Audiencia
a los delegados de la Confederación Italiana del Sindicato de Trabajadores
(CISL), 28.06.2017
Discurso
del Santo Padre.
Os doy
la bienvenida con motivo de  vuestro
congreso, y agradezco al Secretario General su presentación.
Habéis
elegido un lema muy hermoso para este congreso: "Para la persona,  para el trabajo." Persona y trabajo son
dos palabras que pueden y deben juntarse. Porque si pensamos y decimos  trabajo sin 
decir persona, el trabajo termina por convertirse en algo inhumano  que , olvidándose de las personas se olvida y
se pierde a sí mismo. 
Pero si
pensamos en la persona sin el  trabajo
decimos algo parcial, incompleto, porque la persona se realiza plenamente
cuando se convierte en trabajador, en trabajadora;  porque el individuo se convierte en persona
cuando se abre a los demás, en la vida social, cuando florece en el trabajo. La
persona florece en el trabajo. El trabajo es la forma más común de cooperación
que la humanidad haya  producido en su
historia. 
Cada
día, millones de personas cooperan simplemente trabajando: educando a nuestros
hijos, maniobrando equipos mecánicos, resolviendo asuntos en una oficina ... El
trabajo es una forma de amor cívico, no es un amor romántico ni siempre
intencional, pero es un amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y saca
adelante el mundo.
Por
supuesto, la persona no es sólo trabajo… Tenemos que pensar en la saludable
cultura del ocio, de saber descansar. No es pereza, es una necesidad humana.
Cuando pregunto a un hombre, a una mujer, que tiene dos, tres hijos: “Pero
dígame, ¿Usted juega con sus hijos?. ¿Tiene este “ocio?”- “¡Eh!, sabe, cuando
voy al trabajo, todavía están dormidos, y cuando vuelvo ya están acostados”.
Esto es inhumano. 
Por
eso, junto con el trabajo, hay que tener la otra cultura. Porque la persona no
es solamente trabajo; porque no trabajamos siempre y  no siempre tenemos  que trabajar. De niños no se trabaja y no se
debe trabajar.
No
trabajamos cuando estamos enfermos, no trabajamos cuando somos ancianos. Hay
muchas personas que todavía no trabajan, o que ya no trabajan. Todo esto es
cierto y sabido, pero hay que recordarlo 
también  hoy , cuando en el mundo
todavía  hay demasiados niños y
chicos  que trabajan y no estudian,
mientras el  estudio es el único
"trabajo" bueno de los niños y de los jóvenes. Y cuando no siempre y
no a todos se les reconoce el derecho a una jubilación justa - ni demasiado
pobre ni demasiado rica: las "jubilaciones 
de oro" son un insulto al trabajo no menos grave que el de las
jubilaciones demasiado pobres, porque vuelven perennes las desigualdades del
tiempo del trabajo. O cuando un trabajador enferma y  se le descarta del mundo del trabajo en
nombre de la eficiencia - y, sin embargo, si una persona enferma puede, dentro
de sus límites,  trabajar, el trabajo
también desempeña una función terapéutica- : a veces  uno se cura trabajando con los demás ,
trabajando juntos, para los demás .
Es una
sociedad  necia y míope la que obliga a
las personas mayores a trabajar demasiado tiempo y  a una entera 
generación de jóvenes a no trabajar cuando deberían hacerlo para ellos y
para todos.
Cuando
los jóvenes están fuera del mundo del trabajo, las empresas carecen de  energía, de entusiasmo, de innovación, de
alegría de vivir, que son bienes comunes preciosos que mejoran  la vida económica y la felicidad pública. Es
urgente un nuevo contrato social humano, un nuevo contrato social  para el trabajo,  que reduzca 
las horas de trabajo de los que están en la última temporada laboral  para crear puestos de trabajo para los
jóvenes que tienen el derecho y el deber de trabajar.
El don
del trabajo es el primer don de los padres y de las  madres 
a los  hijos y a las hijas, es el
primer patrimonio de  una sociedad. Es la
primera dote con que los ayudamos a despegar hacia el vuelo libre de la vida
adulta.
Me
gustaría hacer hincapié en dos desafíos trascendentales que el hoy  el movimiento sindical debe afrontar y
superar si quiere seguir desempeñando su papel esencial para el bien común.
El
primero es la profecía, y se refiere a la naturaleza misma del sindicato,  a su verdadera vocación. El sindicato  es una expresión del perfil profético de una
sociedad. El sindicato nace y renace cada vez que, como los profetas bíblicos,
da voz a los que no la tienen, denuncia al pobre "vendido por un par de
sandalias" (cfr Amós 2,6), desenmasca  a los poderosos que pisotean  los derechos de los trabajadores más
vulnerables, defiende la causa del extranjero, de los último, de los
"descartes". Como demuestra la gran tradición de la CISL, el
movimiento sindical tiene sus grandes temporadas cuando es  profecía.
Pero en
nuestras sociedades capitalistas avanzadas el sindicato corre el peligro  de 
perder esta naturaleza profética 
y de volverse demasiado parecido a las instituciones y a los  poderes que, en cambio,  debería criticar. El sindicato, con el  pasar del tiempo, ha acabado por  parecerse 
demasiado a la  política, o mejor
dicho, a los partidos políticos, a su lenguaje, a su estilo. En cambio, si se
olvida de esta dimensión típica y diferente, también su acción dentro de  las empresas pierde potencia y eficacia. Esta
es la profecía.
Segundo
desafío : innovación. Los profetas son 
centinelas, que vigilan desde su atalaya. También el sindicato tiene
que  vigilar desde las murallas  de la ciudad del trabajo, como  un centinela que mira y protege a los que
están dentro  de la ciudad del trabajo,
pero que mira  y protege también a los
que están fuera de las murallas. 
El
sindicato no realiza su función esencial de 
innovación social si vigila solo a los 
que están dentro, si sólo protege los derechos de las personas que
trabajan o que ya están retiradas. Esto se debe hacer, pero es la mitad  de vuestro 
trabajo. Vuestra vocación es también proteger los  derechos de quien todavía no los tiene,  los excluidos del trabajo  que también están excluidos de los derechos y
de la democracia.
El
capitalismo de nuestro tiempo no comprende el valor del sindicato, porque se ha
olvidado de la naturaleza social de la economía, de la empresa. Este es uno de
los pecados más graves. Economía de mercado: no. Digamos economía social de
mercado, como enseñaba san Juan Pablo II: economía social de mercado. 
La
economía se ha olvidado de la naturaleza social de su vocación, de la
naturaleza social de la empresa, de  la
vida,  de los lazos, de los  pactos. Pero tal vez nuestra sociedad no
entiende al sindicato porque  no lo ve
luchar  lo suficiente en los lugares de
los "derechos del todavía no", 
en las periferias existenciales, entre los descartados del trabajo.
Pensemos en el 40% de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Aquí,
en Italia. 
¡Y allí
es donde tenéis que luchar! Son periferias existenciales. No lo ve luchar entre
los inmigrantes,  de los pobres, que
están bajo las murallas de la ciudad ; o simplemente no lo entiende por qué a
veces –pero pasa en todas las familias- 
la corrupción ha entrado en el corazón de algunos sindicalistas. No os
dejéis bloquear por esto. Sé que os  se
estáis esforzando ya desde hace tiempo en la dirección justa, sobre todo con
los migrantes, con los jóvenes y con las mujeres. 
Y lo
que os digo ahora podría parecer superado, pero en el mundo del trabajo la
mujer es todavía de segunda clase. Podriaís decirme: “No, hay esa empresaria,
esa otra…”. Sí, pero la mujer gana menos, se la explota con más facilidad…Haced
algo. Os animo a continuar y, si es posible, a hacer más. Vivir las
periferias  puede convertirse en una
estrategia de acción, en  una prioridad
del sindicato de hoy y de mañana. No hay una buena sociedad sin un buen
sindicato, y no hay un buen sindicato que no renazca todos los días en las
periferias, que no transforme  las
piedras  descartadas por la economía en
piedras angulares.
Sindicato
es una hermosa palabra que viene del griego “dike”, es decir justicia y
“syn”  juntos. Es decir, “justicia
juntos”. No hay justicia  juntos si no es
junto con los excluidos de hoy.
Os agradezco este encuentro, os bendigo,
bendigo vuestro trabajo y os deseo lo mejor 
para vuestro Congreso y vuestro trabajo diario. Y cuando nosotros en la
Iglesia hacemos una misión , por ejemplo,   en una parroquia el obispo dice: “Hagamos la
misión para que toda la parroquia se convierta, es decir vaya a  mejor”. También vosotros “convertíos”: id a
mejor en vuestro trabajo, que sea mejor. ¡Gracias!





 
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