rogaros con insistencia «buscad y encontraréis» (Lc 11, 9),
emprended los caminos que conducen a través de la colaboración, de la
profundización del saber, de la amplitud del corazón a una vida más fraternal
en una comunidad humana verdaderamente universal.
86.
Vosotros todos los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren,
vosotros los que trabajáis para darles una respuesta, vosotros sois los
apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza
egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el
pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la
Providencia.
Bendición.
87. De
todo corazón Nos os bendecimos y hacemos un llamamiento a todos los hombres
para que se unan fraternalmente a vosotros. Porque si el desarrollo es el nuevo
nombre de la paz, ¿quién no querrá trabajar con todas las fuerzas para
lograrlo?. Sí, Nos os invitamos a todos para que respondáis a nuestro grito de
angustia, en nombre del Señor.
Dado en
Roma, junto a San Pedro, el 26 de marzo, fiesta de la Resurrección de Nuestro
Señor
Jesucristo, año cuarto de nuestro pontificado.
Pablo VI.
PARA PROFUNDIZAR:
Pablo VI.
PARA PROFUNDIZAR:
- Para entender y reflexionar la Populorum progressio.
- Populorum progressio: esquema de reflexión.
- 40 años desde la Populorum progressio.
- Populorum progressio 40 años después.
- Populorum progressio: desafío y guía para la Iglesia hoy.
PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
Tras la lectura de la encíclica y también algunos de los enlaces-web que hemos propuesto para profundizar en ella:
- ¿Qué aspectos nos parecen ya superados en ella?, ¿qué otros nos parece que son plenamente actuales y sirven para nuestros días?.
- ¿Qué destacaríamos de ella desde la simple lectura atenta de la misma?, ¿y de acuerdo con las reflexiones que otros han aportado sobre esta encíclica?.
- ¿Qué consecuencias prácticas podríamos obtener de ella para llevarlas a la vida personal y también a la de nuestra comunidad?.
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