COMBATIR LA POBREZA,
CONSTRUIR LA PAZ
1. También en este año nuevo que comienza, deseo hacer llegar a
todos mis mejores deseos de paz, e invitar con este Mensaje a reflexionar sobre
el tema: Combatir la
pobreza, construir la paz. Mi
venerado predecesor Juan Pablo II, en el Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, subrayó ya las repercusiones
negativas que la situación de pobreza de poblaciones enteras acaba teniendo
sobre la paz. En efecto, la pobreza se encuentra frecuentemente entre los
factores que favorecen o agravan los conflictos, incluidas la contiendas
armadas.
Estas últimas alimentan a su vez trágicas situaciones de penuria. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial».
Estas últimas alimentan a su vez trágicas situaciones de penuria. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial».
2. En este cuadro, combatir la pobreza implica considerar atentamente el
fenómeno complejo de la globalización. Esta consideración es importante ya
desde el punto de vista metodológico, pues invita a tener en cuenta el fruto de
las investigaciones realizadas por los economistas y sociólogos sobre tantos
aspectos de la pobreza. Pero la referencia a la globalización debería abarcar
también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la
perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación
de construir una sola familia en la que todos –personas, pueblos y naciones– se
comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad.
En dicha perspectiva se ha de tener una visión amplia y articulada
de la pobreza. Si ésta fuese únicamente material, las ciencias sociales, que
nos ayudan a medir los fenómenos basándose sobre todo en datos de tipo
cuantitativo, serían suficientes para iluminar sus principales características.
Sin embargo, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia
directa y automática de carencias materiales. Por ejemplo, en las sociedades
ricas y desarrolladas existen fenómenos de marginación,
pobreza relacional, moral y espiritual: se trata de personas desorientadas
interiormente, aquejadas por formas diversas de malestar a pesar de su
bienestar económico. Pienso, por una parte, en el llamado «subdesarrollo moral» (Populorum progressio,19) y, por otra, en las consecuencias
negativas del «superdesarrollo» (Sollicitudo rei socialis,28). Tampoco
olvido que, en las sociedades definidas como «pobres», el crecimiento económico
se ve frecuentemente entorpecido por impedimentos
culturales, que no permiten
utilizar adecuadamente los recursos. De todos modos, es verdad que cualquier
forma de pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta de respeto por
la dignidad trascendente de la persona humana. Cuando no se considera al hombre
en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de una verdadera
«ecología humana» (Centesimus annus,38), se
desencadenan también dinámicas perversas de pobreza, como se pone claramente de
manifiesto en algunos aspectos en los cuales me detendré brevemente.
Pobreza e implicaciones morales.
3. La pobreza se pone a menudo en relación con el crecimiento demográfico.
Consiguientemente, se están llevando a cabo campañas para reducir la natalidad
en el ámbito internacional, incluso con métodos que no respetan la dignidad de
la mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir responsablemente el número de
hijos (Populorum progressio,37) y, lo que es más grave aún,
frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones
de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza es, en realidad, la
eliminación de los seres humanos más pobres. A esto se opone el hecho de que,
en 1981, aproximadamente el 40% de la población mundial estaba por debajo del
umbral de la pobreza absoluta, mientras que hoy este porcentaje se ha reducido
sustancialmente a la mitad y numerosas poblaciones, caracterizadas, por lo
demás, por un notable incremento demográfico, han salido de la pobreza. El dato
apenas mencionado muestra claramente que habría recursos para resolver el
problema de la indigencia, incluso con un crecimiento de la población. Tampoco
hay que olvidar que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, la
población de la tierra ha crecido en cuatro mil millones y, en buena parte,
este fenómeno se produce en países que han aparecido recientemente en el
escenario internacional como nuevas potencias económicas, y han obtenido un
rápido desarrollo precisamente gracias al elevado número de sus habitantes.
Además, entre las naciones más avanzadas, las que tienen un mayor índice de
natalidad disfrutan de mejor potencial para el desarrollo. En otros términos,
la población se está confirmando como una riqueza y no como un factor de
pobreza.
4. Otro aspecto que preocupa son las enfermedades pandémicas,
como por ejemplo, la malaria, la tuberculosis y el sida que, en la medida en
que afectan a los sectores productivos de la población, tienen una gran
influencia en el deterioro de las condiciones generales del país. Los intentos
de frenar las consecuencias de estas enfermedades en la población no siempre
logran resultados significativos. Además, los países aquejados de dichas
pandemias, a la hora de contrarrestarlas, sufren los chantajes de quienes
condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de políticas
contrarias a la vida. Es difícil combatir sobre todo el sida, causa dramática
de pobreza, si no se afrontan los problemas morales con los que está
relacionada la difusión del virus. Es preciso, ante todo, emprender campañas
que eduquen especialmente a los jóvenes a una sexualidad plenamente concorde
con la dignidad de la persona; hay iniciativas en este sentido que ya han dado
resultados significativos, haciendo disminuir la propagación del virus. Además,
se requiere también que se pongan a disposición de las naciones pobres las
medicinas y tratamientos necesarios; esto exige fomentar decididamente la
investigación médica y las innovaciones terapéuticas, y aplicar con
flexibilidad, cuando sea necesario, las reglas internacionales sobre la
propiedad intelectual, con el fin de garantizar a todos la necesaria atención
sanitaria de base.
5. Un tercer aspecto en que se ha de poner atención en los
programas de lucha contra la pobreza, y que muestra su intrínseca dimensión
moral, es la pobreza de los
niños. Cuando la pobreza
afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables: casi la mitad
de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Considerar la pobreza
poniéndose de parte de los niños impulsa a estimar como prioritarios los
objetivos que los conciernen más directamente como, por ejemplo, el cuidado de
las madres, la tarea educativa, el acceso a las vacunas, a las curas médicas y
al agua potable, la salvaguardia del medio ambiente y, sobre todo, el compromiso
en la defensa de la familia y de la estabilidad de las relaciones en su
interior. Cuando la familia se debilita, los daños recaen inevitablemente sobre
los niños. Donde no se tutela la dignidad de la mujer y de la madre, los más
afectados son principalmente los hijos.
6. Un cuarto aspecto que merece particular atención desde el punto
de vista moral es la relación entre el desarme y el desarrollo. Es preocupante la magnitud global del
gasto militar en la actualidad. Como ya he tenido ocasión de subrayar, «los
ingentes recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y en
armamentos se sustraen a los proyectos de desarrollo de los pueblos,
especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que
afirma la misma Carta de las
Naciones Unidas, que
compromete a la comunidad internacional, y a los Estados en particular, a
“promover el establecimiento y el mantenimiento de la paz y de la seguridad
internacional con el mínimo dispendio de los recursos humanos y económicos
mundiales en armamentos” (art. 26)» (Carta al Cardenal Renato Rafael Martino).
Este estado de cosas, en vez de facilitar, entorpece seriamente la
consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad
internacional. Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo
de acelerar la carrera de armamentos, que provoca bolsas de subdesarrollo y de
desesperación, transformándose así, paradójicamente, en factor de
inestabilidad, tensión y conflictos. Como afirmó sabiamente mi venerado
Predecesor Pablo VI, «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz» (Populorum progressio, 87). Por tanto,
los Estados están llamados a una seria reflexión sobre los motivos más
profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia, y a
afrontarlos con una valiente autocrítica. Si se alcanzara una mejora de las
relaciones, sería posible reducir los gastos en armamentos. Los recursos
ahorrados se podrían destinar a proyectos de desarrollo de las personas y de
los pueblos más pobres y necesitados: los esfuerzos prodigados en este sentido
son un compromiso por la paz dentro de la familia humana.
7. Un quinto aspecto de la lucha contra la pobreza material se
refiere a la actual
crisis alimentaria, que pone en peligro la satisfacción de las necesidades
básicas. Esta crisis se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos,
sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por
tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas
capaces de afrontar las necesidades y emergencias. La malnutrición puede
provocar también graves daños psicofísicos a la población, privando a las
personas de la energía necesaria para salir, sin una ayuda especial, de su
estado de pobreza. Esto contribuye a ampliar la magnitud de las desigualdades,
provocando reacciones que pueden llegar a ser violentas. Todos los datos sobre
el crecimiento de la pobreza relativa en los últimos decenios indican un
aumento de la diferencia entre ricos y pobres. Sin duda, las causas principales
de este fenómeno son, por una parte, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se
concentran en el nivel más alto de la distribución de la renta y, por otra, la
evolución de los precios de los productos industriales, que aumentan mucho más
rápidamente que los precios de los productos agrícolas y de las materias primas
que poseen los países más pobres. Resulta así que la mayor parte de la
población de los países más pobres sufre una doble marginación, beneficios más
bajos y precios más altos.
Lucha contra la pobreza y solidaridad global.
8. Una de las vías maestras para construir la paz es una
globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana (Centesimus annus,58). Sin embargo,
para guiar la globalización se necesita una fuerte solidaridad global (Discurso a las asociaciones cristianas de trabajadores italianos -27 abril 2002), tanto entre
países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es
preciso un «código ético común», cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la
ley natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm 2,14-15). Cada uno de nosotros ¿no
siente acaso en lo recóndito de su conciencia la llamada a dar su propia
contribución al bien común y a la paz social?. La globalización abate ciertas
barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas;
acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de
suyo las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La
marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos
de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente
herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los
derechos humanos vinculadas a ellas. La Iglesia, que es «signo e instrumento de
la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium,1),
continuará ofreciendo su aportación para que se superen las injusticias e
incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacífico y solidario.
9. En el campo del comercio
internacional y de las transacciones financieras,
se están produciendo procesos que permiten integrar positivamente las
economías, contribuyendo a la mejora de las condiciones generales; pero existen
también procesos en sentido opuesto, que dividen y marginan a los pueblos,
creando peligrosas premisas para conflictos y guerras. En los decenios
sucesivos a la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional de bienes y
servicios ha crecido con extraordinaria rapidez, con un dinamismo sin
precedentes en la historia. Gran parte del comercio mundial se ha centrado en
los países de antigua industrialización, a los que se han añadido de modo
significativo muchos países emergentes, que han adquirido una cierta
relevancia. Sin embargo, hay otros países de renta baja que siguen estando
gravemente marginados respecto a los flujos comerciales. Su crecimiento se ha
resentido por la rápida disminución de los precios de las materias primas
registrada en las últimas décadas, que constituyen la casi totalidad de sus
exportaciones. En estos países, la mayoría africanos, la dependencia de las
exportaciones de las materias primas sigue siendo un fuerte factor de riesgo.
Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas
posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones
10. Se puede hacer una reflexión parecida sobre las finanzas, que
atañe a uno de los aspectos principales del fenómeno de la globalización,
gracias al desarrollo de la electrónica y a las políticas de liberalización de
los flujos de dinero entre los diversos países. La función objetivamente más
importante de las finanzas, el sostener a largo plazo la posibilidad de
inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se
resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros –en
el plano nacional y global– basado en una lógica a muy corto plazo, que busca
el incremento del valor de las actividades financieras y se concentra en la
gestión técnica de las diversas formas de riesgo. La reciente crisis demuestra
también que la actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente
autorrefenciales, sin consideración del bien común a largo plazo. La reducción
de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo plazo de
tiempo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente
entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas
oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo. Una finanza restringida
al corto o cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, también para quien
logra beneficiarse de ella durante las fases de euforia financiera (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia,368).
11. De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza
requiere una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que
permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres,
descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos
problemas, estableciendo un marco jurídico eficaz para la economía. Exige
también incentivos para crear instituciones eficientes y participativas, así
como ayudas para luchar contra la criminalidad y promover una cultura de la
legalidad. Por otro lado, es innegable que las políticas marcadamente
asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países
pobres. Parece que, actualmente, el verdadero proyecto a medio y largo plazo
sea el invertir en la formación de las personas y en desarrollar de manera
integrada una cultura de la iniciativa. Si bien las actividades económicas
necesitan un contexto favorable para su desarrollo, esto no significa que se
deba distraer la atención de los problemas del beneficio. Aunque se haya
subrayado oportunamente que el aumento de la renta per capita no puede ser el fin absoluto de la
acción político-económica, no se ha de olvidar, sin embargo, que ésta
representa un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha
contra el hambre y la pobreza absoluta. Desde este punto de vista, no hay que
hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la
riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva. En efecto, el
valor de la riqueza en una economía moderna depende de manera determinante de
la capacidad de crear rédito presente y futuro. Por eso, la creación de valor
resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta si se quiere luchar
de modo eficaz y duradero contra la pobreza material.
12. Finalmente, situar a los pobres en el primer puesto comporta
que se les dé un espacio adecuado para una correcta
lógica económica por parte de
los agentes del mercado internacional, una correcta
lógica política por parte de
los responsables institucionales y una correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad
civil local e internacional. Los organismos internacionales mismos reconocen
hoy la valía y la ventaja de las iniciativas económicas de la sociedad civil o
de las administraciones locales para promover la emancipación y la inclusión en
la sociedad de las capas de población que a menudo se encuentran por debajo del
umbral de la pobreza extrema y a las que, al mismo tiempo, difícilmente pueden
llegar las ayudas oficiales. La historia del desarrollo económico del siglo XX
enseña cómo buenas políticas de desarrollo se han confiado a la responsabilidad
de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad
civil y Estados. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el
proceso de desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno
cultural y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia,356).
13. Como ya afirmó mi venerado Predecesor Juan Pablo II, la
globalización «se presenta con una marcada nota de ambivalencia» (Discurso a empresarios y sindicatos de trabajadores -2 mayo 2000) y, por tanto, ha de ser regida con
prudente sabiduría. De esta sabiduría, forma parte el tener en cuenta en primer
lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la
desproporción existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que los
hombres adoptan para afrontarlos. La desproporción es de orden cultural y
político, así como espiritual y moral. En efecto, se limita a menudo a las
causas superficiales e instrumentales de la pobreza, sin referirse a las que
están en el corazón humano, como la avidez y la estrechez de miras. Los
problemas del desarrollo, de las ayudas y de la cooperación internacional se
afrontan a veces como meras cuestiones técnicas, que se agotan en establecer
estructuras, poner a punto acuerdos sobre precios y cuotas, en asignar
subvenciones anónimas, sin que las personas se involucren verdaderamente. En
cambio, la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en
profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias
y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano.
Conclusión.
14. En la Encíclica Centesimus annus,
Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de «abandonar una mentalidad que
considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como molestos e
importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido». «Los pobres
–escribe– exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de
hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más
próspero para todos».
En el mundo global actual, aparece con mayor claridad que solamente se
construye la paz si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable. En
efecto, las tergiversaciones de los sistemas injustos antes o después pasan
factura a todos. Por tanto, únicamente la necedad puede inducir a construir una
casa dorada, pero rodeada del desierto o la degradación. Por sí sola, la
globalización es incapaz de construir la paz, más aún, genera en muchos casos
divisiones y conflictos. La globalización pone de manifiesto más bien una
necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de profunda solidaridad, que
tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una
ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha contra la pobreza y
para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora
impensables.
15. La Doctrina Social de la Iglesia se ha interesado siempre por
los pobres. En tiempos de la Encíclica Rerum
novarum, éstos eran sobre todo los obreros de la nueva sociedad
industrial; en el magisterio social de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y
Juan Pablo II se han detectado nuevas pobrezas a medida que el horizonte de la
cuestión social se ampliaba, hasta adquirir dimensiones mundiales (Populorum progressio,3) Esta ampliación de la cuestión social hacia la globalidad hay que considerarla
no sólo en el sentido de una extensión cuantitativa, sino también como una
profundización cualitativa en el hombre y en las necesidades de la familia
humana. Por eso la Iglesia, a la vez que sigue con atención los actuales
fenómenos de la globalización y su incidencia en las pobrezas humanas, señala
nuevos aspectos de la cuestión social, no sólo en extensión, sino también en
profundidad, en cuanto conciernen a la identidad del hombre y su relación con
Dios. Son principios de la doctrina social que tienden a clarificar las
relaciones entre pobreza y globalización, y a orientar la acción hacia la
construcción de la paz. Entre estos principios conviene recordar aquí, de modo
particular, el «amor preferencial por los pobres» (Sollicitudo rei socialis,42),
a la luz del primado de la caridad, atestiguado por toda la tradición
cristiana, comenzando por la de la Iglesia primitiva (cf. Hch 4,32-36; 1 Co16,1; 2 Co 8-9; Ga 2,10).
«Que se ciña cada cual a la parte que le corresponde», escribía
León XIII en 1891, añadiendo: «Por lo que respecta a la Iglesia, nunca ni bajo
ningún aspecto regateará su esfuerzo» (Rerum novarum,41).
Esta convicción acompaña también hoy el quehacer de la Iglesia para con los
pobres, en los cuales contempla a Cristo (Centesimus annus,58),
sintiendo cómo resuena en su corazón el mandato del Príncipe de la paz a los
Apóstoles: «Vos date illis manducare –
dadles vosotros de comer» (Lc 9,13).
Así pues, fiel a esta exhortación de su Señor, la comunidad cristiana no dejará
de asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas de una
solidaridad creativa, no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando
«sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad».
Por consiguiente, dirijo al comienzo de un año nuevo una calurosa invitación a
cada discípulo de Cristo, así como a toda persona de buena voluntad, para que
ensanche su corazón hacia las necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea
concretamente posible para salir a su encuentro. En efecto, sigue siendo
incontestablemente verdadero el axioma según el cual «combatir la pobreza es
construir la paz».
Vaticano, 8 de diciembre de 2008
BENEDICTUS PP. XVI
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