viernes, 21 de septiembre de 2012

Pobreza y migración

Emilio José Gómez Ciriano
Universidad de Castilla-La Mancha
"Hasta aquí mismo llegan hermanos nuestros de tierras empobrecidas a los que tantas veces prometimos manos tendidas. Y nadie se rebela y grita. Y nada pasa".
Federico Mayor Zaragoza.
En Pie de Paz (2008).

1. Introducción.
Los movimientos migratorios actuales, pero también los pretéritos, no pueden desvincularse de los contextos en que discurren. Contextos políticos, económicos, culturales, históricos que condicionan las historias de las personas que cruzan fronteras en busca de una dignidad de la que son titulares pero cuyo ejercicio se les regatea o directamente se les niega.
En toda historia de migración económica (y en esa historia debe incluirse también a los que Jean Ziegler denomina «refugiados del hambre») aparece un elemento común. «La pobreza». Una pobreza cuyos datos estadísticos ya no hacen inmutarse a buena parte de los ciudadanos del Primer Mundo, por mucho que figuren en informes como el de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas o en otros documentos similares. Una pobreza que tiene varias caras y que cada vez tendrá más, dadas las dimensiones del modelo de globalización económica imperante que, a pesar de las crisis que ocasionalmente acontecen. Caras como las siguientes:
2. Las caras de la migración son las caras de la pobreza.
La cara del medio ambiente degradado en los países del «Sur».
Degradada por la falta de regulación medioambiental o simplemente por el incumplimiento de la misma. Por la utilización de cultivos transgénicos, por las explotaciones agrícolas intensivas destinadas a la exportación que empobrecen las tierras. Por los vertidos incontrolados que contaminan ríos y mares y que convierten en baldíos espacios otrora productivos. Por las explotaciones hidroeléctricas y mineras que amenazan el hábitat de poblaciones enteras, por la privatización de los recursos hídricos que todavía se encuentran en buen estado.
Esta «cara» es un «reverso tenebroso» cuyos anversos son, por un lado, el modo de vida de buena parte de los «ciudadanos» de un «Primer Mundo» que son sistemáticamente «invitados» a consumir irresponsablemente sin preocuparse de las consecuencias de dicho consumo. De otro, el conjunto de medidas de carácter económico y político que se ponen en marcha en «el Sur» para que el «estilo de
vida» consumista se perpetúe en el Norte mientras el sur paga, de rodillas, su deuda externa-eterna.
Medidas que son diseñadas y llevadas a cabo por organismos económicos y financieros, por gobiernos y por compañías transnacionales y que provocan año tras año el desplazamiento de millones de personas cuyo sino no es ya el tener que desplazarse a otro lugar para poder sobrevivir, sino que a éste se añade el no tener lugar donde regresar porque esa tierras que les vieron partir ya no existan o se hallen muy degradadas.
La cara de la falta de respeto a los derechos económicos, sociales y culturales. 
Esta falta de respeto (que en muchos lugares no es sino una auténtica violación de los derechos económicos, sociales y culturales) va unida a la falta de acceso a recursos educativos, sanitarios, laborales o de protección social que deben ser puestos en marcha y garantizados por todos los gobiernos del Planeta, al ser su implementación efectiva y el disfrute por parte de su población un requisito esencial que garantiza la igualdad de todos los seres humanos.
Las políticas de privatización de estos recursos y servicios, unidas a la falta de inversión suficiente para garantizar el mantenimiento de una cobertura de las necesidades básicas de toda la población de los países del «Sur», la desregulación de los mercados laborales y los mecanismos de protección social como consecuencia de las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, acaban produciendo que al habitante de los países «en desarrollo» le queden pocas opciones de acceder a estos derechos en condiciones de dignidad, si no es emigrando al «Primer Mundo». Allí, paradójicamente, se encontrará con que los «espacios de posibilidad» que se le reservan están condicionados por la misma lógica de mercado que les impulsó a salir de su país (ser «funcional» al modelo consumista de bienes y servicios). Esta realidad coloca a miles de personas en situación de vulnerabilidad en destino y les convierte en «lumpenciudadanos», como luego veremos.
La «cara» del robo de cerebros al Sur.
La búsqueda de una mayor competitividad, la persecución del máximo beneficio a toda costa no repara en costes personales. Una de sus manifestaciones más escandalosas es el reclutamiento de profesionales altamente cualificados de los países en desarrollo para cubrir la escasez de puestos de trabajo en sectores que los países del «Norte» consideran estratégicos. El modelo de tarjeta azul (Blue card) o los llamados «paquetes de movilidad» que recientemente ha aprobado la Unión Europea siguen esta filosofía.
Poco importa lo que haya costado la formación de ese profesional en el Sur, la escasez de personas formadas o lo necesaria que pueda resultar su contribución para el progreso de sus pueblos. Lo único relevante es que Europa y Estados Unidos se surtan del personal cualificado que necesiten para cumplir sus objetivos.
Para amparar este «drenaje de cerebros» (brain draining) existe todo un discurso que, con el pretexto de formar adecuadamente a estos profesionales para que luego puedan contribuir mejor al desarrollo de sus países, se lleva día tras día, mes tras mes, año tras año a miles de personas formadas que raramente regresan y que terminan de agotar una de las mejores esperanzas de futuro para el Sur. En consecuencia, una vez más, el Sur es esquilmado, empobrecido.
La cara de la «pseudociudadanía».
«Pseudocuidadanía», «cuasiciudadanía» o, en palabras de Gerardo Pisarello, «lumpenciudadanía», pero raras veces ciudadanía. Ésta es la realidad en la que millones de personas que han emigrado y sus familias se encuentran en los lugares de destino.
Esta realidad de «no ciudadanos» se presenta cotidianamente a muchos inmigrantes y «les abofetea». Por ejemplo:
  • Cuando atendiendo a su fisonomía se les pide «papeles» a tiempo y a destiempo.
  • Cuando se dificulta la reagrupación con sus familiares.
  • Cuando se diseña un cauce específico para articular su relación con las administraciones.
  • Cuando sus datos personales son más «públicos» que los del resto de los «ciudadanos».
  • Cuando su acceso al mercado de trabajo es más restringido, los trabajos que desarrollan mucho más penosos y su movilidad laboral mucho más lenta que la de los nacionales.
  • Cuando a pesar de tener reconocido el acceso a determinados derechos sociales, éstos no se hacen efectivos al existir barreras «visibles o invisibles» que lo impiden.
  • Cuando se les retiene en «CIES» o en «zonas internacionales de aeropuertos» con regímenes de vigilancia muy cuestionados y en los que la arbitrariedad campa a sus anchas.
También se presenta cuando quien ha emigrado y es residente tiene que hacer una verdadera carrera de obstáculos hasta que se le reconoce la plenitud de sus derechos económicos, políticos y sociales, cuestión que a menudo sólo se solventa accediendo a la nacionalidad del país receptor (lo que conlleva en no pocos casos renunciar a la propia nacionalidad). La identificación de ciudadanía plena con nacionalidad es, como bien afirma Javier de Lucas, una aberración que está sin embargo muy presente en las legislaciones de los países receptores de inmigrantes y que por sí misma ya resulta excluyente para los nacionales.
Este estatuto de lumpenciudadanía tiene sus efectos colaterales en el modo de «estar» de muchos inmigrantes en el país de destino y acentúa su situación de vulnerabilidad, sobre todo en contextos de crisis como el presente, dificultando una adecuada integración que devenga en la construcción de sociedades interculturales sanas y saneadas.
3. El necesario «lavado de cara».
Si, como se ha dicho, la migración económica presenta en la actualidad muchas caras, y en todas ellas se encuentra presente la pobreza como denominador común, se hace necesario un «lavado de cara» para el que hacen falta algunos ingredientes:
  • El «agua», que en nuestra metáfora puede ser el reconocimiento de un marco internacional de justiciabilidad para la implementación efectiva en los países empobrecidos de un marco de acceso y disfrute de los Derechos económicos, sociales y culturales que sea compatible con la dignidad humana.
  • Esto implica la abolición de la deuda externa por injusta, el replanteamiento del modelo de AOD hacia los países del Sur y un nuevo enfoque de la cooperación internacional. También implica el reconocimiento de facto de un mayor protagonismo al sistema de naciones Unidas y en concreto al Comité de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
  • El «jabón», que en nuestra metáfora puede tener que ver con el modo en el que se gestionan las políticas migratorias. Es necesario otro marco no inspirado en postulados economicistas, con un enfoque de Derechos Humanos que sea transversal a todas las iniciativas y que sea respetuoso con el derecho de los países del «Sur» a contar con todos sus recursos humanos y materiales para promover su propio desarrollo.
  • «La toalla» para enjugar lágrimas, para secar sudores, y que en nuestra metáfora tiene que ver con la promoción de auténticas políticas de integración, con la gestación de otro modelo de ciudadanía más inclusivo y menos asimilado a la nacionalidad, con la recuperación de la vida y el diálogo en la plaza como bien dice Walter.
Cuestiones para la reflexión:
Es cada vez más frecuente que nos crucemos por las calles de nuestro pueblo o ciudad con ciudadanos extranjeros. Lo notamos por su aspecto físico o por su idioma. Pero no siempre pensamos que son inmigrantes. A veces pensamos que son turistas o incluso deportistas de élite.
  • ¿Qué signos físicos asocio a la inmigración?. ¿Qué caras (según se describen en el artículo) les pongo yo a los emigrantes que veo?. ¿Me pregunto por las razones que les han llevado a emigrar?. ¿He hablado alguna vez con ellos de esto?. El artículo nos habla de un necesario «lavado de cara» de nuestras relaciones con los países del Sur, de nuestras políticas migratorias y de integración.
  • ¿Necesita también un lavado de cara nuestra actitud hacia los inmigrantes?. ¿Cómo lo concretaría en gestos o acciones?.

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