miércoles, 28 de octubre de 2015

Documento de "Trata con fines de explotación sexual en Tenerife" (5ª parte)

Documentación previa:
POSICIONAMIENTO ÉTICO ANTE  LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA.

La dignidad humana es aquella condición especial que reviste todo ser humano por el hecho de serlo, y lo caracteriza de forma permanente y fundamental desde su concepción hasta su muerte. La dignidad propia del hombre es un valor singular,  inherente al ser humano, en cuanto ser racional dotado de consciencia, libertad y poder creador, pues las personas pueden modelar y mejorar sus vidas mediante la toma de decisiones y el ejercicio de su libertad, que fácilmente puede reconocerse.
Este valor lo podemos descubrir en nosotros o podemos verlo en los demás, pero ni podemos otorgarlo ni está en nuestra mano retirárselo a alguien. Es algo que nos viene dado. Es anterior a nuestra voluntad y reclama de nosotros una actitud proporcionada, adecuada: reconocerlo y aceptarlo como un valor supremo (actitud de respeto) o bien ignorarlo o rechazarlo. Este valor singular que es la dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que, como se ha dicho, debe extenderse a todos los que lo poseen: a todos los seres humanos.
Por eso mismo, aún en el caso de que toda la sociedad decidiera por consenso dejar de respetar la dignidad humana, ésta seguiría siendo una realidad presente en cada ciudadano. Aún cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados  o eliminados, este desprecio no cambiaría en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos. Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto.  La dignidad de las personas no es un patrimonio individual, es un valor colectivo que procede defender incluso contra la voluntad del individuo".
La progresiva conciencia de la dignidad humana.
«El hombre de hoy, tiene una conciencia cada día mayor de la dignidad de la persona humana». Una dignidad que deriva del hecho mismo de ser persona y que se extiende, por tanto, a todos los hombres. Esta progresiva toma de conciencia ha de estimarse, sin duda, como un paso adelante y un avance de la humanidad. El espíritu humano percibe ahora con mayor lucidez determinados aspectos del orden de la creación, que pasaban más inadvertidos a la mentalidad colectiva de ayer y no le impresionaban tan vivamente como impresionan al hombre de hoy.
Resulta evidente que a esta toma de conciencia ha contribuido en buena medida la experiencia de la historia más reciente, y en especial la vivida a lo largo del pasado siglo XX. El siglo se inició en Europa y en los demás países del Primer Mundo en un clima de optimismo, que era continuación del que había reinado durante la mayor parte del siglo XIX: un período de relativa paz, comenzado a raíz de la terminación en 1815 del ciclo de las guerras napoleónicas. Esa paz había coincidido con el triunfo del liberalismo en el plano político y económico, el progreso industrial y el auge de los imperialismos, que redujeron vastos espacios de los otros Continentes a colonias, dominios y protectorados de las grandes potencias europeas.
Es cierto que la última centuria del segundo milenio ha presenciado avances portentosos en diversos campos: el de la ciencia y la técnica, el de las comunicaciones, el de la medicina, que ha conseguido una notable prolongación en la duración de la vida humana. En ese tiempo se ha logrado una drástica reducción del analfabetismo e incluso en los países desarrollados un indudable crecimiento de los niveles de bienestar material del conjunto de la sociedad. Pero el siglo ha estado marcado por la impronta de dos grandes guerras, las mayores conocidas en la historia de la humanidad, y por dos revoluciones la rusa y la china que pretendieron crear un nuevo orden social, al precio de indecibles sufrimientos de sus pueblos. En las guerras, millones de combatientes perdieron la vida, y en la última, la Segunda Guerra Mundial el mundo fue testigo de un fenómeno nuevo y cruel: las poblaciones civiles, lejos de quedar al margen de la contienda, fueron tal vez las más duramente castigadas. El caso más clamoroso lo constituyeron los campos de concentración y de exterminio creados por la Alemania nazi, donde fueron sacrificadas muchedumbres humanas: judíos, gitanos, cristianos... Tampoco deben olvidarse los bombardeos masivos de la aviación aliada contra ciudades alemanas, que causaron decenas de miles de muertos en una sola noche; o las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.  El balance final del siglo XX ha resultado, como es notorio, mucho menos brillante que las expectativas que despertó en sus comienzos.
Pero aún así es imprescindible destacar que es en el siglo XX donde se crean unas instituciones y un nuevo orden jurídico para garantizar la paz a través del diálogo; en el que se produjeron enormes avances en tecnología que cambiaron e hicieron pequeño el mundo; en el que se realizó el descubrimiento de la fuente de energía mas barata conocida hasta el presente, la conciencia, y en el que los derechos humanos se hicieron extensibles a todos, además de un largo etcétera que pudo dar en determinados momentos la impresión de que antiguas utopías eran realmente posibles.
Ya en 1945, la carta de las Naciones Unidas, precursora de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, recoge en su preámbulo la resolución de los países miembros de posicionarse a favor de la paz, la libertad, la tolerancia, la igualdad entre hombres y mujeres y:
  1. preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles,
  2. reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas,
  3. crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional,
  4. promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad,  
Casi inmediatamente, los líderes del mundo decidieron complementar la Carta de las Naciones Unidas con una hoja de ruta para garantizar los derechos de todas las personas en cualquier lugar y en todo momento.  Así se comenzó a gestar el documento que más tarde pasaría a ser la Declaración Universal de los Derechos Humanos, considerada como la primera declaración mundial sobre la dignidad y la igualdad inherentes a todos los seres humanos.  El primer proyecto de la Declaración se propuso en septiembre de 1948 y más de 50 Estados Miembros participaron en la redacción final. En su resolución 217 A (III) del 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General, reunida en París, aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ocho naciones se abstuvieron de votar, pero ninguna votó en contra.
Hernán Santa Cruz, de Chile, miembro de la Subcomisión de redacción, escribió:
“Percibí con claridad que estaba participando en un evento histórico verdaderamente significativo, donde se había alcanzado un consenso con respecto al valor supremo de la persona humana, un valor que no se originó en la decisión de un poder temporal, sino en el hecho mismo de existir – lo que dio origen al derecho inalienable de vivir sin privaciones ni opresión, y a desarrollar completamente la propia personalidad. En el Gran Salón... había una atmósfera de solidaridad y hermandad genuinas entre hombres y mujeres de todas las latitudes, la cual no he vuelto a ver en ningún escenario internacional”.

El texto completo de la DUDH fue elaborado en menos de dos años. En un momento en que el mundo estaba dividido en un bloque oriental y otro occidental, encontrar un terreno común en cuanto a lo que sería la esencia del documento resultó ser una tarea colosal.

PARA AMPLIAR Y CONTRASTAR:

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