FAMILIA HUMANA, COMUNIDAD DE PAZ
1. Al comenzar el nuevo año deseo hacer llegar a los hombres y mujeres de todo el mundo mis fervientes deseos de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza. Lo hago proponiendo a la reflexión común el tema que he enunciado al principio de este mensaje, y que considero muy importante: Familia humana, comunidad de paz. De hecho, la primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntos una nueva familia.
Pero también los pueblos de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración, como corresponde a los miembros de la única familia humana: «Todos los pueblos —dice el Concilio Vaticano II— forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra (cf. Hch 17,26); también tienen un único fin último, Dios».
Familia, sociedad y paz.
2. La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor,
fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el «lugar primario de ‘‘humanización'' de la
persona y de la sociedad», la «cuna de la vida y del amor». Con
razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural,
«una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de
toda organización social».
3. En efecto, en una vida familiar «sana» se experimentan
algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y
hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio
afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están
enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para
acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es
la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de sorprender, pues,
que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de la
familia. Por tanto, cuando se afirma que la familia es «la célula primera y
vital de la sociedad», se dice algo
esencial. La familia es también fundamento de la sociedad porque permite
tener experiencias determinantes de paz. Por consiguiente, la comunidad
humana no puede prescindir del servicio que presta la familia. El ser humano en
formación, ¿dónde podría aprender a gustar mejor el «sabor» genuino de la paz
sino en el «nido» que le prepara la naturaleza?. El lenguaje familiar es un
lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el uso
del vocabulario de la paz. En la inflación de lenguajes, la sociedad no
puede perder la referencia a esa «gramática» que todo niño aprende de los
gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras.4. La familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal, afirma que «la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado». Por su parte, la Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: «Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia». Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta. La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz.
5. Por tanto, quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal «agencia» de paz. Éste es un punto que merece una reflexión especial: todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz. La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz. Concretamente, los medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza.
La humanidad es una gran familia.
6. La comunidad social, para vivir en paz, está
llamada a inspirarse también en los valores sobre los que se rige la comunidad
familiar. Esto es válido tanto para las comunidades locales como nacionales; más
aún, es válido para la comunidad misma de los pueblos, para la familia humana,
que vive en esa casa común que es la tierra. Sin embargo, en esta
perspectiva no se ha de olvidar que la familia nace del «sí» responsable y
definitivo de un hombre y de una mujer, y vive del «sí» consciente de los
hijos que poco a poco van formando parte de ella. Para prosperar, la comunidad
familiar necesita el consenso generoso de todos sus miembros. Es preciso que
esta toma de conciencia llegue a ser también una convicción compartida por
cuantos están llamados a formar la común familia humana. Hay que saber
decir el propio «sí» a esta vocación que Dios ha inscrito en nuestra misma
naturaleza. No vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos
recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y
hermanas. Por eso es esencial que cada uno se esfuerce en vivir la propia
vida con una actitud responsable ante Dios, reconociendo en Él la fuente de la
propia existencia y la de los demás. Sobre la base de este principio supremo se
puede percibir el valor incondicionado de todo ser humano y, así, poner las
premisas para la construcción de una humanidad pacificada. Sin este fundamento
trascendente, la sociedad es sólo una agrupación de ciudadanos, y no una
comunidad de hermanos y hermanas, llamados a formar una gran familia.
Familia, comunidad humana y medio ambiente.
7. La familia necesita una casa a su medida, un ambiente donde
vivir sus propias relaciones. Para la familia humana, esta casa es la
tierra, el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que lo habitemos con
creatividad y responsabilidad. Hemos de cuidar el medio ambiente: éste ha
sido confiado al hombre para que lo cuide y lo cultive con libertad responsable,
teniendo siempre como criterio orientador el bien de todos. Obviamente, el valor
del ser humano está por encima de toda la creación. Respetar el medio ambiente
no quiere decir que la naturaleza material o animal sea más importante que el
hombre. Quiere decir más bien que no se la considera de manera egoísta, a plena
disposición de los propios intereses, porque las generaciones futuras tienen
también el derecho a obtener beneficio de la creación, ejerciendo en ella la
misma libertad responsable que reivindicamos para nosotros. Y tampoco se ha de
olvidar a los pobres, excluidos en muchos casos del destino universal de los
bienes de la creación. Hoy la humanidad teme por el futuro equilibrio ecológico.
Sería bueno que las valoraciones a este respecto se hicieran con prudencia, en
diálogo entre expertos y entendidos, sin apremios ideológicos hacia conclusiones
apresuradas y, sobre todo, concordando juntos un modelo de desarrollo
sostenible, que asegure el bienestar de todos respetando el equilibrio
ecológico. Si la tutela del medio ambiente tiene sus costes, éstos han de ser
distribuidos con justicia, teniendo en cuenta el desarrollo de los diversos
países y la solidaridad con las futuras generaciones. Prudencia no significa
eximirse de las propias responsabilidades y posponer las decisiones; significa
más bien asumir el compromiso de decidir juntos después de haber ponderado
responsablemente la vía a seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza
entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de
Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos.
8. A este respecto, es fundamental «sentir» la tierra como «
nuestra casa común» y, para ponerla al servicio de todos, adoptar la vía del
diálogo en vez de tomar decisiones unilaterales. Si fuera necesario, se pueden
aumentar los ámbitos institucionales en el plano internacional para afrontar
juntos el gobierno de esta «casa» nuestra; sin embargo, lo que más cuenta es
lograr que madure en las conciencias la convicción de que es necesario colaborar
responsablemente. Los problemas que aparecen en el horizonte son complejos y el
tiempo apremia. Para hacer frente a la situación de manera eficaz es preciso
actuar de común acuerdo. Un ámbito en el que sería particularmente necesario
intensificar el diálogo entre las Naciones es el de la gestión de los
recursos energéticos del planeta. A este respecto, se plantea una doble
urgencia para los países tecnológicamente avanzados: por un lado, hay que
revisar los elevados niveles de consumo debidos al modelo actual de desarrollo
y, por otro, predisponer inversiones adecuadas para diversificar las fuentes de
energía y mejorar la eficiencia energética. Los países emergentes tienen hambre
de energía, pero a veces este hambre se sacia a costa de los países pobres que,
por la insuficiencia de sus infraestructuras y tecnología, se ven obligados a
malvender los recursos energéticos que tienen. A veces, su misma libertad
política queda en entredicho con formas de protectorado o, en todo caso, de
condicionamiento que se muestran claramente humillantes.
Familia, comunidad humana y economía.
9. Una condición esencial para la paz en cada familia es que se
apoye sobre el sólido fundamento de valores espirituales y éticos compartidos.
Pero se ha de añadir que se tiene una auténtica experiencia de paz en la familia
cuando a nadie le falta lo necesario, y el patrimonio familiar —fruto del
trabajo de unos, del ahorro de otros y de la colaboración activa de todos— se
administra correctamente con solidaridad, sin excesos ni despilfarro. Por tanto,
para la paz familiar se necesita, por una parte, la apertura a un patrimonio
trascendente de valores, pero al mismo tiempo no deja de tener su
importancia un sabio cuidado tanto de los bienes materiales como de las
relaciones personales. Cuando falta este elemento se deteriora la confianza
mutua por las perspectivas inciertas que amenazan el futuro del núcleo
familiar.
10. Una consideración parecida puede hacerse respecto a esa otra
gran familia que es la humanidad en su conjunto. También la familia humana, hoy
más unida por el fenómeno de la globalización, necesita además un fundamento de
valores compartidos, una economía que responda realmente a las exigencias de un
bien común de dimensiones planetarias. Desde este punto de vista, la referencia
a la familia natural se revela también singularmente sugestiva. Hay que fomentar
relaciones correctas y sinceras entre los individuos y entre los pueblos, que
permitan a todos colaborar en plan de igualdad y justicia. Al mismo tiempo, es
preciso comprometerse en emplear acertadamente los recursos y en
distribuir la riqueza con equidad. En particular, las ayudas que se dan a
los países pobres han de responder a criterios de una sana lógica económica,
evitando derroches que, en definitiva, sirven sobre todo para el mantenimiento
de un costoso aparato burocrático. Se ha de tener también debidamente en cuenta
la exigencia moral de procurar que la organización económica no responda sólo a
las leyes implacables de los beneficios inmediatos, que pueden resultar
inhumanas.
Familia, comunidad humana y ley moral.
11. Una familia vive en paz cuando todos sus miembros se
ajustan a una norma común: esto es lo que impide el individualismo egoísta y
lo que mantiene unidos a todos, favoreciendo su coexistencia armoniosa y la
laboriosidad orgánica. Este criterio, de por sí obvio, vale también para las
comunidades más amplias: desde las locales a la nacionales, e incluso a la
comunidad internacional. Para alcanzar la paz se necesita una ley común, que
ayude a la libertad a ser realmente ella misma, en lugar de ciega arbitrariedad,
y que proteja al débil del abuso del más fuerte. En la familia de los pueblos se
dan muchos comportamientos arbitrarios, tanto dentro de cada Estado como en las
relaciones de los Estados entre sí. Tampoco faltan tantas situaciones en las que
el débil tiene que doblegarse, no a las exigencias de la justicia, sino a la
fuerza bruta de quien tiene más recursos que él. Hay que reiterarlo: la fuerza
ha de estar moderada por la ley, y esto tiene que ocurrir también en las
relaciones entre Estados soberanos.
12. La Iglesia se ha pronunciado muchas veces sobre la naturaleza
y la función de la ley: la norma jurídica que regula las relaciones de
las personas entre sí, encauzando los comportamientos externos y previendo
también sanciones para los transgresores, tiene como criterio la norma moral
basada en la naturaleza de las cosas. Por lo demás, la razón humana es capaz
de discernirla al menos en sus exigencias fundamentales, llegando así hasta la
Razón creadora de Dios que es el origen de todas las cosas. Esta norma moral
debe regular las opciones de la conciencia y guiar todo el comportamiento del
ser humano. ¿Existen normas jurídicas para las relaciones entre las Naciones que
componen la familia humana?. Y si existen, ¿son eficaces?. La respuesta es sí; las
normas existen, pero para lograr que sean verdaderamente eficaces es preciso
remontarse a la norma moral natural como base de la norma jurídica, de lo
contrario ésta queda a merced de consensos frágiles y provisionales.13. El conocimiento de la norma moral natural no es imposible para el hombre que entra en sí mismo y, situándose frente a su propio destino, se interroga sobre la lógica interna de las inclinaciones más profundas que hay en su ser. Aunque sea con perplejidades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, al menos en sus líneas esenciales, esta ley moral común que, por encima de las diferencias culturales, permite que los seres humanos se entiendan entre ellos sobre los aspectos más importantes del bien y del mal, de lo que es justo o injusto. Es indispensable remontarse hasta esta ley fundamental empleando en esta búsqueda nuestras mejores energías intelectuales, sin dejarnos desanimar por los equívocos o las tergiversaciones. De hecho, los valores contenidos en la ley natural están presentes, aunque de manera fragmentada y no siempre coherente, en los acuerdos internacionales, en las formas de autoridad reconocidas universalmente, en los principios del derecho humanitario recogido en las legislaciones de cada Estado o en los estatutos de los Organismos internacionales. La humanidad no está «sin ley». Sin embargo, es urgente continuar el diálogo sobre estos temas, favoreciendo también la convergencia de las legislaciones de cada Estado hacia el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales. El crecimiento de la cultura jurídica en el mundo depende además del esfuerzo por dar siempre consistencia a las normas internacionales con un contenido profundamente humano, evitando rebajarlas a meros procedimientos que se pueden eludir fácilmente por motivos egoístas o ideológicos.
Superación de los conflictos y desarme.
14. La humanidad sufre hoy, lamentablemente, grandes divisiones y
fuertes conflictos que arrojan densas nubes sobre su futuro. Vastas
regiones del planeta están envueltas en tensiones crecientes, mientras que el
peligro de que aumenten los países con armas nucleares suscita en toda persona
responsable una fundada preocupación. En el Continente africano, a pesar de que
numerosos países han progresado en el camino de la libertad y de la democracia,
quedan todavía muchas guerras civiles. El Medio Oriente sigue siendo aún
escenario de conflictos y atentados, que influyen también en Naciones y regiones
limítrofes, con el riesgo de quedar atrapadas en la espiral de la violencia. En
un plano más general, se debe hacer notar, con pesar, un aumento del número
de Estados implicados en la carrera de armamentos: incluso Naciones en
vías de desarrollo destinan una parte importante de su escaso producto interior
para comprar armas. Las responsabilidades en este funesto comercio son muchas:
están, por un lado, los países del mundo industrialmente desarrollado que
obtienen importantes beneficios por la venta de armas y, por otro, están también
las oligarquías dominantes en tantos países pobres que quieren reforzar su
situación mediante la compra de armas cada vez más sofisticadas. En tiempos tan
difíciles, es verdaderamente necesaria una movilización de todas las personas de
buena voluntad para llegar a acuerdos concretos con vistas a una eficaz
desmilitarización, sobre todo en el campo de las armas nucleares. En esta
fase en la que el proceso de no proliferación nuclear está estancado, siento el
deber de exhortar a las Autoridades a que reanuden las negociaciones con una
determinación más firme de cara al desmantelamiento progresivo y concordado
de las armas nucleares existentes. Soy consciente de que al renovar esta
llamada me hago intérprete del deseo de cuantos comparten la preocupación por el
futuro de la humanidad.
15. Hace ahora sesenta años, la Organización de las Naciones
Unidas hacía pública de modo solemne la Declaración universal de los derechos
humanos (1948-2008). Con aquel documento la familia humana reaccionaba ante
los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo la propia unidad basada
en la igual dignidad de todos los hombres y poniendo en el centro de la
convivencia humana el respeto de los derechos fundamentales de los individuos y
de los pueblos: fue un paso decisivo en el camino difícil y laborioso hacia la
concordia y la paz. Una mención especial merece también la celebración del 25
aniversario de la adopción por parte de la Santa Sede de la Carta
de los derechos de la familia (1983-2008), así como el 40
aniversario de la celebración de la primera
Jornada Mundial de la Paz (1968-2008). La celebración de esta
Jornada, fruto de una intuición providencial del Papa Pablo VI, y retomada con
gran convicción por mi amado y venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, ha
ofrecido a la Iglesia a lo largo de los años la oportunidad de desarrollar, a
través de los Mensajes publicados con ese motivo, una doctrina orientadora en
favor de este bien humano fundamental. Precisamente a la luz de estas
significativas efemérides, invito a todos los hombres y mujeres a que tomen una
conciencia más clara sobre la común pertenencia a la única familia humana y a
comprometerse para que la convivencia en la tierra refleje cada vez más esta
convicción, de la cual depende la instauración de una paz verdadera y duradera.
Invito también a los creyentes a implorar a Dios sin cesar el gran don de la
paz. Los cristianos, por su parte, saben que pueden confiar en la intercesión de
la que, siendo la Madre del Hijo de Dios que se hizo carne para la salvación de
toda la humanidad, es Madre de todos.
Vaticano, 8 de diciembre de 2007.
BENEDICTO XVI
BENEDICTO XVI
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BIBLIOGRAFÍA:
- "10 Mensajes para la Paz".
Editado por CÁRITAS ESPAÑOLA y Justicia y Paz.
Puesto que hay interés en localizar estos mensajes y todos los demás que al respecto han sido editados y publicados por la Iglesia Cristiana Católica, les dejamos aquí enlaces-web que remiten a los distintos Papas que los han emitido:
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