Mc. 6, 30-34 (Para el domingo 22 de julio de 2018).
Este Jesús, amigo de todos, sembrador de amistad, creador de comunión
amistosa con sus discípulos, es encarnación del cariño y la amistad de Dios
hacia todos. En Jesucristo, la relación entre Dios y los hombres queda definida
y configurada por el amor.
Esta es la realidad más profunda de nuestro ser: nacemos, crecemos y vivimos envueltos en la amistad de Dios. «Permanecer en Cristo» es permanecer en el amor, vivir en la esfera del amor de Dios.
Esta es la realidad más profunda de nuestro ser: nacemos, crecemos y vivimos envueltos en la amistad de Dios. «Permanecer en Cristo» es permanecer en el amor, vivir en la esfera del amor de Dios.
Nuestro mundo no es un mundo amistoso. Además del odio, la violencia y el
mutuo enfrentamiento está la falta de amistad. Son muchas las personas que no
conocen una mano amiga. Hombres y mujeres que no tienen sitio en el corazón de
nadie. Gentes que sufren la soledad, el aislamiento o la inseguridad. Personas
a las que nadie escucha, nadie besa ni acaricia, nadie espera en ninguna parte.
Los cristianos sólo podremos anunciar a Dios como Buena Noticia si sabemos
introducir su amistad y bendición en este mundo a veces tan inhóspito. No todos
pueden ofrecer amistad. Sólo quien se experimenta amado es capaz de amar. Por
eso, esta puede ser hoy una de las claves de nuestra acción evangelizadora:
acoger la amistad de Dios, disfrutarla y celebrarla en nuestras comunidades,
para poder anunciarla y comunicarla incluso a los más olvidados y abandonados.
José Antonio Pagola
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