Reproducimos aquí un artículo publicado en EL PAÍS:
http://economia.elpais.com/economia/2016/05/20/actualidad/1463743486_753066.html?id_externo_rsoc=FB_CC que nos parece de suma importancia reflexionar y comentar, dialogar o debatir en nuestras comunidades cristianas por sus implicaciones (tanto presentes ya como las futuras) y por la urgente llamada que esto supone a una mayor y más efectiva implicación en el compromiso sociopolítico que no es sólo una opción sino también una necesidad.
El
profesor Wolfgang Streeck (Lengerich, 1946) pasó más de tres décadas estudiando
las relaciones entre capital y trabajo en las sociedades capitalistas.
Sociólogo formado en la Alemania escindida por el Muro, desarrolló gran parte
de su carrera en Estados Unidos, en las universidades de Columbia y
Wisconsin-Madison, antes de asumir la dirección del Max Planck Institute,
centro del que es director emérito. Nunca fue muy partidario de la teoría de
los sistemas y análisis cuantitativo que triunfó en Estados Unidos a partir de
los setenta —"las publicaciones académicas se convirtieron en un
tostón"— y fue un pionero en la puesta en marcha de un programa de
sociología económica.
Pero en 2008, ante una crisis económica que describe como una experiencia casi mortal, fue cuando comprendió que la continuidad de las sociedades y de las oportunidades de la gente en el campo laboral dependían más que nunca del sistema global financiero: "Para entender las dinámicas de la sociedad moderna y la vida de la gente tienes que comprender el desarrollo y el papel de las finanzas globales como la condición dominante, había que integrar la política del sector financiero en la teoría macro de desarrollo social". En eso anda empeñado, como demuestran sus artículos en New Left Review. Invitado en abril por el Centro de Estudios del Museo Reina Sofía y el MACBA a impartir sendos seminarios en Madrid y Barcelona, Streeck disertó sobre las crisis del capitalismo, la vacuidad de la política y la construcción europea.
Pero en 2008, ante una crisis económica que describe como una experiencia casi mortal, fue cuando comprendió que la continuidad de las sociedades y de las oportunidades de la gente en el campo laboral dependían más que nunca del sistema global financiero: "Para entender las dinámicas de la sociedad moderna y la vida de la gente tienes que comprender el desarrollo y el papel de las finanzas globales como la condición dominante, había que integrar la política del sector financiero en la teoría macro de desarrollo social". En eso anda empeñado, como demuestran sus artículos en New Left Review. Invitado en abril por el Centro de Estudios del Museo Reina Sofía y el MACBA a impartir sendos seminarios en Madrid y Barcelona, Streeck disertó sobre las crisis del capitalismo, la vacuidad de la política y la construcción europea.
Pregunta.
Los sindicatos han sido una parte esencial de su área de estudio. ¿Estaban ahí
los elementos para anticipar su actual pérdida de influencia?
Respuesta.
Las predicciones son muy difíciles de hacer. A finales de los sesenta hubo una
ola de agitación obrera, incluso en el bloque soviético. A partir de ese
momento, los sindicatos tuvieron una fuerza creciente: la única manera de
calmar ese malestar sin que subiera el desempleo era admitir tasas más altas de
inflación, una especie de fuerza pacificadora. Pero esa medicina tenía
contraprestaciones muy serias. La decisión de acabar con esto la tomó en 1979
Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal con Carter.
P. ¿Qué
pasó?.
R.
Cuando yo era un estudiante se decía como una obviedad que un 5% de desempleo
en una democracia era algo imposible, la gente haría saltar por los aires el
sistema. El experimento político fue decidir jugársela. El desempleo subió al
20% en EE UU en los primeros ochenta, industrias enteras se borraron del mapa.
Ahora incluso se han aprobado leyes para dificultar la organización sindical en
Estados Unidos, el mismo país que en los años treinta introdujo legislación
para promover esto, porque, siguiendo el modelo keynesiano, pensaban que unos
sindicatos fuertes podrían redistribuir la riqueza, producir demanda agregada y
crecimiento económico.
P.
Señala tres tendencias que se retroalimentan: el aumento de la desigualdad, la
caída del crecimiento y la impresión de moneda y de deuda, algo que considera
insostenible. ¿A qué conduce esto?.
R. A
una situación impredecible de crisis potencial, de interrupciones emergentes o
colapsos con una intensificación de conflictos entre países y clases sociales,
y al declive del nivel y la esperanza de vida de una parte cada vez más grande
de la población. El colapso del capitalismo es posible, lo ocurrido en 2008
podría repetirse pero a mayor escala, con muchos bancos cayendo al mismo
tiempo. No digo que vaya a suceder, pero podemos estar seguros de una
tendencia: el aumento del número de personas que quedan en los márgenes.
P. ¿Las
sociedades avanzadas se acercan al Tercer Mundo?.
R. Hay
países considerados sociedades capitalistas altamente desarrolladas que
presentan similitudes preocupantes con los llamados países del Tercer Mundo.
Más y más gente depende de recursos privados para vivir bien. Luego, los países
del Tercer Mundo están bajo mucho estrés y en un proceso rápido de deterioro:
la clase media y las burocracias han perdido la esperanza. La promesa de
desarrollo parece haberse roto totalmente.
P.
Apunta que la falta de una alternativa al capitalismo produce una clase
política interesada, un descenso de la participación electoral, más partidos y
una inestabilidad persistente. Pero, tradicionalmente, la teoría política
consideraba la baja participación como un síntoma de madurez en democracia.
R.
Bueno, sobre esto no había consenso, pero la teoría era que la gente estaba tan
satisfecha que no iba a votar. Yo me fijo en tendencias, y en la OCDE hay un
descenso en la participación que coincide con otras curvas como el aumento de
la desigualdad, la congelación salarial o las reformas del Estado de bienestar.
Cabría pensar que la gente insatisfecha irá a votar, pero no. Es algo
asimétrico: quienes recurrentemente se abstienen son quienes están en la base
de la distribución de la riqueza. Ahora, sin embargo, estos ciudadanos que
habían renunciado a la política están volviendo. En todas partes vemos un
ascenso de los llamados partidos populistas.
P. ¿Qué
implicaciones tiene esto?.
R. Esa
curva empieza a subir, pero a costa de la estabilidad política y de los
partidos del centro que están cayendo; hay una mayor dificultad para formar
Gobiernos porque los nuevos partidos tienen que entrar en el sistema y los
viejos no se fían. Los conflictos inherentes en las sociedades empiezan a
ascender y a subir al sistema político, después de 20 años de ver cómo quedaban
fuera del discurso político oficial.
P.
¿Otras tendencias también cambian?.
R. Las
económicas se refuerzan de tal manera que algo muy gordo tendría que pasar para
que alteraran su curso. Es como si el sistema tuviera muchas enfermedades al
mismo tiempo, cada una de las cuales podría tratarse y curarse, pero no todas
al mismo tiempo. Por ejemplo, el dramático aumento de la desigualdad se
refuerza con esta gente que dispone de una increíble cantidad de herramientas y
recursos para defender su riqueza.
P. La
filantropía, especialmente en EE UU, es el mecanismo que muchos encuentran para
compensar. ¿Qué opina?.
R. El
motivo por el que la esfera pública no puede hacer ciertas cosas por sí misma
es porque no puede cargar impositivamente a los ricos; entonces estos se gravan
a sí mismos, por supuesto de manera menor, y lo combinan con una gran operación
de relaciones públicas. Es algo humillante para las sociedades democráticas
depender de la buena voluntad de unos pocos. Es como una refeudalización.
P. ¿Qué
piensa de la revolución tecnológica que promete otorgar más poder a la gente y
plantea otro tipo de economías?.
R. Es
un tema muy amplio. A finales de los setenta, cuando estudié la industria
automovilística, vi los primeros robots entrando en fábricas. Pensamos que
significaría muchísimo desempleo, y así ocurrió en EE UU y en Reino Unido, pero
no en Alemania o Japón, donde se diversificaron los productos que necesitaban
de una mano de obra muy sofisticada. Las industrias se expandieron a un ritmo
tan fuerte que el efecto del ahorro de trabajo quedó anulado por el volumen.
P. ¿Y
ahora?.
R. Hoy
tenemos un problema parecido con el auge de la inteligencia artificial, estas
máquinas que pueden programarse a sí mismas e incluso crear otras. Esto ataca a
la clase media, es decir, a la gente que ha trabajado duro en la escuela y en
la universidad para tener un empleo. El estadounidense Randall Collins, por
ejemplo, predice que para mediados de este siglo la inteligencia artificial
habrá causado un nivel de desempleo de al menos un 50% entre la clase media en
todas las sociedades.
P. Se
ha mostrado muy crítico con el euro y habla de un cambio en la estructura
monetaria. ¿Una vuelta a las monedas nacionales?.
R. En esta
vida no hay vuelta atrás, pero algún tipo de restauración de la soberanía
monetaria en los países que están quedando atrás es inevitable. Debemos empezar
a pensar seriamente en un sistema monetario de dos niveles. Es una elección
entre cirugía sin anestesia o con algún sedante. Y si quieres hacer una
vivisección en Grecia ves que no tienen suficiente poder para resistir y está a
punto de convertirse en un país del Tercer Mundo.
P.
Escribe que el capitalismo no va a desaparecer por decreto, nadie va a salir a
anunciar su caída, y habla más bien de una mutación.
R. Mi
hipótesis es que atravesaremos un largo periodo de transición, en el que no
sabemos hacia dónde vamos. Es un mundo de incertidumbre, desorden,
desorientación, en el que todo tipo de cosas pueden pasar en cualquier momento.
Nadie sabe cómo salir del problema, solo vemos que crece. No se trata solo de
las desigualdades y las finanzas haciendo cortes por todas partes, es que
también afrontamos límites en términos de medio ambiente y políticas energéticas,
así como el ataque de las periferias. Todo simultáneamente.
P. ¿La
desaparición del comunismo le está buscando la ruina al capitalismo, que ya no
tiene competencia?.
R.
Desde el siglo XIX existía la presunción de que el capitalismo era estabilizado
por sus enemigos, que forzaban crisis transformativas. El capitalismo hoy es
muy distinto del de entonces, pero lo que tienen en común es el maridaje de la
promesa de progreso social con la interminable acumulación de capital capaz de
crecer por sí mismo, sin límite. La unión de estas dos cosas, la promesa de
progreso y la acumulación de capital en manos
privadas, es la cuestión crítica:
¿cuánto puede durar?. Podría decirse que la acumulación de más y más capital no
puede ser descrita como progreso, toca un límite. Y si el dinamismo capitalista
empieza a tocar techo, entonces llegamos a la crisis.
P. ¿Qué
diría hoy Max Weber?.
R.
Diría: “Karl y yo teníamos razón”. Si nos fijamos en los orígenes de la
sociología y la teoría social, se consideraba que sus trabajos eran
antagónicos, pero hoy parecen extremadamente similares.
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